Ayer, en el Zócalo de la Ciudad de México, la presidenta Claudia Sheinbaum aseguró que “México no tiene de qué preocuparse” ante los aranceles recíprocos globales que Donald Trump pretende imponer el 2 de abril. Lo dijo ahí, en el corazón político del país, para proyectar confianza y tranquilizar a su base y a los sectores económicos preocupados por la política comercial del presidente estadounidense. Su argumento: como México no cobra aranceles a productos estadounidenses bajo el T-MEC, los aranceles recíprocos de Trump no deben aplicarse a México. Suena lógico, impecable incluso. Pero una cosa es lo que Trump diga y otra, muy distinta, la realidad.
El presidente de EEUU no es un hombre de tratados ni de compromisos inamovibles. Su historial lo confirma: en 2019 amenazó con imponer aranceles a México para frenar la migración, sin importar que el tema fuera ajeno al comercio. Ahora, aplicó un 25% de aranceles a productos mexicanos, justificándolos por el fentanilo y la migración. ¿Cuánto duraron? Dos días. El 6 de marzo los suspendió temporalmente, pero la amenaza sigue viva y el 2 de abril anunciará si la exención es permanente o si México entra en la lista de países castigados.
El problema es que, para Trump, los aranceles no son un asunto comercial sino de política interna y presión negociadora. La Ley de Expansión Comercial de 1962 le permite imponer aranceles por “seguridad nacional”, y la Ley de Poderes Económicos de Emergencia Internacional le da un margen aún más amplio. Por eso, si quiere aplicar aranceles a México, encontrará la justificación legal para hacerlo, sin importar el T-MEC.
Ahora bien, la presidenta Sheinbaum no está del todo equivocada al confiar en el T-MEC. México tiene un argumento jurídico sólido y puede impugnar cualquier medida unilateral de Trump en tribunales internacionales. Además, ha insistido en los avances en la lucha contra el fentanilo, con reducciones del 50% y el 41% en decomisos y consumo. Esto debe servir mucho en una negociación con Trump.
Sin embargo, los que votaron por Trump le exigen medidas drásticas contra el fentanilo y la migración y aunque la presidenta confíe en el diálogo, la realidad es que Trump cambia sus decisiones si considera que le suman puntos en las encuestas. Y, si necesita un chivo expiatorio para justificar su política proteccionista, México es ese chivo.
El optimismo de la presidenta debería justificarse en una garantía explícita de Trump y hasta ahora no hay ninguna declaración oficial que asegure que México quedará exento a partir del 2 de abril. La suspensión actual de aranceles es temporal y condicional y en cualquier momento, Trump podría revocarla alegando, usando cualquier pretexto o mentira, que es por “seguridad nacional”.
Claudia Sheinbaum puede tener razón en que, en un sentido estricto, el T-MEC protege a México de los aranceles recíprocos. Pero confiar en que Trump lo respetará es una apuesta arriesgada porque ningún tratado o acuerdo es un escudo infalible cuando un gobernante con tendencias proteccionistas y erráticas está al mando. Lo único seguro es que la incertidumbre sigue sobre la mesa afectando y deteniendo las inversiones que tanto requiere nuestro país.
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