El 5 de abril de 1933 la Reserva Federal de EUA emitió la orden ejecutiva #6102. Franklin D. Roosevelt firmaba en ella un decreto presidencial por el cual prohibía la posesión de oro para cualquier ciudadano o empresa estadounidense con la advertencia de que, de no entregarlo al gobierno recibiendo al cambio el pago de 20.67 dólares por onza (31.1 gramos), se harían acreedores a una pena de cárcel de 10 años o 10,000 USD de aquel tiempo.
El país salía de una gran depresión y el papel moneda de los dólares se soportaba en el patrón de oro. Roosevelt veía claramente en la posesión del oro el control de la economía. Posteriormente, un año después el mismo fijó un precio de 35.00 USD por onza, recuperando importantes reservas y capacidad del gobierno para producir empleos quien era quien ahora poseía el 95% de todo el oro disponible.
En 1971 el patrón oro dejó de ser la referencia de la moneda estadounidense. Richard Nixon declaró el fin de la obligación de convertibilidad de oro por dólares. Más tarde, en 1974, Gerald Ford promulgaría una nueva ley que restablecía la posesión de oro libremente, el cual había sido desvinculado a pagos del tesoro norteamericano por el papel moneda.
¿Qué fue lo que permitió cambiar de un patrón de oro a uno de simple papel en tan solo 41 años? La Confianza.
La confianza es, sin duda, el nuevo patrón para las operaciones cambiarias internacionales y nacionales. Desde finales de los 80s, con el arribo del neoliberalismo como la moda comercial, un país tiene el respaldo de la comunidad financiera internacional si, sólo si, su economía es un generador de confianza.
Es por ello que podemos explicar porque nadie quiere a las monedas débiles del mundo. En la respuesta corta, son sinónimos de desconfianza y pérdida cambiaria. Algunos ejemplos son el bolívar, el rublo, el peso argentino y más recientemente lo será, si vuelve a existir en unos, años el dracma griego.
El peso de México no se considera una moneda débil aún, pero sí tiene signos en su tipo de cambio reciente de una pérdida de confianza generalizada. Nuestros tropiezos recientes se han magnificado y cayeron muy inoportunos en la situación global. Contamos con una profunda crisis de inseguridad, desigualdad social, carencia de empleo y un nuevo fenómeno de la pérdida de confianza de nuestros empresarios y bancos.
Todo esto nos ha colocado peligrosamente sobre la ola de depreciación de nuestra moneda, que tal vez será reversible con las acciones correctas, pero sobre todo iniciará con el restablecimiento de la confianza en quienes nos gobiernan, acompañado por los banqueros y los grandes inversionistas que ven en México este desparpajo social y económico.
El decreto #6102 fue un riesgo monumental, pero Franklin D. Roosevelt sabía, en el fondo, que en el mediano plazo el gobierno sería percibido con una nueva capacidad económica para controlar el flujo del dinero. Creó los pilares de confianza necesarios para la economía de ese tiempo. Migrar al patrón desde el oro al de la “confianza” además de ser un acto de nacionalismo fue un claro ejercicio regulatorio.
México necesitaría un golpe de timón en nuestros rectores y custodios del tipo de cambio (la comisión de cambios). Están apostando por la libertad de los mercados para este estira y afloje del peso mexicano, y quizás pasan por alto la ola especulativa involuntaria que los bancos provocan sacando sus utilidades en el mercado de divisas. Quizás lo saben, pero creen que en algún momento México recibirá una oleada de inversionistas que, en tiempos de cautela neoliberal, se antoja francamente un escenario lejano.
Aparentemente estamos creando una economía de la “desconfianza”. Tanto así que si los bancos fueran patos, el peso sería el patito feo en este momento.
Un acto necesario para México sería sentarse en la mesa con los empresarios icónicos de este país para que regresen parte de sus dólares producto de sus utilidades en sus operaciones internacionales, por ahí se puede empezar; hay grupos regios y chilangos, principalmente de la comunidad libanesa, que podrían crear ese punto de inflexión para mejorar la confianza en el peso mexicano que tanto se necesita.
México necesita fortalecer la confianza de todos sus ciudadanos, se necesita creer de nuevo en que este país y su gobierno apuestan por el bienestar de sus habitantes, sus jóvenes y niños. Esto solo puede ser posible si los economistas en el gobierno actúan con sentido común, quizá con un poco de espíritu regulatorio hacia la banca, pero también consensando con la iniciativa privada.
No hay un solo inversionista que quiera un país en el cual las utilidades se pulverizan con una moneda débil. Nadie mete sus dolaritos en una economía insegura, compleja y tal vez próximamente inflacionaria.
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