CARTAS A TORA 257

Un alienígena arriba a la Ciudad de México y, convertido en gato, llega a vivir a una vecindad. Le escribe a Tora, quien lo espera en su planeta natal, sus impresiones de lo que ahí ve.

4 de febrero, 2022 CARTAS A TORA

Querida Tora

Hay un muchacho, el del 57, muy poco conocido (Y mucho menos apreciado) en la vecindad. Es como tristón, y evita la compañía de la gente. ¿Por qué? No lo sé. Pero debe ser que se siente inferior (No digo que lo sea, sino que se siente) a los otros muchachos. Y te voy a decir por qué.

Como es natural, este muchacho no se lleva casi con nadie. La madre siempre le está insistiendo en que se lleve con los otros, pero él se resiste. Su actitud acabó por picarme la curiosidad, y una mañana, muy temprano, me metí a su recámara. Lo encontré ante el espejo, mirándose los ojos (Que, la verdad, los tiene como borrego a medio morir). ¿Estaría allí el origen de su depresión?

Pocos días después lo vi llegar a la vecindad acompañado por ¿quién crees? El güero del 41. Y venían platicando como si fueran amigos. Me extrañó mucho, y desde entonces me dediqué a observar más al chico. Pronto me di cuenta de que se encontraban en el Metro.  Pero déjame aclarar una cosa: no se citaban en el Metro, sino que viajaban en ese transporte y a veces coincidían. No tardé en darme cuenta que el güero estaba muchas veces esperando a que el del 57 saliera para correr tras él, como si se le hiciera tarde, y viajar juntos en el Metro. Y me pregunté: ¿Será ese el problema del chico? ¿Qué le gusta el del 41 y no lo sabe?

Pues un día los fui a esperar a la estación del Metro, y los acompañé hasta la vecindad (Como soy gato, ellos ni siquiera me miraron y pude escuchar todo lo que hablaban). El del 57 le decía al otro que no le gustaban sus ojos, porque parecía que se estaban deshaciendo, porque la mirada era muerta y oscura. Entonces, el del 41 se lo llevó a su vivienda (el del 57 no quería, porque la madre le ha prohibido esas amistades), y se puso a maquillarse los ojos. Así como lo oyes. Yo no sé qué tanto le hizo, pero al cabo de un rato el del 57 parecía otro, con los ojos sombreados y las pestañas largas, que al batirlas le abanicaban la cara. Al principio se resistió, pero acabó por aceptar el arreglo, y así se presentó en su casa.

La madre lo encontró raro, pero no acertaba a saber qué ocurría (Así de bien lo había maquillado el del 41, que no se le notaba la pintura): Pero la del 66, que estaba de visita, se chifló por el muchacho. Y así se lo dijo a la madre: “Ya es hora de que este muchacho conozca la vida. Me lo llevo”: Y se lo llevó a su casa, y esa noche lo amó cuantas veces le dio la gana (que fueron muchas). Y al día siguiente, otra vez. Y otra. Y otra. El muchacho ya no sabía qué hacer, y la madre lo tuvo que sobrealimentar para que no se le desmayara en la calle. ¿Pero sabes una cosa? Estaba feliz. Tanto él como la madre, porque al fin habían descubierto la razón de su problema y la forma de atacarlo (que, como puedes ver, era muy sencilla).

Total, que el chavo cambió radicalmente, y le sobraban las novias. De veras, a veces tenía que ocultarse en alguna de las vecindades cercanas hasta que se fueran las que lo venían a buscar de otras partes de la ciudad. Y la madre no sabía ya qué hacer para espantarlas. Pero con el tiempo las aguas volvieron a su cauce y el muchacho pudo llevar una vida más normal (y más tranquila, que buena falta le hacía).

Aquí, el que salió perdiendo fue el güero del 41, que si lo que pretendía eran una conquista, logró todo lo contrario, porque despertó los sentimientos reprimidos del chavo. Con el tiempo lo llegó a entender así, y se felicitó de haber logrado una buena obra (a pesar suyo). A su compañero del 41 no le dijo nada, temeroso de herirlo. Pero yo creo que el moreno se dio cuenta del asunto, y calló (por humanidad o por prudencia, no lo sé).

Parece mentira que una cosa tan sencilla como un poco de pintura haya logrado ese cambio tan importante en un muchacho. Pero así es la vida.

Te quiere

Cocatú

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