Hacia donde quiera que volteemos, todo parece indicar que hacer daño a otros es parte de las actividades propias de cualquier labor, profesión o rol social. Pareciera que robar es parte del oficio de la política o que pagar sueldos de hambre a los trabajadores es una estrategia de mercado válida. Que el 54% de las mujeres en México sufra algún tipo de agresión en el ámbito familiar o de pareja (INEGI, 2017), sugiere que los insultos, golpes, violaciones o amenazas económicas son parte de las relaciones familiares.
Parece que en México hacer el mal es algo banal, es decir, cotidiano e insignificante. Lo peor es que la banalidad del mal no solo se presenta en políticos, empresarios o maridos golpeadores. Está en el ciudadano común, que evade su responsabilidad en actos reprobables (e.g., mentir, agredir, discriminar, violar la ley), argumentando que “todo el mundo lo hace”, “que así son las cosas” o que está “siguiendo órdenes”.
El fenómeno de “banalidad del mal”, fue estudiado por la filósofa alemana Hannah Arendt, después de asistir al juicio de Adolf Eichmann (oficial alemán responsable de la transportación de deportados a campos de concentración). Eichmann se declaró inocente, argumentando que él no había matado a ninguna persona y que solo había seguido las órdenes de sus superiores. Mencionó que los deportados eran enemigos, que su trabajo de enviarlos a los campos era congruente con las reglas de la guerra y que lo que les ocurriera, una vez que salían de los trenes, no era responsabilidad suya.
Al igual que Eichmann, nuestros políticos dicen que socavones en obras públicas son responsabilidad de la constructora y no de ellos. Empleados de empresas violan derechos laborales o mienten a los clientes, argumentando que les pagan para ejecutar órdenes y lograr metas. Así como Eichmann apeló a las reglas de la guerra para justificar lo ocurrido en campos de exterminio nazi, muchos mexicanos legitiman su comportamiento violento hacia su pareja, hijos o subordinados en añejas normas sociales, que indican que los blancos, los hombres, los jefes o los de mayores estudios valen más que otros y que tienen el derecho a maltratar a “sus inferiores”.
En suma, hay millones de mexicanos que van por las calles creyéndose ciudadanos ejemplares y “buenas personas” porque, al igual que Eichmann, no han cometido ningún delito en su vida y actúan de acuerdo con las reglas (costumbres) de la sociedad. Sin embargo, lo bueno y lo correcto no puede ser limitado a los delitos incluidos en un código penal, ni se puede afirmar que las costumbres sociales son sanas (e.g., en México es costumbre pasarse los altos y discriminar a los morenos).
Si bien Eichmann no mató a nadie directamente, sí fue parte de toda una maquinaria de exterminio. Así, quien participa (como jefe o como ejecutor de las órdenes de éste) en negarle seguridad social a un trabajador o pagar sueldos bajos, es parte de una cadena de acciones que contribuyen a condenar al trabajador y a su familia a la pobreza. Quien le miente a un cliente contribuye a un clima de desconfianza y abusos; quien discrimina a un colega de trabajo o a un subordinado, perpetúa la injusticia. La indiferencia de empresarios y políticos perpetúa la falta de oportunidades, que lleva a la gente a migrar a EUA o a emplearse en organizaciones criminales.
La sociedad mexicana es tremendamente abusiva. Basta ver las encuestas respecto de violencia intrafamiliar, discriminación, violaciones a derechos laborales y humanos. No podemos aspirar a tener un país de leyes si cada uno, en su ámbito de actuación, evade su responsabilidad sobre las decisiones que toma (pues se toma una decisión cuando se obedece a un jefe que ordena algo indebido). Sea por acción o por omisión, nos volvemos cómplices de la maquinaria de injusticia, violencia, ilegalidad y pobreza de México.
Si bien no es realista pensar que un padre/madre de familia va a desafiar a su jefe y ganarse un despido en pro de la rectitud, si es posible contribuir a un mejor país con acciones muy sencillas:
- Dejar de agredirnos en la calle, trabajo y familia.
- Ejercer nuestro derecho de elegir trabajar en empresas con buenas prácticas laborales. Las empresas no nos hacen un favor al contratarnos. Así como ellos nos investigan y ven opciones, también nosotros debemos evaluar a potenciales empleadores.
- Hacer bien nuestro trabajo y no prestarse a perpetuar malas prácticas.
Seamos conscientes que una agresión o mala práctica laboral, repercute en la vida de aquel que la recibe. ¿Nos gustaría ser aquel que la recibe?
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Referencias
INEGI (2017) Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares 2016, recuperado de: http://www.beta.inegi.org.mx/contenidos/proyectos/enchogares/especiales/endireh/2016/doc/endireh2016_presentacion_ejecutiva.pdf, el 22 de agosto de 2017.
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