Autor: Verónica Bolón Canedo Profesora Titular de Ciencias de la Computación e Inteligencia Artificial, Universidade da Coruña
Autor: Sergio Travieso Teniente Responsable de Reporting y profesor, Universidad Francisco de Vitoria
En esta era de transformación tecnológica y social, la inteligencia artificial conquista cada vez más tareas hasta ahora reservadas a los humanos. Pero ¿hasta dónde debe llegar? Por ejemplo, ¿le daría usted un escaño en el Parlamento a una inteligencia artificial?
Realizamos esta pregunta a un total de 90 personas en las Jornadas de Divulgación Innovadora D+i, un evento de divulgación celebrado en Zaragoza. El público tenía que contestar “sí” o “no” y aportar una pequeña explicación.
Se trataba de un público bastante receptivo con la inteligencia artificial, pero el resultado es bastante concluyente: un 78 % de los que respondieron no se lo otorgarían. Tras la mesa redonda compartida por los autores de este artículo, se les invitó a volver a responder a la misma pregunta. Y parece que el debate generado hizo que algunos asistentes cambiasen su opinión, ya que en la nueva votación 3 de cada 10 personas sí le darían el escaño a la inteligencia artificial (el sí aumentó desde el 22 % original a un 30 %). Realmente, disponer de información puede hacer que modifiquemos nuestra opinión, aunque cambiar de parecer sea una de las cosas más complicadas para el ser humano.
A continuación, pedimos a una inteligencia artificial cuantitativa (la versión 4 de ChatGPT) que hiciese un resumen de las opiniones de los participantes. Entre los argumentos a favor de dar un escaño en el Parlamento a una inteligencia artificial destacaba una mayor objetividad y la oferta de una nueva perspectiva del debate político. Sin embargo, la mayor parte de las respuestas, contrarias a otorgarle el escaño, se centraron en los miedos por la falta de desarrollo y los problemas derivados de la manipulación o los sesgos.
En resumen, hay dos razones fundamentales para negarle el “derecho al voto” a la inteligencia artificial: la pérdida que supone para el ser humano y la incertidumbre que aún genera la IA.
El humano ante la IA
Aunque se lleva investigando desde mediados del siglo pasado, el usuario medio supo que se estaba usando la inteligencia artificial hace apenas un año, con el lanzamiento de ChatGPT 3. Y eso es muy poco tiempo para que nos acostumbremos a una herramienta tan poderosa.
De hecho, según un estudio de KPMG, en España únicamente un 8 % de de empresas admiten haber integrado la IA de forma proactiva en los procesos diarios. Y tenemos la percepción de que este porcentaje es menor en el ámbito personal (aunque no tenemos datos que lo corroboren).
La debilidad de la IA
En cuanto a la propia inteligencia artificial, efectivamente esta tecnología está aún muy inmadura para una tarea de tantísima responsabilidad. Ahora mismo se habla de IA débil o estrecha.
Esto quiere decir que es muy buena en una tarea concreta, superando incluso a la habilidad humana, como ocurre por ejemplo jugando al ajedrez. Sin embargo, esta inteligencia artificial débil no es capaz de generalizar a otras tareas, como hacemos los humanos –y como hace lo que se conoce como inteligencia artificial fuerte o general–.
Por ejemplo, ChatGPT es muy bueno con todo lo relacionado con el lenguaje, pero comete muchos errores si le pedimos operaciones matemáticas simples.
Volvamos a la pregunta del debate: ¿le daría un escaño en el Parlamento a una inteligencia artificial?
Es cierto que los seres humanos nos equivocamos y hacemos elecciones basadas en la pasión, en la irracionalidad, nos creemos mentiras o falsas promesas. Y también es verdad que la política no vive su mejor momento ni en España ni el resto de los países de nuestro entorno (según el CIS, es el problema que mayor porcentaje de españoles considera en primer lugar).
Pero, aún así, somos las personas quienes tenemos la capacidad para equivocarnos. Podemos darnos cuenta de los errores e, incluso, volvernos a equivocar. Ésa es la esencia de la libertad que tenemos.
Es posible que una inteligencia artificial puede llegar a cometer menos errores (todavía no es así), pero ¿estaríamos dispuestos a sacrificar nuestra capacidad de decidir porque una inteligencia “superior” (que se equivoca menos) pueda beneficiarnos?
Que los políticos la usen
Otra cosa muy diferente sería abogar porque los políticos usasen la inteligencia artificial de manera efectiva para tomar mejores decisiones. Usar de manera correcta la IA hace que las capacidades humanas se potencien, que seamos más productivos y creativos.
Eso sí sería un gran avance para la sociedad: tomar conscientemente mejores decisiones apoyados por la tecnología, pero manteniendo el control y la responsabilidad.
La inteligencia artificial se ha ido colando en nuestra vida cotidiana casi sin darnos cuenta. Ya hace más de veinte años que llegó a nuestras casas en forma de aspirador inteligente. Más tarde, hemos confiado a la inteligencia artificial todo tipo de tareas, desde que nos recomiende una película, hasta que envíe un mensaje por nosotros.
Al mismo tiempo, hemos sido testigos de impresionantes avances. Se han creado sistemas inteligentes que pueden aprender y dominar juegos complejos como Go y ajedrez. También hemos visto como la inteligencia artificial puede predecir la estructura tridimensional de las proteínas a partir de su secuencia de aminoácidos, una tarea que hace unos años se pensaba que era imposible de resolver. Nos vamos acostumbrado a ella.
En el camino, si llega al Parlamento, está en nuestras manos que lo haga para ayudarnos.
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