Normalmente no me da miedo nada, sobre todo cuando la situación no está en mis manos…
Normalmente no me da miedo nada, sobre todo cuando la situación no está en mis manos, cuando sé que no puedo controlar ni cambiar las cosas, cuando los agentes externos son adversos y me he cruzado en el camino con ellos. Me asustan algunas cosas, un grito cuando todo está en silencio, un estruendo, las peleas de otros, los golpes, las amenazas. Y me decepciona la mentira, el engaño y la necedad.
Ahora, siento que tengo algo de miedo, estoy un poco asustada y sí, también siento decepción. Los sentimientos que me acompañan vienen de la mano y supongo que tienen un mensaje importante que estoy dispuesta a descifrar, a desunirlos y a eliminarlos de nuevo y para siempre.
Tumor, es una palabra común que también se acompaña de otros términos médicos y un lenguaje casi intransferible, por demás desconocido; puedo traducir las emociones que se instalan de pronto en un día lluvioso en el que por cuidado, el sol no se atrevió a salir.
Al terminar un año de aniversario e iniciar la caminata de los 51, decidí brincar la cerca invisible en la que me encontraba y bauticé los meses siguientes: “Noviembre de realidades”, “Diciembre de armonía” y “Enero de certezas”; se llenó cada día de esos meses solo de lo mismo. Noviembre de la mano de una realidad importante da paso a la armonía de diciembre y juntos, se acercaron a un enero de certezas que siguen siendo ciertas.
Y así sucede también, la certeza en forma de tumor gigante en un ovario y el reguero de otras cosas ahí adentro se esparcen haciendo ruidos extraños en mi cerebro, otra certeza: cirugía mayor, esperando que cuando todo ahí quede limpio, lo demás sea camino andado y experiencia vivida que no deje más certeza que ahuyentar el miedo, el susto y la decepción.
Al principio de 2015, se presentó también la incertidumbre de un malestar incómodo que preveía olvidos angustiosos cuando la memoria decide salir de vacaciones sin avisar, los términos médicos de nuevo, hacen escarnio; de ahí que se aprende a no perder el juicio y me obligo a ordenar los pensamientos para cambiarlos de rumbo y dirigir las metas hacia otro destino. Lo hice, lo acepté y lo superé. Ya no olvido nada y puedo concentrarme con facilidad.
Lo que tiene un nombre científico o médico no siempre resulta sencillo traducirlo y puedo explicármelo de la única forma que sé, razonándolo y entenderlo con letras. ¿Qué si me puedo morir? Probablemente, ¿Cuándo? Eso no lo sé y es la maravilla de la vida, no saber. ¿De qué? De lo que sea. A todos nos toca un día. Solo queda esparcir las emociones y eliminar las que provoquen un miedo que paralice el pensamiento y entonces sí, me muera aunque siga respirando.
Del otro lado de la barda –escribí en el texto titulado “Pequeña certeza”-, todo es bonito, se vuelve romántico el escenario y se llena de palabras casi cursis; es el otro lado y como estoy en él por decisión, no quiero que me importe demasiado lo adverso que sucede.
A todas estas certezas de enero se une también el hecho de que se me ocurrió aceptar un contrato temporal para desarrollar un proyecto de PRONAPRED, un programita que instituyó el Gobierno Federal en 2013 y al que en 2015 fui invitada a participar dentro de la Penitenciaria La Mesa con los internos y sus familias; de ahí que pude creer que también el camino económico de este lado de la barda pintaba seguro. Lo hice por vocación y empeño profesional pensando que finalmente podría trabajar de forma regular y remunerada en donde tanto me gusta. Me equivoqué, ni siquiera me pagaron que porque “se acabó el recurso de Pronapred” -dijeron. De los más de 60 millones destinados a Tijuana no alcanzó para pagar mi contrato de solo 33 mil pesos. Ni modo, eso me pasa por andar creyendo. Hoy no tengo tiempo de enfurecerme por el agravio y la burla.
Con todo, el susto por los olvidos en mi memoria de la mano de un diagnóstico nada agradable, el miedo a un tumor, la inminente cirugía y la gran decepción provocada por la Secretaria de Seguridad Pública y la incertidumbre de frente, los planes todos se estacionan de pronto. Ha de ser que de este lado, por desconocido, es que debo caminar aún más despacio porque definitivamente quiero seguir viviendo contenta, quiero seguir viviendo sin interrupciones. Me resisto a dejarme caer, el piso está demasiado frío en este tiempo, quizá en verano, hoy no.
Y para no opacar las letras positivas de este texto, dejo la redacción “Cronología de un delito” para después, cuando lo negativo tenga cordura, la decepción se haya disipado y pueda escribir sin enojos. Finalmente lo que sucede en el recorrido de la vida es parte de un todo que por obligación debemos vivir para aprender a cada paso. Yo sigo…
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