Lo que me inspira Joe Brainard

Las memorias son terreno común a todos: escritores apasionados y ávidos lectores. Por eso es que la lectura nos vuelve mejores personas.

9 de julio, 2024 Escritor Joe Brainard

Luego de batallar un tanto para conseguirlo, finalmente estoy leyendo el libro “Me acuerdo” de Joe Brainard, cuyo estilo anecdótico ha sido imitado por diversos autores a partir de la idea original.  Hace un recuento de momentos –como destellos—de su infancia y juventud en Tulsa, Oklahoma, en los Estados Unidos de Norteamérica.  Su primera edición apareció en 1969, cuando él contaba solamente con 27 años.  La actual edición, publicada por la editorial Eterna Cadencia, incluye además otros textos del autor, y cuenta con un interesante prólogo del recién desaparecido Paul Auster.

El libro, eminentemente autobiográfico, hace alusión a instantes que evoca el autor, y que nos colocan en el contexto de las infancias a mediados del siglo pasado, los usos y costumbres norteamericanos, y la lucha por buscar definirse dentro de la sociedad.  Muy en particular, en el caso de Brainard, su exploración frente a una sexualidad que distaba mucho del tradicional concepto cristiano vigente en esa época.

Una cosa que asombra es la capacidad del escritor para recrear escenarios que vivió en las diversas etapas de formación, lo que llama a los lectores a un descubrimiento personal de sus propias circunstancias.  Brainard nos remite a colores, sabores, marcas, sensaciones y vivencias que hicieron de él lo que fue en la vida adulta.

Menciona Auster y con sobrada razón, en su prólogo, que la maravilla de este libro es la forma como el autor hace trascender sus propios asuntos personales hasta convertirlos en experiencias comunes a todos, logrando así una total comunicación con el lector. Con gran parte de los destellos anotados me sentí identificada, pues no hay tanta diferencia de tiempo entre la infancia de Brainard y la mía propia: Películas que él menciona y que yo gocé de niña; bebidas infantiles; tardes de sábado.  La lectura de sus experiencias me hizo descubrir cuántos momentos que viví, los tenía totalmente desterrados de mi yo consciente.

Así solemos manejarnos los humanos: A la pregunta cotidiana de “¿Qué haces?” solemos responder que nada, como si lo que hacemos a lo largo del día no tuviera un significado en el total de nuestra vida.  La sociedad nos acostumbra a medirnos por resultados constantes y sonantes, y no por vivencias que no pueden ser contabilizadas, pero que, en muchos de los casos, constituyen esa materia que concede a nuestras vidas un sentido de trascendencia.

La invitación que nos hace Brainard es a detenernos tan seguido como deseemos hacerlo, para tomar nota de esos pequeños detalles que enriquecen nuestra vida de un modo único. La convivencia con seres queridos; la epifanía de un bello amanecer o una lluvia con su encanto único.  Esos momentos que no caben en una hoja de Excel para justificar cómo invertimos nuestro tiempo, ya que están más allá de cualquier medición posible.

Parafraseo a Paul Auster en la última parte de su prólogo a propósito de la tarea del autor: “Trabajando serena y pacientemente, sin otra ambición que la de pintar la mismidad visual y sensual de cómo se siente sentarse en una habitación y mirar por la ventana, entrega sus impresiones como un obsequio, ya que el arte para Brainard es un obsequio para otro, para alguien real o imaginado…”

Yo me quedo con esto último, en especial para justificar las tantas veces que me siento a escribir sin siquiera saber si alguien va a leer ese texto en el que me esmero.  O si acaso alguien lo lee y se guarda sus comentarios, positivos para alegrarme; negativos para permitirme hacer mejor las cosas a la siguiente.  Ni uno ni otro escenario me lleva al desánimo, a dejar de lado el esfuerzo de expresarme por escrito de la mejor manera, intentando crear puentes de comunicación hacia ese lector imaginado, receptivo y empático, al que pongo en mi mente cuando doy el primer golpe de tecla, dispuesta a cumplir con una tarea, que no por autoimpuesta deja de ser sagrada.  Si Brainard, siendo magistral, lo hizo hasta convertir sus inquietudes en libro, yo no tengo permiso para desfallecer, ni ahora ni nunca.

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