Para evitar que la gente se percate de que hablamos de dinero, hay que nombrarlo de muchas formas que nos ayuden a evitar la escabrosa palabra que incita al robo. Dicen por ahí que en arca abierta hasta el justo peca.
No sería sorprendente que este miedo sea la misma fuente del lenguaje de los arrabales denominado caló. Muchas palabras para referirse al dinero han pasado al lenguaje coloquial después de haberse inventado en los lugares donde se habla jerigonza.
La primera vez que escuché “varo”, pensé en todo, menos en dinero. Es más, ni siquiera me pasó por la cabeza tal como lo escribí, sino con b grande, de burro, porque la muy jumenta andaba trotando por el rumbo de los barómetros y de los títulos nobiliarios.
Creo que no andaba tan perdida, puesto que cualquier aparato para medir presión se tronaría si lo pusieran cerca de alguien que tiene que proveer para su casa y se saca el forro de las bolsas antes de llegar a fin de mes. Y ni qué decir de la cantidad de varo que llega a tener un Barón. Eso para no hablar del otro, el que se escribe “varón”, porque ya es tema para otra nota y de otra sección.
Billete es un término específico para aludir a una forma de presentar el dinero, pero se utiliza de tal forma que “billete” y “dinero” se han convertido en sinónimos.
Marmaja me trae imágenes de montones de algo, como de hierba que sale de un diablo de resorte y se va haciendo más y más. En el argot de los mineros, marmaja es una piedra de color dorado que tiene partes cristalinas que la hacen brillar en una forma tan impresionante que se le conoce como “el oro de los tontos”. Si nos ponemos a pensar en la forma en que se fabrica dinero mediante el crédito, no está mal usado el término.
El caso es que nos sentimos más cómodos hablando de milpas o de melones. Omitir en algunas cantidades el millar o el ciento da una cierta seguridad, después de todo, ¿quién va a tener interés en un ciego ($100.00), en un ventilador ($20.00) o una sorjuana ($200.00)?
La expresión “águila o sol” al momento de lanzar al aire una moneda está volviendo a cobrar fuerza gracias a la moneda de diez pesos, que tiene, por una cara a Tonatiuh, dios del sol y en la otra la efigie del Escudo Nacional.
Y es justamente lo que hacemos todos los días al cumplir con nuestra jornada de trabajo. Echarnos el volado a ver si hoy nos toca águila o sol; porque no sabemos si vamos a regresar con los nuestros ni en qué condiciones. Porque la violencia se está incrementando y en esta guerra entre cárteles que no nos dan chance de comprender, nos obligan a pagar platos rotos y a vivir –si así se le puede llamar– con el Jesús en la boca.
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