LOS ECOS DE LA CASTAÑEDA. (Primera parte)

“La mente es su propio lugar y, en sí misma, / puede hacer un cielo del infierno / o un infierno del cielo.” -John Milton, El paraíso perdido

16 de octubre, 2025 LOS ECOS DE LA CASTAÑEDA. (Primera parte)

Me ha parecido formidable que la escritora mexicana Cristina Rivera Garza haya figurado dentro de una lista de preferencias para ganar el Premio Novel de Literatura. Me he declarado, desde hace tiempo ya, admiradora de su vigorosa pluma, potente voz que rompe silencios que desean ser escuchados.

Dos libros de la escritora se decantaron en el alma de mi escritura (La Castañeda: Narrativas dolientes desde el Manicomio General México, 1910-1930 y Nadie me verá llorar) para abrir el argumento de un proyecto personal, “Los Ecos de La Castañeda”, y con él buscar repuestas, a pesar de que en el camino las preguntas agitan lejos de serenar.

La escritora mexicana dijo: “el valor de un libro no es la novedad. El valor radica, en este caso, en que su lectura ofrece claves que, con algo de suerte, podrían incluso ahondar en un misterio”. Más que la historia misma, mi narración está ligada con un misterio que ni la ciencia ni cualquier orden divino pueden descifrar, no hasta ahora. Tan sólo resistirlo. 

Al final de la dictadura de Porfirio Díaz y el inicio de la Revolución Mexicana, el hospital psiquiátrico La Castañeda fue inaugurado el 1 de septiembre de 1910 con todo lujo y fastuosidad, dicen, considerado uno de los proyectos más ambiciosos de aquel régimen y destinado a ser un símbolo de progreso y modernización; sin embargo, con el paso del tiempo se convirtió en un escenario de torturas, historias lejanas de la visión vanguardista de un soñado sistema de salud mental en México. La Castañeda representa uno de los grandes retos que ha enfrentado el país en términos de salud, justicia social y derechos humanos. La difícil situación a la que se sometía a los pacientes reflejó la tensión y la crueldad de una sociedad en guerra durante el movimiento revolucionario, el abandono en años posteriores son también un precedente. Su legado sigue siendo relevante como un constante recuerdo de la negligencia e injusticias en torno al cuidado y tratamiento de enfermedades mentales. La historia de La Castañeda inspira a continuar trabajando por un sistema de salud mental más justo y humano. La atención a diversos trastornos mentales graves no es un tema menor. El riesgo de daño es potencial, daño a quien lo sufre, a quienes lo rodean. Daño colateral. La mente es poderosa y el cerebro procesa absolutamente todo. Ideas y percepciones se alteran, dejan de existir los significados. Ya no hay realidades, reales. Espejismos de cristal y ceguera visible se convierten en un eje que cobra sustancia. Son mundos habitados por desconocidos.  Las voces dominan espacios vacíos. 

Las líneas que escribo y he de escribir en cuanto a la historia del Manicomio General de La Castañeda y la etapa revolucionaria en México son producto de la fusión de enérgicas y valientes investigaciones de la escritora Cristina Rivera Garza y de Andrés Ríos Molina, así como de Jesús Silva Herzog. 

La investigación de Ríos Molina nos abre las puertas de “La Castañeda” con una descripción precisa de su distribución arquitectónica, jardines, fuentes, la ubicación de las viviendas de los médicos, los pabellones de servicios generales y de enfermos que se distribuían según el padecimiento y el sexo.

En el vestíbulo del edificio principal se registraban los ingresos, había lavandería, bodegas para todo tipo de propósitos, laboratorios, telégrafo, comedores, biblioteca, museo; en fin, un complejo que reunía los más altos estándares en arquitectura en su procuración de homologar a aquellos europeos. Por supuesto habría que hacer la mención de los talleres, a los pabellones de enfermería y electroterapia, los de imbéciles y los de distinguidos y distinguidas que pagaban una considerable contribución, los pabellones de alcohólicos, de peligrosos, de epilépticos…, y así una amplia gama que describía los distintos padecimientos como el de “histéricas y mal portados”. 

Cito a Ríos Molina: “La gran paradoja de La Castañeda es que fue pensada por sus creadores como una instancia para el control de los internos cuya “anormalidad” amenazaba el proyecto de nación moderna, sin embargo, comenzó a funcionar en un contexto marcado por la debilidad del Estado y en ausencia de un consolidado gremio de psiquiatras que controlara la dinámica interna de la institución.”

Se justifica su edificación, el aporte del régimen porfirista a un país en el que el cuidado de la salud mental, que estaba al borde del precipicio, se veía con esperanza. 

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