Autores
- Loreto Corredoira AlfonsoProfesora Titular de Derecho de la Información, área de Derecho Constitucional, Universidad Complutense de Madrid
- Catalina Andrea Gaete SalgadoPersonal investigador en formación del Observatorio Complutense de Desinformación, Universidad Complutense de Madrid
No existe evidencia para sostener que los desórdenes informativos determinaron el resultado de la elección y el triunfo arrollador de Donald Trump en las últimas elecciones en EE. UU., celebradas hace unos días, pero sí de que están cambiando la forma en que se desenvuelve la democracia en su momento de máxima expresión.
Tras 40 días monitoreando casi un centenar de cuentas de redes sociales antes y durante las elecciones, el Observatorio Complutense de Desinformación ha analizado sus resultados.
A partir del seguimiento de 93 cuentas de usuarios, medios de comunicación y canales de difusión en Estados Unidos –muchos de ellos en español–, investigadores de este observatorio identificaron bulos, narrativas hostiles y acciones de interferencia en las elecciones norteamericanas.
Durante poco más de 40 días, desde el 24 de septiembre al 5 de noviembre, el equipo de investigación identificó al menos 100 bulos electorales circulando en el ecosistema informativo de Estados Unidos, utilizando conocidas técnicas para la elaboración de contenido desinformador y repitiendo viejas estrategias para deslegitimar a alguno de los candidatos.
Contenido manipulado o fabricado
A lo largo del proceso de observación, fue común ver vídeos ralentizados de Kamala Harris hablando en público, con una descripción –muchas veces bilingüe– que afirmaba que la candidata demócrata estaba ebria. Vídeos como estos se viralizaron en múltiples plataformas como TikTok, Facebook y X. Este tipo de desinformación se denomina “contenido manipulado”, ya que introduce modificaciones a material genuino con la intención de distorsionar la realidad y engañar.
Otro destinatario común de la desinformación fue el proceso electoral. Con múltiples posts y vídeos, las redes sociales dieron por cierto que las máquinas de voto electrónico no permitieron votar por un candidato, que inmigrantes ilegales llegaron a votar en masa o que más de 50 personas registraron su domicilio electoral en un convento en Pensilvania, uno de los siete estados indecisos.
En muchos de estos casos, la respuesta a la desinformación no se hizo esperar. Por ejemplo, un vídeo mostraba a una persona abriendo sobres con votos por correo, rompiendo los que marcaron su preferencia por Donald Trump mientras lo insultaba. Cuando el voto era para Kamala Harris, la persona volvía a guardar la papeleta en el sobre.
Este tipo de desinformación se denomina “contenido fabricado”, ya que implica la creación de material falso con la intención de engañar. El vídeo fue viralizado entre el 24 y el 26 de octubre, incluyendo una descripción que indicaba que el supuesto fraude habría ocurrido en el condado de Bucks, también en Pensilvania.
El mismo 24 de octubre, la Junta Electoral del condado emitió una declaración bipartidista. “This video is fake” (“Este vídeo es falso”), aseguró el órgano electoral, explicando que los sobres y papeletas no correspondían con el material auténtico que distribuye el condado.
Politifact, uno de los principales medios verificadores del país, investigó el caso y también determinó la falsedad del vídeo, aportando evidencias y entrevistas con fuentes académicas y oficiales. Por su parte, Meta y X añadieron etiquetas en algunos posts redirigiendo al comunicado de la Junta Electoral y explicando que el acceso al contenido sería limitado por incumplir las reglas de las plataformas.
Hasta ahora, los estudios que han abordado el impacto de la desinformación en procesos electorales no han demostrado que bulos como estos puedan tener un impacto en la intención de voto. Un artículo publicado en 2023 por la revista académica European View indica que la desinformación tiende a reforzar opiniones y decisiones preexistentes a la exposición a un bulo, incluida la decisión de voto. Sin embargo, ejemplos como estos sí demuestran que la desinformación desdibuja los tradicionales contornos de los procesos electorales, añadiendo nuevas tareas y desafíos.
Así como el condado de Bucks en Pensilvania tuvo que reaccionar con rapidez ante un bulo circulando en el entorno digital, órganos electorales y medios de comunicación en todo el mundo se enfrentan a la faena de garantizar el correcto funcionamiento del proceso en ecosistemas informativos contaminados.
Desinformación desde el Imperio Romano
Ni la mentira ni la manipulación son un fenómeno nuevo. Al contrario: si seguimos la cronología de las periodistas Julie Posetti y Alice Matthews, nos remontaremos al Imperio romano, cuando las calumnias fueron un arma de guerra más entre Octavio y Marco Antonio. Con el fin de desacreditarse mutuamente, a partir del año 33 a. C. ambos militares distribuyeron monedas con inscripciones y símbolos propagandísticos por todo el imperio.
“La mentira siempre ha sido compañera de la información desde sus inicios”, dijo el periodista y exprofesor de Derecho a la Información Ignacio Bel, describiendo una de las más pretéritas –y menos éticas– formas de hacer política.
Pero las guerras desinformativas de la Antigua Roma son muy diferentes a las que se libran en el siglo XXI. Hoy, las tecnologías proveen a los usuarios de canales de distribución de amplio alcance y de sofisticadas herramientas para confeccionar mensajes, con imágenes, audios y vídeos que casi no dejan lugar a dudas sobre su autenticidad.
Por otro lado, la desinformación se desenvuelve en un ecosistema digital complejo, compuesto por plataformas de redes sociales que operan a través de algoritmos y sistemas de recomendación automatizados que seleccionan los contenidos que aparecerán en el feed basándose en los patrones de comportamiento del usuario.
En un contexto electoral, esos patrones de comportamiento transformados en datos son el nuevo insumo de las campañas políticas, con los que se confeccionan mensajes automatizados y personalizados al perfil del votante. Según una reciente publicación sobre el uso de inteligencia artificial y algoritmos en campañas electorales, estas estrategias sobreexplotan información personal con fines de influencia, agitación y propaganda, inaugurando una época de “elecciones de alto riesgo”.
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