Sentado con tu recuerdo… esta noche es tibia y serena. Escucho el paso del aire por las hojas de los árboles, esa brisa que relaja, el ambiente es perfecto para volver a vivir las experiencias de nuestras vidas recordándolas con besos.
Mi mente se ilumina con ese primer beso que intercambiamos en la mejilla la primera vez que nos saludamos, recuerdo tu piel suave y tus labios tibios en mi rostro. Si era el comienzo de una relación, al paso de los días nos dimos cuenta de que éramos el uno para el otro.
De pronto, sin previo aviso, llegó ese beso que no se planea ni se pide, el que sorprende a ambos acercándonos lentamente como si algo nos empujara de manera suave hasta que nuestras bocas se encontraran. Podía sentir la atracción de nuestro ser, el calor de un nuevo amor.
Por fin llegó ese beso candente que podía dejar al descubierto la sensualidad de nuestra pasión, el que te ciega y pone todos tus sentidos en esa persona. No puedes detenerte, solo te dejas llevar besando cada rincón de su piel para llegar hasta lo más profundo de su ser y dejar huella del amor que nos envuelve.
También sé que hubo algunos besos que dejaron huellas de dolor y arrepentimiento, ese beso que sabe a amargo por la tristeza del momento pero, a la vez, lleno de amor y necesidad de consolar al ser querido.
Otros fueron simplemente de agradecimiento por los momentos y la vida que compartimos juntos esos besos sencillos reafirmaron nuestro compromiso día a día.
Hay otros besos que llevaron el sello de la indiferencia cuando no estuvimos de acuerdo, con el actuar uno del otro, pero que trató de ser verdadero; sin embargo, quedó en el intento, porque la decepción no dejó mostrar su belleza; solo fue un gesto insípido de puro compromiso.
Con amargura pero compresión, también sentí ese que le llaman “el beso de Judas” el que recibí por el simple hecho de fingir lo que no sentías, que llevaba la traición oculta con un acto de cariño y respeto que desmoronó con la primera sacudida. Y aun así lo disfruté, pues el amor es incondicional.
Hay besos que aún lloran, otros confirman, algunos venden y otros enamoran. Qué gesto más hermoso nos otorgó la vida, que con un solo toque nos hace sentir la vibra de quien lo otorga y quien lo recibe.
El beso que me negaste, ese que no culminó, que no pudo nacer, es el que más duele, pero también el que más ingre1. Agradezco los que negaste porque esos fueron los que me hicieron aferrarme a tu amor. Disfruté más los que vinieron después, pues esos llevaban el cariño acumulado de los que no te pude dar.
La tristeza de un beso es tan intensa como el apasionado, pero éste en vez de seducción lleva el ácido sabor de las lágrimas y la dulzura del amor que abraza al consolar al ser amado. Cuántos compartimos así.
También hubo besos de despedida, pero esos no se fueron se quedaron, pues dejan el penetrante sabor de las ganas de volver a vernos.
Con ansias espero el beso de bienvenida, ese que guardamos para cuando volvieras, el que traigo a aquí en mis brazos para poder decirte nuevamente lo mucho que te amo y cuánto me hace falta el sabor de tus labios.
Cada beso habla por sí mismo, tiene su historia, su pasión y su razón de ser.
“ESTA ES LA NATURALEZA DE MI SER”
1Ingrir (coloquial): aferrar, apegar, obsesionar.
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