Querida Tora:
Llegaron unos vecinos nuevos al 17, y causaron una tremenda expectación. ¿Y sabes por qué? Porque el esposo es “guapérrimo”, como dicen ahora (Esa palabra no existe en el diccionario, pero alguien la inventó y la puso de moda). Al grado que varias de las viejas dijeron “que se lo iban a bajar” a la mujer. Y la del 48 hasta empezó a hacer planes. Pero es que todavía no lo conocían.
Ese día los nuevos se lo pasaron instalándose. Y las viejas iban a ver a cada rato “si se les ofrecía algo”, pero lo que en verdad querían era admirar al esposo de cerca. Por fin, los nuevos declararon que estaban muy cansados por la mudanza, y que por favor les permitieran retirarse a descansar.
“A descansar”, dijeron ellas, “riendo tontamente. “¡Sí, cómo no! Tonta sería ella si lo dejara descansar”. Y se fueron a sus viviendas; pero no se acostaron, porque querían escuchar lo que pasaba en el 17.
¿Pero qué crees? Dieron las doce de la noche y no se escuchaba nada. Pero a partir de ese momento empezó un ruido sordo, bajo y profundo que alteró a toda la vecindad. Muchos se levantaron alarmados y fueron a buscar la causa del ruido, y encontraron que procedía (No me lo vas a creer) del 17. Y empezaron a discutir lo que debían hacer: si llamar a la puerta, si hablarles por teléfono (Nadie tenía su número), o gritarles o…
Pero no tuvieron que hacer nada, porque al cabo de un momento salió la señora muy apenada. Todos corrieron a preguntarle qué sucedía, y armaron un guirigay espantoso. La señora se limitó a decir: “No sabía que mi esposo roncara así”. Y les explicó que en los pocos días que llevaban casados no lo había oído roncar nunca y que no se explicaba lo que estaba sucediendo. Pero les prometió poner pronto remedio al problema, y se metió a su casa.
Yo me metí detrás de ella.
Lo primero que hizo la mujer fue ponerle un tapa-bocas al marido, pero él se lo tragó al primer ronquido. Después un tapón de botella de vino que le ajustaba muy bien; al principio pareció dar resultado, pero luego descubrió que le había quedado un orificio muy pequeño, y en vez de roncar, el hombre empezó a silbar, que parecía un ferrocarril a punto de chocar con un orfanatorio, Más tarde se le ocurrió rellenarle la boca con trapos, pero por poco lo ahoga. Una mordaza tampoco dio resultado. Le puso la cabeza dentro de una cubeta, pero eso sólo hizo que el ruido se multiplicara. Por lo visto, el hombre tenía el sueño muy pesado, porque si no, menudo guamazo se hubiera llevado la mujer.
Para eso, ya eran las siete de la mañana y sonó el despertador. El hombre se levantó de un salto, besó a su esposa y empezó a arreglarse para irse a trabajar. Por lo visto, no se enteró de nada. Sin embargo, le extrañó ver el pasillo lleno de gente que, evidentemente, no había podido dormir, Pero se le hacía tarde, y no se detuvo a preguntar nada. Pero en cuanto salió de la vecindad, los vecinos corrieron a su casa, y exigieron a la mujer que hallara una solución para el problema. Ella les contestó que sí, que ese mismo día lo resolvería… pero no tenía la menor idea de qué hacer.
Pero la noche llegó, y el problema se volvió a presentar. Esta vez, hasta el portero y sus guaruras fueron a exigir a la señora que pusiera fin a aquel tormento. La pobre mujer lloraba y se retorcía las manos, diciendo que había consultado Internet y que no había hallado ninguna cura para eso. Entonces, los vecinos llamaron a doña Sura para que le hiciera un conjuro; pero ella contestó que lo había hecho la noche anterior a las tres de la mañana, porque no podía conciliar el sueño, pero que ”ese hombre es más fuerte que toda mi magia”, y se fue a dormir con una amiga en otra vecindad.
La esposa, sin dejar de llorar, les explicó que mientras anduvieron de luna de miel todo había sido perfecto. Y que cuando encontraron esa vivienda, ella misma había ido a comprar un colchón nuevo y unas almohadas blanditas, blanditas, como para nadar en ellas. Y en eso se oyó un grito.
Era la chava del 3, que está estudiando Medicina. Dijo que ya tenía la solución, pero que era demasiado tarde para ponerla en práctica, pero que el día siguiente todo se resolvería; y ella, dándole las gracias, se puso a repartir unos juegos de tapones para los oídos a los vecinos. Pero no alcanzaron para todos. Aunque así, al menos, les lanzaron menos maldiciones que la noche anterior.
Al día siguiente, la muchacha le trajo a la señora un paquete grande. Ella lo abrió y se encontró con una almohada de forma un tanto rara. “Es una almohada ortopédica”, dijo la chava. “Seguro que a su marido, con las almohadas blanditas, blanditas, se le tuerce la tráquea y eso hace que ronque. Esta almohada hará que la tráquea quede derechita, y no tendrá problemas”: Y así fue. Esa noche, todos pudieron dormir bien.
¿Ves cómo las cosas siempre tienen solución? Y a veces el remedio es tan sencillo que, por eso mismo, no lo encuentras. Lástima que una chava haya tenido que estudiar Medicina para resolver el problema de la vecindad.
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Cocatú
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