Solidaridad mexicana: llamarada de petate

¿Dónde quedó la solidaridad y participación ciudadana exhibida por los mexicanos el pasado mes de septiembre?

26 de octubre, 2017

¿Dónde quedó la solidaridad y participación ciudadana exhibida por los mexicanos el pasado mes de septiembre? ¿Dónde están las cadenas humanas, las filas de voluntarios y las decenas de donativos? ¿Dónde estuvieron el pasado 19 y 21 de octubre, cuando se realizaron marchas en pro de víctimas, damnificados o de la transparencia en el uso de donativos?

Al parecer la solidaridad y participación ciudadana del mexicano es llamarada de petate, como si una vez “pasada la emergencia” los damnificados no necesitaran más ayuda, ni tuviéramos un gobierno propenso malversar donativos. Abunda una actitud de: “yo ya doné, yo ya fui voluntario…ya cumplí”. Así, las citadas marchas del 19 y 21 de octubre pasaron sin pena ni gloria, apenas mencionadas como aviso a los automovilistas para fines de vialidad. Pero eso sí, el desfile de catrinas sí que tuvo participantes, réplicas en otras ciudades del país y mayor cobertura de los medios.

¿Por qué hay mexicanos que creen que es suficiente mostrar solidaridad en momentos de emergencia, para después volver a la indiferencia y apatía de siempre? Hay varias formas de analizar y explicar tal comportamiento. Una primera forma de explicarlo son las estrategias de afrontamiento o formas en que los individuos lidian con la tragedia. Una de estas estrategias es el afrontamiento conductual, que en términos simples es actuar directamente sobre el problema, incluso a costa de la propia seguridad. Así, cientos de mexicanos se volcaron a las calles, casi de manera automática sin pensar en consecuencias. Sin embargo, una vez pasada la situación de alerta, es decir, cuando la persona considera que no hay emergencia que afrontar, vuelve a su vida normal.

Otra forma de explicar la solidaridad de llamarada de petate es el nivel de madurez o juicio moral predominante entre estos voluntarios y donantes temporales. Según Lawrence Kohlberg, psicólogo de la Universidad de Harvard, la mayoría de la población mexicana tiene una madurez moral convencional[1]. Esto quiere decir que los juicios sobre lo que se considera correcto o incorrecto, se basan en lo que un grupo de allegados o el grueso de la sociedad mexicana dice o hace. De este modo, si en casa me dicen que ante un sismo “lo correcto” es apoyar o si cada 19 de septiembre escucho en los medios que “los mexicanos somos solidarios ante la tragedia”, entonces no ayudar sería antipatriótico, irresponsable o propio de una “mala persona”.

Aceptémoslo, en la práctica, en el día a día, el mexicano no es solidario. ¿Dónde están las cadenas humanas para la gente de Iztapalapa que no tiene agua o las brigadas de despensas para quienes pasan hambre en muchas regiones del país? Si estás pensando “no es igual” o algún pretexto similar, es tu madurez moral convencional la que está hablando. ¿Por qué un niño atrapado en los escombros es más importante o merece más tu atención que un niño en la sierra que, si bien le va, come quelites una vez al día? Ambos están en peligro de muerte. ¿Cuál es tu criterio para repartir solidaridad? ¿Por qué sí en los sismos y no en otras situaciones? ¿Por qué condicionas tu solidaridad cuando ésta, por definición, no admite condiciones ni es temporal?

Con lo anterior no pretendo decir que en la próxima emergencia la gente no apoye. En cualquier tragedia la ayuda se agradece. Lo que no se vale es caer en el autoengaño o que los medios vendan la falsa idea del “mexicano solidario”. Si realmente lo fuéramos sabríamos ejercer nuestro derecho a la manifestación sin atropellar el derecho a libre tránsito de los demás. Nuestro trabajo voluntario y/o donaciones serían cotidianas y no solo ante la tragedia. Cada quién haría bien su trabajo, pues le importaría el impacto que éste tenga en los demás.

No se requiere de mucho para ser solidario, basta reconocer que todos necesitamos de todos para tener un mejor país, lo cual requiere un trabajo diario y no llamaradas de petate. 

 

La SOLIDARIDAD no es un sentimiento superficial por los males de personas cercanas o lejanas. Es la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común, es decir, por el bien de todos y cada uno […] El ejercicio de la solidaridad dentro de cada sociedad es válido sólo cuando sus miembros se reconocen unos a otros como personas […] Es un camino hacia la paz y hacia el desarrollo […] que exige la superación de la política de los bloques, la renuncia a toda forma de imperialismo y la transformación de la mutua desconfianza en colaboración.

Juan Pablo II[2]

 


[1] Kohlberg, L. (1992) Psicología del desarrollo moral. Bilbao: Biblioteca de Psicología Desclée de Bouvier

[2] Juan Pablo II (1987) Sollicitudo Rei Socialis, Sección V, apartados 38 y 39. Recuperado el 24 de octubre de 2017 de: http://w2.vatican.va/content/john-paul-ii/es/encyclicals/documents/hf_jp-ii_enc_30121987_sollicitudo-rei-socialis.html 

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