Querida Tora:
Fíjate que en la vecindad hay una señora-señorita (No estoy muy bien enterado de su status social) que llevaba como 30 años trabajando en una empresa. Empezó como señora (así les dicen siempre, sean lo que sean) de la limpieza, y llegó a ser Asistente del Jefe de Crédito; y en vez de ir al trabajo con camiseta y shorts, iba con traje sastre, y siempre se ponía un prendedor con la letra A (su nombre no empezaba con la letra A, pero se lo encontró en la basura y le gustó mucho) y lleno de brillantitos. Pues esta señora (le voy a decir así, por si acaso), se hizo mayor, fue perdiendo facultades, y alguien le sugirió que renunciara, y que ”algo” le darían por los años de trabajo.
¿Pero qué significaba ese “algo”? ¿Una gratificación, un diploma, un llavero o, simplemente, las gracias? La señora estaba muy inquieta, porque sabía que sería difícil conseguir otro trabajo; le darían una pensión, no muy generosa, pero también quería ese “algo”. Y ese mismo “alguien” (¿Sería el Destino, su ángel malo o, simplemente, un metiche?) le sugirió que no renunciara; que se fuera unos días de la ciudad y que como cuando volviera la iban a regresar a su casa, denunciara a la empresa “por haberla despedido sin justificación y no darle una indemnización”. Pues no lo pensó mucho, y a los tres días se fue lo más lejos que pudo (en camión, que es más barato); y en cuanto llegó, se regresó en un camión de segunda porque se le acababa el dinero.
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Efectivamente, cuando regresó a su trabajo la despidieron por más de 15 días de faltas injustificadas (con toda razón, déjame decirte), y lo que le dieron fue “muy poquito”, para decirlo en sus propias palabras. Entonces “alguien” le sugirió que demandara a la empresa, y ella la demandó. Vino una época pesada de demandas y contra-demandas, de abogados y de oficinas, de papeles y de audiencias; y ella tenía que ir pagando todo lo que le exigían. Pero como se gastó el dinero en el viaje, tuvo que pedir prestado, y acabó con la deuda más grande de toda su vida.
Por fin, ganó la demanda. Le dieron una cantidad de dinero como no había ella soñado en toda su vida. Pero allí empezaron sus problemas. Primero, para cobrar el cheque tuvo que contratar a un policía para que la custodiara en el viaje de ida y vuelta al banco. Luego le tuvo que pagar a su abogado; pero como no habían ajustado el precio al principio, el licenciado le pidió más de tres veces lo que solía cobrar por trabajos semejantes; y tuvo que dárselos. Luego, “alguien “ le pidió una recompensa por los buenos consejos que le había dado, y eso fue otro mordisco a su gratificación. Finalmente, las vecinas la invitaron a un café para que les platicara cómo había ido su asunto, y que lo iban a hacer por cooperación. Pero con lo que dieron sólo les alcanzó para el café del puesto del Metro, que ni marca tenía; pero como allí no podían hablar, la señora las invitó a todas “un trago” para celebrar la ocasión. Y no veas cómo se pusieron. El del 37 le dijo a su mujer que la quería de vuelta a las nueve de la noche, pero ¿qué crees?: llegó pasadas las doce, arrastrándose y jurando que no lo volvería a hacer. Pero al fulano no le importó, y se lanzó sobre ella. La pobre vieja le pedía perdón en todos los tonos; pero lo que él quería era pegarle, y le dio una buena felpa. Con decirte que la dejó como alfombra para el pasillo, ni siquiera para la sala…
A las otras viejas les fue más o menos igual, aunque sus viejos no son tan brutos como el del 37; pero todas tuvieron que pasar en algún momento con la enfermera, fuera para curarse la cruda o las heridas, y la enfermera ya quería que la señora le pagara por tantas vendas y pomada como gastó. Ella se defendió diciendo que los servicios del Seguro Vecinal eran gratuitos, pero la enfermera decía que era demasiado; y, sobre todo, que era producto del vicio de las señoras, y que eso no tenían por qué pagarlo los otros vecinos. Tuvo que intervenir el portero y decir a la enfermera que se callara; que si no, le iba a quitar el puesto. Y como el servicio no da mucho, pero es seguro, la enfermera se tragó el coraje, y a la pomada para las heridas le echó mayonesa para que rindiera un poco más.
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La señora se puso a buscar trabajo, y lo único que consiguió fue para hacer la limpieza en unas oficinas, pero le dio mucho gusto volver a su cubeta, su escoba y su recogedor.
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