Dentro de pocos días veremos la peor derrota del otrora invencible y monopólico partido creado en 1929 por el grupo que ganó la guerra civil que se inició en marzo de 1913, semanas después del exitoso golpe de estado contra el presidente Madero.
El 1 de julio, el PRI perderá la elección presidencial, difícilmente ganará alguna de las nueve gubernaturas que estarán en juego y verá debilitada su presencia en el congreso federal.
De las nueve gubernaturas, el PRI solo tiene posibilidades de mantener la de Yucatán y dichas posibilidades son mínimas en vista de que en las encuestas su candidato aventaja por solo dos puntos porcentuales al del PAN, lo que significa que están estadísticamente empatados.
Los priistas que buscan las gubernaturas de Guanajuato, Jalisco, Puebla y Veracruz ocupan el tercer lugar en las encuestas, mientras que están en un lejano segundo lugar los que pelean las de la Chiapas, Ciudad de México, Morelos y Tabasco.
De acuerdo con diversas encuestas, los candidatos de Morena ganarán en Morelos, Ciudad de México, Tabasco y Chiapas, el del PAN en Guanajuato y el de MC en Jalisco. Las elecciones para las gubernaturas de Puebla y Veracruz están, por lo menos en las encuestas, casi empatadas entre los candidatos del PAN y Morena y se decidirán el día de la elección.
Irónicamente, el principal responsable de la inminente debacle priista es precisamente el hombre que encabezó la lucha para recuperar, en 2012, la presidencia de la república que su partido perdió en 2000: el presidente Enrique Peña Nieto, que desde la gubernatura del Estado de México supo posicionarse como una alternativa atractiva para los votantes que acudieron a las urnas el primer domingo de julio de 2012.
Entre otras cosas, durante sus casi seis años en el poder el presidente fue incapaz de detener la violencia que se ha apoderado de casi todo el país, no pudo restarle fuerza ni influencia a la delincuencia organizada, autorizó que aumentara el endeudamiento del gobierno federal, no supo responder eficazmente cuando se le acusó de enriquecerse aprovechando sus cargos públicos, no combatió ni persiguió con vigor a los corruptos que hay dentro y fuera de su gobierno, no asumió de inmediato la investigación de los 43 desaparecidos de Ayotzinapa y responsabilizó la investigación de ese crimen a una PGR dirigida por un político de dudosa honorabilidad. Para colmo, convirtió a Luis Videgaray en el segundo hombre más poderoso del país y por ello responsable de endeudar más al país, no saber manejar la relación con Donald Trump y poner al PRI en manos de incompetentes.
Los errores y omisiones de Peña Nieto opacaron por completo su histórico logro: la aprobación de las reformas estructurales que tanto necesitaba el país, entre ellas la energética, la educativa, la laboral, la financiera y la de telecomunicaciones, mismas que serán reformadas y hasta abolidas por el próximo presidente.
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