El crédito es una forma de manejar el intercambio de dinero, bienes y servicios que data de la Edad Media.
En la actualidad se conocen aún tres formas rudimentarias, una derivada del trueque, que nació cuando una de las partes que celebraban el trato no podía entregar el bien o prestar el servicio objeto del intercambio y las otras partes le daban de todos modos los objetos de que precisaba a cambio de la promesa de entregar después lo pactado.
La segunda forma de crédito primitivo es el fiar. Todos hemos ido a la tiendita de la esquina y si no lo hemos recibido, hemos visto cómo el abarrotero permite que el cliente pueda llevarse lo que desee durante un período de tiempo –generalmente un mes o una quincena– al cabo del cual el cliente debe pagar el total de la deuda acumulada.
El otro sistema son las famosas tandas, que tienen un nombre rimbombante: Grupos de Crédito y Ahorro, en el que toda la gente que forma parte del conjunto consiente en dar una cantidad fija mes con mes. El dinero que se reúne se le entrega a uno de los miembros, se vuelve a comenzar y cada mes le toca recibir una cantidad a un miembro diferente.
Todo esto funciona muy bien si la gente le da valor a su palabra –cosa que sucede cada vez menos– y además de cumplirla permanece viviendo y trabajando en el sitio en donde se le conoció.
El concepto de tarjeta de crédito tal como lo conocemos apareció a principios del siglo XX. En 1914, el mismo año que estallara la Primera Guerra Mundial.
De verdad, mientras alguien se escabechaba al Archiduque Francisco Fernando de Austria en Sarajevo, la Western Union les repartía a sus clientes selectos un documento que, entre otros beneficios, les daba acceso a una línea de crédito sin cargos. Esto más adelante sería una de las tantas cosas provocadoras de la pachanga que terminó en el crack del 29.
La primera tarjeta de crédito apareció en 1949 y fue producto de la vergüenza que pasó Frank X McNamara, que con todo y ser dueño de la Hamilton Credit Corporation, descubrió que no tenía dinero en efectivo –entiéndase en el bolsillo– para pagar la cuenta cuando el mesero del Major’s Cabin Grill le presentó la charola con la nota de consumo.
En ese tiempo ya había tarjetas por doquier, pero nada más podían utilizarse en los establecimientos que las admitían, que aún eran pocos. La tarjeta Dinner’s Club fue fundada por el señor McNamara y los testigos presenciales del bochornoso incidente en el changarro de lujo: Ralph Sneider, abogado que le llevaba sus asuntos y Alfred Bloomingdale, nieto del fundador de Bloomingdale’s.
Para esas fechas, ya existían unas empresas que recopilaban datos de los clientes de las instituciones crediticias para hacer una cosa que se llamaba “reporte de crédito”. Ya estaba inventada la “Fórmula FICO”, que había creado un puntaje hasta la fecha vigente, que va de 300 a 850 puntos, siendo 300 señal de crédito malo o ausencia del mismo y 850 la calificación óptima. Ahí tenemos con qué elementos se fue formando el Buró de Crédito.
Lo importante es saber que ese puntaje es el que ahora utilizan, por ejemplo, los caseros para decidir si le rentan a uno la vivienda o el local, las empresas lo revisan para elegir a cuál aspirante deben contratar.
¿Quién iba a decir que de algo tan incierto se iban a sacar las claves para tener cada vez más controlada a la gente?
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