El 23 de septiembre de 1910 el piloto peruano Geo Chávez despegó del aeropuerto del distrito de Brig, en Suiza con el propósito de aterrizar en la ciudad de Domodossola, Italia y con ello ganar los veinte mil dólares de premio por ser el primer ser humano en cruzar los alpes en un avión.
Su nombre completo era Jorge Antonio Chávez Dartnell y de ningún modo era un improvisado. Por el contrario, se trataba de un piloto de amplia experiencia que había participado en competencias importantes al grado de alcanzar el récord mundial de altura llegando a volar hasta los 2,652 metros, y todo a pesar de contar con apenas veintitrés años.
En la novela G, de John Berger se hace una extraordinaria y pormenorizada crónica del evento. En aquella ocasión las condiciones climatológicas eran malas. El viento soplaba con tal violencia que arrastraba las nubes en los picos más altos, aunque un poco más abajo el tiempo lucía perfecto. Cuenta Berger que no se movía ni una hoja en los árboles, que humo de las hogueras que los excursionistas encendían en los bosques se elevaba con suavidad hacia el cielo. Sin embargo, por encima de los mil trescientos metros los picos estaban nevados.
Sin embargo Luigi Barzini, un conocido periodista italiano de la época, en un artículo publicado en la Corriere della Sera el 23 de septiembre de 1910, asegura que pese a las condiciones atmosféricas y los riesgos, Chávez decidió intentarlo.
Despegó de Ried-Brig, Suiza y cincuenta y un minutos después emergió de entre las montañas alcanzado su destino final en la ciudad de Domodossola, Italia, aunque al momento del aterrizaje las alas de su avión se rompieron, cayendo en picado y quedando gravemente herido.
Las versiones del accidente fueron muchas. “No habría sido un aterrizaje perfecto –escribe Bergen en G–. Chavez calculó mal la velocidad. Estaba intentando aterrizar a noventa kilómetros por hora, en lugar de a sesenta. Lo que causó el accidente, sin embargo, no fue un ala, sino las dos, que se plegaron ambas como las de una mariposa cuando se posa” (1).
Aunque la versión más aceptada es que lo ocurrido fue una combinación en los vientos brutales de los alpes con el colapso de una pieza que unía el fuselaje con una de las alas que presentaba señales de una rotura anterior, y que había sido reparada de forma defectuosa.
Se rompió ambas piernas y sufrió heridas múltiples. Fue trasladado al hospital Hospital San Biaggio de Domodossola, donde fue declarado ganador de la competencia. Recibió el reconocimiento e infinidad de felicitaciones procedentes de todo el mundo. Lo visitó el presidente del Aero Club de Italia y concedió una última entrevista, de la que ya hemos hecho referencia, a su amigo el periodista Luigi Barzini, contándole todos los detalles del vuelo. Lamentablemente murió cuatro días más tarde debido a la pérdida de sangre.
A la fecha está considerado como un héroe de la aviación nacional civil del Perú. De hecho, el Aeropuerto Internacional de Lima lleva su nombre: Aeropuerto Internacional Jorge Chávez.
En sus Meditaciones, Marco Aurelio escribió: “El que anda alucinado por la gloria póstuma, no se imagina que cada uno de los que se acuerden de él morirá también muy en breve; después, a su vez, morirá quien lo reemplace, hasta que todo su recuerdo se haya extinguido, pasando de uno al otro, como luces que se encienden y se apagan” (2).
Si sabemos que nada permanecerá por siempre, ¿por qué los seres humanos somos capaces de dar la vida a cambio de una hazaña por la que seamos recordados? ¿Esta manera de no-morir en congruente o contradictoria con nuestro terror a finitud?
En El proyecto Atman, Ken Wilber explica que “el ego es una constelación de conceptos, imágenes, fantasías, identificaciones, recuerdos, subpersonalidades, motivaciones, ideas y datos ligados o vinculados a la sensación de identidad independiente” (3).
Y es desde ahí, desde ese ego exacerbado, que nos enfrentamos a la muerte, a la finitud, al vacío. Por eso no sorprende que construyamos creencias y religiones que nos aseguren la posibilidad de trascender ese umbral sin perdernos. La religión católica, por ejemplo, me ofrece la oportunidad, a mí, a Juan Carlos, de llegar al cielo y permanecer en él –siendo yo– por el resto de la eternidad.
A diferencia de otras especies, para nosotros la conciencia de la muerte no se limita al momento mismo de morir, o de que muera un ser querido. Una vez que entendemos que ésta existe y es inexorable, su presencia sutil nos acompaña hasta el final de nuestros días.
Asumir la disolución del sujeto independiente, lo que implica de hecho morir, entendido como el abismo de la nada, resulta en uno de los más grandes, sino el mayor hito que debe enfrentar el ser humano que se sabe mortal.

(1) Berger, John, G, Segunda Edición, Cuarta Reimpresión, España, Alfaguara, 2023, Pág. 165
(2) Marco Aurelio, Meditaciones, Segunda Edición, Novena Reimpresión, México, Taurus – Penguin Random House, 2025, Pág. 40
(3) Wilber Ken, El proyecto Atman. Una visión transpersonal del desarrollo humano, Quinta Edición, España, Kairós, 2008, Pág. 62
Contacto:
Instagram: jcaldir
Twitter: @jcaldir
Facebook: Juan Carlos Aldir
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