Desde hace dos décadas en Latinoamérica y en los últimos años en Europa, se reformulan las reglas de la democracia liberal y se vive un auge de partidos y movimientos políticos populistas, donde el presidente de la República, ya del gobierno populista, adquiere un poder relevante que le facilita imponerse a los restantes poderes del Estado. Su carisma le facilita el establecer una relación mesiánica con el “pueblo”, al que se ve y se trata, como un todo uniforme, de cuya voluntad y necesidades el presidente es el único intérprete válido y se impone como el instrumento para llevar al “pueblo” hacia el destino manifiesto. En este esquema, la figura del presidente es la de un líder indiscutible, que adquiere tintes mesiánicos, cubierto por una ideología alternativa a la democracia liberal. Basa su fortaleza en la fascinación por la relación existente entre el “pueblo”, entendido como un todo uniforme que lo llama a tomar el poder y que lo valida como herramienta para el constante cambio constitucional, necesario para la transformación social abanderada por el populismo. Su estrategia triunfalista no supondrá mejora democrática alguna, sino el hundimiento de la democracia.
Una vez hecho con el poder y revestido como presidente en el gobierno, el líder mesiánico que hoy observamos en México, se proclama como el interlocutor necesario con el “pueblo”, intérprete, portavoz y promotor natural de su voluntad; único capacitado para dirigirlo y al mismo tiempo, para servirlo en la labor del cambio social. Es así como, en esta ilógica, su voluntad como titular de Ejecutivo deja de ser la de él como hombre y pasa a ser la del “pueblo” como unidad indivisible y poco definida. Es por lo que, sus rivales políticos o sociales, pasan a ser enemigos del “pueblo bueno y sabio”, a los que se descalifica o criminaliza, y de facto, se convierte en enemigos ajenos y externos, que se oponen a la voluntad del “pueblo”, encarnada en la figura del presidente.
Sus rivales en la acción política y social, pasan a ser automáticamente enemigos del “pueblo”, sujetos ajenos y externos que se oponen, no a la voluntad del presidente, sino a la voluntad del “pueblo sabio y bueno” encarnado en la figura del presidente. Los restantes poderes del Estado, Legislativo y Judicial, ceden ante el fortalecido Ejecutivo y pierden total capacidad de control y decisión tanto política como judicial sobre él.
Prevalece la constante descalificación y el hostigamiento de la prensa que manifiesta ideas distintas y críticas a la del líder, pues en esta lógica, dichas ideas son ahora las necesidades y voluntades del “pueblo” en su conjunto en voz de su portador. Así es cómo la democracia liberal sufre un intenso debilitamiento, cuando no una desaparición práctica. El nacimiento de un Estado totalitario que se caracteriza por ejercer fuerte intervención en todos los órdenes de la vida nacional, concentrando la totalidad de poderes en manos del Ejecutivo o partido de gobierno, el cual no permite la actuación de otros partidos. Donde los esfuerzos del Régimen instaurado, giran en torno de remodelar y transformar a los gobernados bajo su control a imagen de su ideología, tanto en la vida cotidiana, como sobre sus pensamientos y/o actitudes. Beneficia a un grupo selecto con privilegios y puestos políticos, garantizando su abyección y lealtad, con la implícita advertencia de la condena y la exclusión pública, ante la más mínima crítica, contradicción o desobediencia. Soldados fanatizados e incondicionales que sacrifican la consciencia individual e incluso moral, y el razonamiento intelectual, por un puesto público o la ilusión de la cercanía con el poder.
Es este tipo de régimen que se pretende instaurar en México, aunque se simula una velada autorización para que las personas en la masa sigan con su comportamiento individual, ante cualquier provocación o distorsión cognitiva sobre la idea o propuesta del líder, más intenso y sin inhibición, sus fieles seguidores son capaces de liberar tensión y de dejar aflorar instintos reprimidos o deseos inconscientes censurados. Lo que se traduce en una dinámica irracional que confunde al más cuerdo, pues aunque no se pierde la identidad individual del todo, sí se combina con emotividad y sugestionalidad personal. Sin control ni reserva, afloran impulsos reprimidos por el individuo, toda vez que éstos se conjugan con determinadas condiciones socioculturales, que son amparadas por el anonimato de la acción en masa, exacerbadas y capitalizadas por el líder. Reacciones que corresponden y explican el fenómeno de las masas, la cual se conecta con una historia de desigualdad e inequidad, que capitaliza y explota para su beneficio. Aunque el líder mantiene el caos en el país y rige la ingobernabilidad, él construye una narrativa política exclusiva para mantener a su base fiel, motivada y activa.
Las investigaciones de regímenes de gobiernos totalitarios coinciden en que estos son los elementos que los componen: 1) Concentración del poder en un líder, 2) sustitución del sistema de partidos por un movimiento de masas (por lo que se entiende el porqué el presidente se resiste a llamar partido político a Morena), 3) el terror total como mecanismo de dominación, 4) la progresiva abolición de las libertades y derechos de la persona humana, 5) la concentración del poder en un presidencialismo exagerado, 6) uso de la propaganda y del sistema educativo para adoctrinar, 7) supervisión centralizada de la economía, y 8) la utilización del Derecho, a través de la manipulación de la legalidad con el propósito del logro de sus objetivos.
Los regí́menes totalitarios se aprovechan de las masas, donde el elemento indispensable es la unidad mental sin sentido crítico de sus gobernados, combinado con sentimientos exagerados y simples, instintos incontrolables, irritabilidad e impulsividad, para lo cual es necesario hacer énfasis en la sugestibilidad y en la credibilidad excesiva y contagiosa que se produce y alimenta del autoritarismo y la intolerancia. Es la creación de una especie de alma o embriaguez colectiva de la masa, con mucha imaginación, pero con incapacidad de racionalización. De creencias fijas impregnadas de fantasía, compartidas en histeria colectiva, que glorifican y enaltecen a personajes que se convierten en ídolos incuestionables, a los que se rinde obediencia y credulidad ciega. En este sentido, se busca la dependencia de la masa a través de la desaparición de la consciencia y el sentimiento de responsabilidad. Se mueven sin necesidad de prueba alguna y sin cuestionar, contra el que su líder les ha señalado como el origen de todos sus males.
La duda no se hace esperar: ¿cómo es posible que en casi todos los países de América Latina, incluido naturalmente México, estas tendencias se estén afianzando a tal extremo, cada una por su lado, si la tensión entre ellas se ha demostrado históricamente insostenible?
Una represión “de cuello blanco”, por ahora, que va limitando los espacios de participación ciudadana y social, atacando a la poca o muy pequeña oposición, dando fuerza a la consolidación del pensamiento unilateral sin contrapeso. Mientras opera con relativa eficiencia, esa maquinaria estatal de control y represión económica, social, cultural, educacional e informativa. Ella moldea “el sentido común” de la sociedad y desmarca lo “lógico” de lo “ilógico”.
Al escuchar a la líder del partido hegemónico Morena, declarar en red nacional que, “No se puede sacar a la gente de la pobreza, porque luego se les olvida de donde vinieron y quién los sacó de ahí”, es evidente una pretensión descarada de la permanencia de las desigualdades sangrantes que sufre la gente en México, para instaurar y mantener el régimen totalitario del que se beneficia y del que se nutre, ya que, precisamente para revertir el fenómeno del populismo que se utiliza para el totalitarismo, es necesario un gran esfuerzo político-económico muy intenso y potenciar las clases medias. Fortalecer unos derechos sociales, más nominales que materiales, la ideología de la democracia liberal, la defensa de la esfera privada de la persona y la limitación del poder. Más participación de la sociedad y menos ingerencia del gobierno. Sin embargo, no son soluciones ni fáciles, ni a corto plazo, y en el momento actual de México, se vislumbran incontenibles.
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