“¿Qué culpa tuve yo de haber nacido apasionada?”

Recomendable la serie y la reflexión sobre el caso; un mal muy antiguo que nos merece un análisis conscientemente humano.

23 de septiembre, 2025 “¿Qué culpa tuve yo de haber nacido apasionada?”

La que escribe se identifica de una forma especial con la historia de Jorge Ibargüengoitia “Las muertas”, pues hace ya tres décadas presenté mi tesis para obtener la licenciatura sobre películas censuradas del cine mexicano. Como muestra tomé tres muy famosas de la época: “El Apando”, “Rojo Amanecer” y “Las Poquianchis”. Esta última, dirigida por Felipe Cazals, estaba basada en una historia de la vida real en la que estuvieron involucrados políticos, empresarios, miembros de la iglesia e incluso doctores y respetables miembros de la sociedad, durante más de dos décadas en las que las hermanas González Valenzuela operaron con total impunidad burdeles en tres estados del bajío; Guanajuato, Jalisco y Querétaro. 

Recuerdo lo Impresionante que fue para mí leer la novela y lograr ver la película en la filmoteca de La UNAM, único espacio en el que se encontraba una copia. Con el tiempo  fue “Desalentada” aunque nunca tuvo la justa difusión, quedando en el imaginario colectivo como una leyenda urbana. 

Luis Estrada, famoso y laureado director mexicano conocido por sus películas de sátira como “La ley de Herodes”, “Que viva México” y “La dictadura perfecta” entre otras, saca a la luz nuevamente la escalofriante historia de Las Poquianchis, con una realización impecable, actuaciones magistrales; con ese filtro amarillo que usa para sus películas y que muchos critican pero que a mí me remonta de inmediato a un contexto de desolación y pobreza y que claro, es normal que a los mexicanos nos moleste porque queramos ser  reconocidos en este ambiente. 

Luis Estrada con maestría te va metiendo en la historia al principio como en sus otras películas de forma amable; normaliza lo macabro, te va mostrando imágenes alternadas de forma satírica haciendo uso incluso de la comedia para que cuando ya te encuentras sumergido en la trama incómoda, pone el dedo sobre la llaga y ya cautivo el espectador le restriega la realidad y exhibe a una sociedad hipócrita, moralista y cruel que condena y señala lo que por otro lado procura: la corrupción, el tráfico de influencias y en esta entrega la prostitución y la trata de personas.

“Las muertas” es una historia que de verdad quisiéramos acusar de ficticia por su crudeza. Nos muestra la realidad de estas hermanas que en un mundo de hombres se abrieron camino y trabajaron dándoles a estos lo que buscan, poniéndoles la reglas aunque después fueran víctimas ellas también de un sistema en el que el valor y los derechos de una mujer son de por sí pocos y si es pobre inexistentes.

Ojalá este tema se sintiera lejano pero tristemente sigue siendo actual y cercano, hoy mismo en todos los estados de la República Mexicana siguen existiendo prostíbulos hipócritamente llamados casas de citas, donde acuden hombres a los que poco o nada les importa la procedencia ni la vida de las mujeres que allí trabajan. Seguramente piensan que lo hacen por gusto o conveniencia como si se tratara de otra especie de seres humanos a la que jamás pertenecerían sus hijas, madres, hermanas o esposas; mujeres  sin identidad que entregan su cuerpo por un pago y que muy probablemente son  víctimas de una esclavitud moderna. 

Dice Luis Estrada  y dice bien que el tema de la prostitución existe no por culpa de proxenetas como las de la historia sino por los clientes que la consumen y que sin ninguna conciencia despersonalizan a mujeres cosificándolas y rebajándolas a artículos de consumo. 

Las hermanas Valenzuela son consecuencia también de la violencia familiar, víctimas de un padre  machistas que las agredía física y psicológicamente por el simple hecho de ser mujeres y que seguramente no conocían otra forma de vida y buscaban de cierto modo desquitarse con la vida por los maltratos recibidos. 

Desde luego, no merecen justificación alguna por la cantidad de crímenes cometidos que las llevaron incluso a ocupar un lugar en el libro de los récords Guinness como las máximas asesinas seriales de la historia. Víctimas y victimarias, eslabones en una cadena de abusos de la que aunque no lo quieran reconocer forman parte todos los que hayan recurrido a la prostitución como negocio o como método de recreación. Las cosas por su nombre y como en todo bien dice el dicho: “Tanto peca el que mata la vaca como el que le agarra la pata”.

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