Soy una fanática de las series, debo confesarlo. Mis ratos de ocio se dividen entre estudiar, leer, Roku, Netflix y algún que otro canal de paga. La crisis de la televisión abierta, tan evidente y tan triste (al menos para mí, que durante muchos años trabajé en ella) me ha llevado a buscar otras opciones de entretenimiento en mi casa. Un poco cansada de la humanidad, de los noticiarios y programas de análisis (donde actualmente participo) me he decantado por evasiones que resultan siempre (incluida The Walking Dead) menos atroces que la realidad. Escribo ésto porque la sexta (y espero penúltima, hay que darle ya una muerte digna) temporada de House of Cards me ha hecho reflexionar sobre este interés malsano de los humanos por dizque enterarnos de las cloacas de la política. Y miren que he visto series sobre el tema… The West Wing ocupó mi interés durante varias temporadas. Martin Sheen y sus aventuras como presidente demócrata de los Estados Unidos, sus lágrimas, risas y amor (como se dice) me entretuvieron muchas horas. Reconocí entonces el trabajo de los guionistas, la espectacular puesta en escena y el profesionalismo de los actores. Si el hombre más poderoso del mundo sufría, negociaba, atravesaba por crisis internacionales y cabildeos complicados con los congresistas, pero todo dentro de lo, digamos, esperado. A través de los años las cosas han cambiado. House of Cards comenzó siendo todo un acontecimiento para Netflix. Un elenco de lujo encabezado por el gran Kevin Spacey y la guapísima Robin Wright y una trama audaz y bien llevada conquistaron multitudes rápidamente. Con el devenir de los años la más reciente temporada de las maldades (cacle, cacle) de los señores Underwood se ha convertido en algo simplemente grotesco. Y eso, que ni qué… es una lástima.
La política es cosa seria, difícil y en ocasiones asquerosa, de acuerdo, pero les tengo una mala noticia a los detractores de esta ocupación… el problema, lo sucio, lo perverso no es la política… es lo humano. Ese afán de poder, fama y riqueza existe en todos y todas, sean dentistas, plomeras o diputados y se da en cualquiera de los niveles socioeconómicos de nuestra loca especie. Las intrigas que suceden dentro de una oficina pública o privada, en una estética, entre los cirujanos, o en la tintorería de la esquina de su casa. Claro, me dirán… pero hay niveles, y sí, es cierto, aunque el envidiar el cargo o sueldo del de junto o intrigar sobre la estupidez del jefe es el pan nuestro de cada día, trabajemos donde trabajemos y no asuntos exclusivos de Los Pinos o La Casa Blanca. Lo que sucede con la teleserie que hoy me ocupa es que se pasaron de tueste. La maldad es demasiado malísima, y los buenos parecen tontos de cartón. Bueno, podríamos decir que ante tales personajes, Trump y AMLO, parecen seres maduros, elegantes y serenos. En fin… me quedo con Designated Survivor o Madam Secretary o mejor aún con The Strain o la ya mencionada The Walking Dead. Siempre es mal fácil y simple decir que la política es horrenda y que el pueblo bueno es ajeno a esas bajas pasiones. Y eso señores, es pura demagogia y populismo. Y para seguir llamando las cosas por su nombre: House of Cards está sencillamente de flojera. Puro maniqueísmo y nula conciencia ciudadana. Mejor Game of Thrones.
EL AÑO DE LA RATA
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