Después de platicar con personas y leer opiniones en medios tradicionales y sociales, me queda claro que a muchos les cuesta trabajo entender por qué el populismo, en sus diversas formas, ha emergido como una fuerza política significativa en el mundo. Desde Europa hasta América Latina, los movimientos populistas de derecha y de izquierda están desafiando y alterando el orden global.
En Europa, el populismo de derecha ha ganado terreno de manera notable. Líderes como Viktor Orbán en Hungría, Giorgia Meloni en Italia y, como lo vimos este fin de semana, Marine Le Pen en Francia, han capitalizado el descontento popular, promoviendo políticas nacionalistas y antiinmigrantes. Los tres han sabido explotar el miedo al cambio cultural y la inseguridad económica, posicionándose como defensores de la identidad nacional y la soberanía. Sus políticas proteccionistas y retórica xenófoba han fomentado tensiones sociales y conflictos internos, mientras que su rechazo a la cooperación multilateral ha debilitado instituciones como la Unión Europea.
En América Latina, el populismo de izquierda ha resurgido con fuerza. Figuras como los presidentes Andrés Manuel López Obrador en México y Gustavo Petro en Colombia han centrado sus esfuerzos en la redistribución de la riqueza y la justicia social. Critican la influencia de potencias extranjeras y promueven la nacionalización de industrias estratégicas. Sus políticas buscan reducir la desigualdad, pero a menudo generan inestabilidad económica y desconfianza entre los inversionistas. Además, su retórica antiimperialista puede tensar las relaciones bilaterales.
Ambos tipos de populismo comparten ciertas características. Utilizan la política de identidad para movilizar a sus bases, ya sea en torno a la etnicidad, la nacionalidad o la clase social. También, para consolidar su poder, suelen socavar las instituciones democráticas, restringiendo la libertad de prensa y debilitando la independencia judicial. Esto erosiona los principios democráticos fundamentales y fomenta la polarización social.
En términos económicos, los populistas de derecha favorecen políticas proteccionistas que pueden desencadenar guerras comerciales y perturbar las cadenas de suministro globales. Los de izquierda suelen implementar programas sociales extensivos y nacionalizaciones que pueden aumentar la deuda pública y generar inflación. Ambos enfoques presentan riesgos significativos para la estabilidad económica y la cooperación internacional.
El populismo plantea una amenaza real para las democracias liberales. Tanto los de derecha como de izquierda tienden a erosionar los derechos de las minorías, fomentar el autoritarismo, provocar inestabilidad económica y polarización basada en clases.
Desde hace décadas, muchos advirtieron que para preservar la estabilidad y los valores democráticos era esencial que las democracias liberales fortalecieran sus instituciones, mejoraran los niveles económicos de sus mayorías y fomentaran la cohesión social. Parece ser que ninguna hizo caso porque el populismo avanza hasta en los países escandinavos.
En conclusión, las democracias fallaron y el populismo en sus diversas formas llegó para quedarse un buen rato. ¿Cuánto tiempo? Difícil saberlo.
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