Para mejorar o sustentar el crecimiento económico en las nuevas condiciones de cualquier mercado, el primer paso es entender la paradoja entre innovación (reformar) y libre comercio efectivo. En este sentido pongo en la mesa una nueva visión de la Economía del Conocimiento, en donde Peter Drucker (1994) señala que los economistas creen que la economía está determinada, o bien por el consumo, o bien por la inversión. Los keynesianos y neokeynesianos (Friedman) la hacen depender del consumo; los clásicos y neoclásicos la hacen depender de la inversión.
La economía Mexicana en este sentido puede fácilmente clasificarse como neoclásica derivado de su fuerte dependencia a las reformas estructurales y su creciente apertura económica. Ambos factores se hallan orientados a la captación de inversión, ello para la supuesta puesta en marcha de los capitales que en teoría aumentarán los flujos del mercado derivando en crecimiento económico, empleos y más consumo.
Uno de los supuestos de la innovación en general es el de comenzar a cambiar las cosas que no funcionan, pero ser cuidadoso con las cosas que son eficientes y suman a las metas y los objetivos.
Nuestra economía neoclásica no está captando las inversiones pretendidas, o al menos no al ritmo que se requiere para compensar la salida de las utilidades de los diversos jugadores neoliberales con presencia en el territorio Mexicano.
Nuestros números e indicadores nacionales acumulan un crecimiento estimado de 2.5% del PIB para 2015, una devaluación acumulada del 25% en el tipo de cambio con una tasa de desocupación del 4.2%, aunque con respecto a esta última variable se consideran empleos eventuales y de mala calidad como parte del cálculo del indicador.
Si nuestro sentido económico en México es tan claramente la inversión, ¿no será que estamos un poco distraídos en el rumbo de las políticas económicas?
En la jungla de nuestra economía tenemos una realidad mucho más Keynesiana como las iniciativas de aumentar el salario, recuperar los 5 millones de empleos en rezago, abrir nuevas empresas, combatir la informalidad, mejorar la recaudación y hasta compartir los sectores de la minería y de la energía mediante concesiones pero con ninguna de ellas, por lo visto, nos hacemos más competitivos o generamos inversión efectiva.
Somos entonces ¿Keynesianos o Neoclásicos? No vamos a resolver esta bipolaridad esquizofrénica de nuestra economía. Somos distraídos.
La economía del conocimiento se reduce en un solo supuesto: Aprender a competir. A México le hace falta esta nueva visión y debe ensamblarse como país en este sentido si queremos salir del rezago.
Competir mejor como país inicia con: 1. Respetar a nuestros jóvenes y darles herramientas con una mejor educación y empleos honorables; 2 Mejorar la inversión social para contar con una mejor infraestructura que conlleve a la productividad industrial y del campo; 3 Eficientar el desmesurado gasto público, (gastamos como si no nos importaran los ciudadanos); 4 Ser realistas con nuestro sector energético, somos caros e ineficientes, eso es inflacionario y debe cambiarse pero no con los de afuera; 5 Pensamiento ciudadano, mejorar la seguridad y el derecho al empleo; 6 Respeto y tolerancia al país, respetar la democracia y los gobiernos que los ciudadanos eligieron, y; 7 Mejorar las condiciones laborales, homologar a las condiciones del mercado mundial los salarios, si un presidente municipal se aumenta el doble del salario no veo porque no se pueda desvincularse de las leyes el salario mínimo y hacerlo realista y más competitivo.
Peter Drucker tiene razón. La economía del conocimiento es el futuro. Hay que adecuarse a las nuevas condiciones del comercio global pero debe conservarse aquello que nos beneficia y nos hace ser más competitivos.
En México, como vamos, la neta no somos buenos para competir, excepto en mano de obra. Para muestra los alemanes haciendo los mejores carros en México o los Belgas haciendo la mejor cerveza. Pero competir no es poner solamente la mano, es crear industrias con ese liderazgo global.
En la economía del conocimiento el primer paso es que nuestros economistas comprendan su rol de servicio a la nación, que lean y se relancen como nacionalistas liberales y demócratas. Entonces tal vez crearemos este lugar hipotético hoy en donde consumo e inversión convivan en el gran equilibrio: el tan anhelado crecimiento económico.
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