La presidenta Claudia Sheinbaum presentó ayer su ambicioso Programa de trabajo del sector salud 2024-2030 que pretende hacer del sistema de salud mexicano un servicio eficiente, inclusivo y accesible para todos. La idea que plantea se aleja del concepto tradicional de salud, al proponer un enfoque de bienestar integral—físico, mental y social. Es un concepto ambicioso que se compromete a fortalecer la prevención, mejorar la calidad de los servicios y garantizar el acceso universal.
El presupuesto asignado al sector respalda este compromiso. Desde 2019, los recursos han aumentado significativamente: de 128,000 millones de pesos en 2019 a 159,000 millones en 2024.
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Las metas suenan muy bien: promoción de salud y prevención, mejor calidad y menos espera, fortalecimiento del IMSS Bienestar, aseguramiento de medicamentos e insumos, y modernización con expediente electrónico universal. Además, los avances en el IMSS son visibles: un gasto histórico en equipo médico, la implementación del expediente clínico electrónico y una convocatoria sin precedentes para contratar personal en zonas vulnerables.
Entonces, ¿por qué persisten las críticas y la insatisfacción de los usuarios del sistema? La respuesta no es sencilla, pero ciertos factores ayudan a entender esta situación.
Uno de los mayores desafíos sigue siendo la logística. El suministro de medicamentos y equipo no ha sido constante y, aunque se disponga de un presupuesto elevado, el almacenamiento, la distribución y la contratación de proveedores siguen siendo un reto. Sumado a los desafíos de almacenamiento y distribución, la nueva estrategia de compras consolidadas, aunque necesaria para evitar corrupción, ha enfrentado problemas de coordinación y logística.
La falta de infraestructura y personal también es un obstáculo importante. Aunque los recursos han crecido, el sistema enfrenta demandas que aún superan la oferta. Esto se observa en instalaciones inadecuadas y falta de personal. Varias unidades de salud siguen operando con recursos limitados y equipos obsoletos, especialmente en zonas alejadas.
La pandemia de COVID-19 también fue un golpe difícil de superar. Los recursos destinados a la emergencia desviaron fondos de otros proyectos clave. El sector sigue en proceso de recuperación y el esfuerzo por universalizar los servicios añade más presión a un sistema que todavía está en transición.
Finalmente, la percepción pública no es menor. Los casos de escasez o atención deficiente continúan ocurriendo, generando desconfianza y una sensación de insatisfacción general. Y aunque se difundan los avances, los problemas estructurales reciben más atención, alimentando la percepción de que los problemas persisten, sin importar cuánto se invierta.
En resumen, el programa de salud 2024-2030 es ambicioso y apunta en la dirección correcta. Sin embargo, los problemas estructurales y operativos que enfrenta el sector dificultan que esta inversión se traduzca en un sistema de salud que esté realmente a la altura de las necesidades de los mexicanos. Aumentar el presupuesto es una buena señal, pero si no se resuelven los problemas de fondo, los pacientes en el país seguirán esperando. La verdadera prueba para el gobierno será convertir el dinero en soluciones concretas y reales.
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