En la elección alemana del domingo pasado los ciudadanos optaron por un giro a la derecha, pero sin abrirle la puerta al populismo ultraderechista. Friedrich Merz y su centroderechista Unión Demócrata Cristiana (CDU) ganaron con el 28.7% de los votos, según encuestas de salida, y ahora deben formar un gobierno de coalición tras desbancar a los socialdemócratas (SPD) del canciller saliente Olaf Scholz, que cayeron a un desastroso 15.2% debido a su mala gestión durante los últimos tres años.
Alternativa para Alemania (AfD) alcanzó un récord del 19.8% de los votos, casi el doble de lo que ganó en 2021, pero los partidos tradicionales se niegan a pactar con él porque, de acuerdo con la Oficina para la Protección de la Constitución en Alemania, es un partido neonazi.
Los alemanes votaron con la economía y la seguridad en mente. Estancamiento, inflación, crisis de vivienda y una política migratoria fuera de control fueron los detonantes de la caída de Scholz y sus aliados.
Algo que hizo ruido en esta elección fue la intromisión de dos personajes que nada tenían que hacer ahí: el vicepresidente de EEUU, JD Vance, y el magnate Elon Musk. Ambos intentaron vender su agenda trumpista en Europa y apoyaron abiertamente a la AfD. Musk usó su plataforma X para calificarla como “la última esperanza” para Alemania y Vance, en la Conferencia de Seguridad de Múnich de febrero, criticó que los demás partidos alemanes lo aislaran y se reunió con Alice Weidel, líder de la AfD. ¿Resultado? Un rotundo fracaso. La CDU resistió y el rechazo a la AfD se mantuvo firme.
Ahora Merz, un conservador pragmático y exempresario multimillonario, gobernará una Alemania dividida en una Europa en crisis. Promoverá la desregulación económica, mayores controles fronterizos y menos burocracia. Su victoria refuerza a la Unión Europea frente al populismo, pero con ajustes en migración y energía. Sus declaraciones ya apuntan a restricciones migratorias similares a las que han aplicado Italia y Hungría.
Alemania seguirá apoyando a Ucrania, pero con cautela. Donald Trump busca negociar con Putin y presiona a Europa para asumir más costos de defensa. Merz deberá equilibrar la lealtad a la OTAN con las exigencias de EEUU, reforzando lazos con Polonia y Europa del Este para no quedar atrapado entre Washington y Moscú.
Para México, las relaciones con Alemania seguirán estables, pero con matices. El comercio, impulsado por Volkswagen, Siemens y BASF, seguirá sólido, pero la cooperación en energías limpias podría enfriarse. Merz no es un enemigo del medio ambiente, pero tampoco está obsesionado con la transición verde como lo estaban Scholz y sus aliados Verdes, más cercanos a la presidenta Claudia Sheinbaum. Y en un mundo que Trump pretende dominar , México y Alemania enfrentarán problemas similares: el primero con aranceles y migración, el segundo con un EEUU que favorece acuerdos bilaterales sobre alianzas multilaterales.
El domingo, los alemanes pidieron cambios, pero sin extremismos. La AfD creció, pero no gobierna. El apoyo de Vance y Musk fue un berrinche sin impacto real. Ahora falta ver si Merz logra cumplir las expectativas de los alemanes o si su gobierno será solo una pausa antes de un giro más radical.
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