Mi propuesta en esta ocasión es lograr un breve acercamiento a la novela de Lewis Carroll Alicia en el país de las maravillas (1865), y a la versión cinematográfica del director Tim Burton (2010), cuya adaptación de la obra de Carroll ha sido objeto de atención debido a su exégesis cinematográfica; es decir, la creación de una obra nueva, pero análoga. Sin duda, el diálogo entre escritor, director y lector/espectador está aparejado al estudio de cualquier obra literaria llevada a la pantalla.
La audacia de Tim Burton, en varias de sus obras, pero en ésta en particular, se entrega a una literatura cinemática, un continuo descubrimiento de espacios, de innovaciones, de elementos creativos que permiten leer el cine desde un mundo singular y onírico. El cineasta recrea una novela que transgredió su época con profunda significación.
Tanto la novela como la película están cargadas de un constante devenir. Más allá de las innumerables interpretaciones psicológicas, filosóficas, sociales e incluso referencias bíblicas que se desvelan en Alicia en el país de las maravillas, el contexto se sitúa en un profundo proceso de transformación.
El Diccionario de la Lengua Española, publicado por la Real Academia Española y las Academias Correspondientes, afirma que el “devenir”, desde el punto de vista filosófico, es la realidad entendida como proceso o cambio continuo, o como un proceso mediante el cual algo se hace o llega a ser.
El devenir implica un cambio, un dejar de ser para adoptar otro estado. La situación de búsqueda para llegar a ser ese otro se manifiesta desde el inconsciente. El devenir niño se ha explorado a lo largo de la historia desde diferentes puntos de vista, como una experiencia mística o el eterno retorno.
El artista, el filósofo, el creador, todos cargan un espíritu niño; lo indispensable es dejar que se exprese de alguna forma. En el caso de Carroll y Burton se transgrede cualquier criterio existencialista y el devenir niño nace bajo el poderío de la imaginación.
En la introducción de Alicia en el país de las maravillas, Michael Holsquist, crítico literario, escribe sobre Lewis Carroll:
Muy bien pudiera ser que para Charles Lutwidge Dodgson la palabra niño tuviera un significado altamente específico. Significaba, en primer lugar, una niña; pero, además una niña cuya edad oscilase entre los diez y los trece años, que perteneciese a una clase media alta, que fuese bonita e inteligente, y estuviese bien vestida y educada. Pero es evidente que una visión tan restrictiva de lo que sea un niño no es la que animó a Lewis Carrol como autor. Los niños a quienes éste dirigió sus cuentos no están pensados en él en términos de cronología, sino como un estado de inocencia y honestidad perceptual. Si los niños son la audiencia propia del disparate, lo son sólo en la medida en que dejan que las cosas extrañas sean extrañas, en que se resisten a imponer por la fuerza viejos sistemas a lo nuevo y en que subrayan más las diferencias que las semejanzas.
Carroll se manifiesta como un genio de las metáforas relacionadas con el constante despertar del hombre al autoconocimiento. Aventuras que transcurren en un mundo metafísico evidencian las rígidas estructuras sociales a las que nos sujetamos; así, es una niña quien para salir de esta opresión se deja llevar más por lo fantástico que por lo humano. En su caída por el túnel reflexiona sobre lo que son las cosas y cómo quiere que sean; algunos intérpretes de la obra de Carroll entienden esta escena como la entrada al inconsciente. La exploración del niño inagotable.
Dentro de las estructuras que plantea Carroll está presente el tiempo. De este modo, el reloj del conejo puede comprenderse como un recuerdo de la irremediable pérdida de la inocencia del niño. Aunado a lo anterior, se pueden alegar interpretaciones más complejas a la obra literaria, interpretaciones que nos mantienen en la constante del devenir niño, aunque se salgan del ritual científico y nos lleven al ritual místico. Asimismo, encontramos en la obra de Carroll la invención de juegos sin reglas, no hay vencedores ni vencidos, son juegos que parecen contradecirse.
El mundo onírico obsesionaba a Lewis Carroll, su imaginación libre mezcló juegos lingüísticos en poemas y en frases como la de “feliz no cumpleaños”.
Es una novela compleja y fascinante. La cinematografía no ha dejado de reconocer esto de muy distintas formas, y en este contexto la habilidad del cineasta Tim Burton ―distinguido por ser de los más imaginativos y visuales de la industria―, supo transformar la historia al fusionar esta obra con su secuela: Alicia a través del espejo.
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