Han trascurrido dos semanas desde que un terremoto sacudiera al centro y sur del país, matara a 98 personas en Chiapas, Oaxaca y Tabasco y destruyera edificaciones e infraestructura en gran parte de esos estados, sobre todo en las comunidades más pobres, muchas de ellas aisladas.
De inmediato, el gobierno federal se movilizó y envió recursos humanos y materiales para enfrentar la situación. El presidente Enrique Peña Nieto viajó varias veces a los sitios más golpeados y envió a los miembros de su gabinete a diferentes lugares para encabezar los trabajos de rescate de las víctimas y supervisar las actividades que deben realizarse en emergencias de tal magnitud.
Los mexicanos que residen en otros estados fueron conminados a donar lo que siempre hace falta en situaciones similares: agua, alimentos, medicamentos, ropa, biberones, pañales, catres, cobijas, tiendas de campaña y muchas cosas más. Se les invitó a donar dinero en diversas cuentas que bancos, empresas y organismos públicos establecieron para recibir los recursos.
Desafortunadamente, el monto de la ayuda y el dinero que fue llegando a Chiapas, Oaxaca y Tabasco resultó ser insuficiente. La famosa solidaridad de los mexicanos no se manifestó esta vez como en otras ocasiones.
A través de mi programa en Grupo Fórmula invité, día tras día, a mi audiencia a depositar dinero en dos cuentas bancarias y a mandar lo que pudieran a los centros de acopio distribuidos en la ciudad. Ojalá que muchos hayan atendido mi solicitud.
Llegó el martes pasado y, dos horas con catorce minutos después del simulacro de sismo que se realizó en la CDMX, tembló de verdad, 32 años después de que más de 10,000 personas perdieran la vida en lo que recordamos como los sismos del 85. Por fortuna, esta vez no tenemos tanto que lamentar. Cuando escribo esto, el número de víctimas fatales llega a 267, 133 en la CDMX, 73 en Morelos, 43 en Puebla, 13 en el Estado de México, 4 en Guerrero y 1 en Oaxaca. Las pérdidas materiales también resultan ser mínimas si se comparan con las de 1985.
Curiosamente, la solidaridad de los unos con los otros que no se asomó mucho en el caso del sureste de nuestro país, desde el martes de nuevo se desbordó en la CDMX y qué bueno que así sea. Las zonas afectadas están repletas de voluntarios y fluyen los bienes materiales necesarios en esos lugares. Diversas empresas han anunciado que donarán buenas cantidades de dinero para apoyar a los damnificados y reconstruir lo que derribó el temblor.
Aprovechemos el momento para voltear hacia Chiapas, Oaxaca, Morelos, Puebla, Estado de México y Guerrero, que desde el martes también enfrentan diversas crisis.
La solidaridad no debe ser selectiva y concentrarse exclusivamente en el lugar en donde uno reside.
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