Autor: Ignacio Padilla
Editorial: TusQuets
“La crítica española acepta demasiado a cervantes y prefiere la meras veneración al examen”. Jorge Luis Borges (1899-1986)
Por fin un ensayo comparativo sobre dos gigantes de la literatura universal; William Shakespeare y Miguel de Cervantes, quienes por azares del destino vivieron en el mismo periodo histórico, uno en la Inglaterra Isabelina y el otro en la España Filipina y paradójicamente, de acuerdo a la tradición ambos cerraron sus ojos el mismo fatídico día el 22 de abril de 1616.
Uno llamado el bardo de Avon, otro el Manco de Lepanto. Uno exitoso y aclamado en su tiempo, el otro, nuestro Cervantes el autor del “Caballero de la triste figura” alcanzó el reconocimiento tardíamente.
Shakespeare de acuerdo al autor Ignacio Padilla (Ciudad de México 1968) es únicamente comparado con el “ubicuo y longevo autor de la Biblia, quien como Shakespeare fue un Dios para muchos de los hombres” un apelativo que muchos buscan alcanzar en el fascinante mundo de las letras.
El autor nos dice que muchos hablan del Quijote (al igual que la Biblia) sin ni siquiera haberlo leído y mucho menos comprendido, y de su autor son conocidos sus avatares y amarguras, en cambio sobre William Shakespeare su datos biográficos son casi nulos, sumiendo al Bardo de Avon en un halo de oscuridad y misticismo.
Ambos genios son dos caras de una misma moneda fulgurante, ya que uno lo tuvo todo para triunfar (aunado al talento) como fue el caso de Shakespeare, quien jamás sufrió penurias económicas y cosecho el éxito en vida, mientras que el Cervantes, tuvo que tener otros oficios para poderse mantener y producir sus obras.
Padilla refiere que a “Shakespeare le sobró la luz de los libros para ser todos los hombres y mujeres que le vino en gana ser; Cervantes por su lado, buscará siempre ser otro para señalar a todos los que nunca le permitieron ser él mismo”.
A pesar de que ambos vivieron en la misma época, no estuvieron nutridos de la misma manera por la cultura de sus tiempos. Mientras Shakespeare discutió y seguro leyó las obras de Tomas Moro y Erasmo, Cervantes sólo pudo conocer de oídas los planteamientos de dichos pensadores y leer las obras que los censores eclesiásticos permitían.
El libro es un compendió de ensayos sobre Miguel de Cervantes, quien a pesar de ser conocido como uno de los genios de la literatura, su obra no ha sido leída ni mucho menos comprendida por su supuesto séquitos de seguidores que realizan certámenes y festivales en su memoria, supuestamente para difundir la obra del autor Alcaíno.
Un libro que se lee con sumo placer e invita al lector a indagar más sobre el autor del “Ingenioso Hidalgo del Quijote de la Mancha” cuya obra paradójicamente no fue la principal para el autor, pero si la más recordada y desdibujada por otros autores como Wiessman que hicieron del musical “El Hombre de la Mancha” una parodia para el personaje emanado de la pluma de Cervantes.
Hoy El Quijote es un ícono y material de ornato en muchos lugares, pero pocos saben (y no tienen por qué saberlo) que no fue la principal obra de este autor que escribía en un mundo adverso, debido a su carácter huraño y bélico, producto de sus años de soldado y su encierro en Argel, ya que para él su obra cumbre fue “Los trabajos de Persiles y Sigismunda”, obra publicada cuatro días previos a su muerte donde se despide a modo de epitafio de la siguiente manera:
Puesto ya el pie en el estribo,
con ansias de la muerte,
gran señor, esta te escribo.
De igual forma el autor refiere que “durante siglos la obra de Cervantes paso de largo ante quienes pudieron ser sus mejores críticos. Entretanto los dramas y sonetos de Shakespeare han enfrentado, derrotado y silenciado uno tras otro a sus peores interpretes”.
Una obra que sin duda dejará al autor con ganas de conocer más la obra de uno de los inmortales de la literatura, que nos legó un sinfín de dichos quijotescos que ya son parte de ésta lengua viva que es el castellano, tal como dice el autor al respecto; “Nuestra idioma nació con la risa erasmiana de Cervantes, como el inglés con Falstaff y Cheshire. Nuestra lengua sigue viva y en constante renovación porque hay personas que se atreven a cuestionarla y otras tantas que se atreven a jugar con ella”.
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