Hoy se cumplirán ocho días consecutivos desde que entró en efecto la Fase 1 de la Contingencia Ambiental decretada el lunes de la semana pasada por la Comisión Ambiental de la Megalópolis (CAMe).
Cuando los habitantes del Área Metropolitana del Ciudad de México padecimos los efectos de la pésima calidad del aire durante el período marzo-junio del año pasado, el gobierno de la CDMX anunció que llevaría a cabo diversas acciones para combatir más eficazmente las causas que generan los altos índices de contaminación, entre ellos: sacar de circulación a vehículos altamente contaminantes, sincronizar los semáforos que no permiten que la circulación vehicular sobre la calles de la ciudad sea fluida y eliminar los de topes y baches que obligan a los vehículos a estar constantemente frenando, arrancando y contaminando.
Ha transcurrido un año desde que el Jefe de Gobierno de la CDMX, Miguel Ángel Mancera, anunciara la inmediata aplicación de estas medidas y, por lo menos para mí, ninguna se ha llevado a cabo de manera notoria.
Sigo observado, en mis cotidianos recorridos por las calles de la CDMX, camionetas y autobuses de pasajeros echando humo a raudales, camiones recolectores de basura que además de contaminar por el escape detienen la circulación de vehículos durante el tiempo en que los trabajadores de limpia se dedican a la pepena del contenido del camión que permanece parado pero con el motor prendido, patrullas de la Secretaría de Seguridad Pública y la Procuraduría General de Justicia de la CDMX cuya circulación evidentemente no debería estar autorizada.
La anunciada sincronización de semáforos no ha llegado, por lo menos en las avenidas principales que suelo utilizar para ir de un lugar a otro. En Paseo de la Reforma, Insurgentes Sur, Revolución, Patriotismo o cualquier Eje Vial, los semáforos impiden una circulación fluida de los vehículos, que se la viven arrancando en primera velocidad, que es cuando más contamina un motor de combustión interna.
Y de los topes, ni hablar. Los que tengo que sortear día a día siguen en el mismo lugar, inamovibles, como ruinas arqueológicas que nadie se atreve a molestar.
Acepto que últimamente he caído en menos baches y he tenido que esquivar menos coladeras sin tapa. Algo es algo, dirá un optimista.
Las laterales de los segundos pisos del Periférico, muestra de la ineptitud de los ingenieros civiles que los diseñaron o de la corrupción de los gobiernos del Peje López y Ebrard, en realidad son estacionamientos altamente contaminantes durante casi todos los días del mes.
Todo lo que observo en la CDMX también lo veo, aumentado, en los municipios conurbados del Estado de México que suelo visitar.
Sobre las causas no atendidas de la contaminación podría seguir escribiendo toda esta semana, pero sería perder el tiempo.
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