Aquel 19 de septiembre de 1985, todo comenzó como siempre, como todos los días. Me levanté muy temprano, a las 5:30, como era habitual, para comenzar mi noticiario en ABC Radio a las 7 en punto de la mañana. Así que recién bañada y con el cabello todavía mojado, me fui a Eugenia 1462, en la Col. Narvarte, donde se ubicaba la radiodifusora donde entonces trabajaba. En la pequeña cabina desde la que transmitíamos estaban en aquel momento el personal técnico y colaboradores. Esperábamos de un momento a otro la llegada de Juan José Arreola, con quien todos los días tenía en placer de conversar para el auditorio.
En fin, hasta ese momento, todo era rutinario y estaba bajo control. Sin embargo el gusto nos duró poco; precisamente a las 7:19 de aquel día, comencé a sentirme mareada. Estaba al aire, y poco a poco me daba cuenta de que no se trataba de un mareíllo, sino que estaba temblando y muy fuerte. En fracciones de segundo comencé a modificar mi discurso. “Calma—decía sin darme bien a bien cuenta de lo que hacía— está temblando, no se pongan nerviosos, quédense tranquilos, seguramente ya va a pasar. Sí, está muy fuerte, pero tranquilícense —decía— paciencia, ya va a terminar”. Esta cantaleta la repetí, segundo a segundo, durante el interminable temblor. Toño, el operador, aguantó valientemente al igual que todos mis colaboradores, sin salir de la cabina. Seguimos imperturbables, transmitiendo profesionalmente, como lo hicieron la mayoría de los conductores y trabajadores de la radio en ese aciago día, aún a costa de su propia vida. Eso sí, curiosamente, cuando el zangoloteo hubo terminado, nos salimos del aire; había fallado la electricidad. ABC Radio no tenía luz y por una extraña razón que aún no comprendo, no entraba la planta de emergencia. Ahí comencé a pensar que algo muy grave había sucedido en la ciudad. Unos pocos minutos después, que a todos nos parecieron eternos, logramos volver a transmitir. No había celulares, ni redes sociales, ni internet, no se habían inventado. Para entonces ya había aparecido en la cabina una señora herida de un edificio cercano, que nos pedía ayuda no sólo para ella, sino para personas atrapadas en las ruinas de su departamento. Los teléfonos estaban locos, entraban llamadas milagrosamente, ya que poco después nos enteramos del colapso de la central de Teléfonos de México en la calle de Victoria. Esas llamadas eran no necesariamente para nosotros, sino que provenían casi de cualquier punto de la ciudad o de la República mexicana. Todo era caótico y confuso, pero teníamos que seguir trabajando.
Cuando pudimos transmitir de nuevo, comencé a leer las innumerables llamadas telefónicas captadas, tratando de dar información sobre el estado en que encontraban las distintas colonias de la Ciudad de México. Monitoreábamos al mismo tiempo la información de otras radiodifusoras; en ese momento escuchamos a Jacobo Zabloudovsky, el único que tenía telefóno en el coche, que describía el horror en el que se había convertido el centro capitalino y en la tele veíamos a un muy angustiado Pedro Ferríz transmitir por canal 13, con la angustia reflejada en su rostro al no saber cómo estaba su hijo, Pedro Ferriz de Con, atrapado en las instalaciones de Radio Fórmula, entonces en Dr. Río de la Loza y Cuauhtémoc. Televisa estaba fuera del aire, los estudios de Av. Chapultepec habían colapsado, e incluso ya se comenzaba a hablar de algunos muertos.
Nunca en todos los años que llevaba trabajando en la comunicación me había enfrentado a una tragedia de esa magnitud, ni había tenido que estar con la enorme responsabilidad de comandar un micrófono (por modesto que fuera mi medio) con tales niveles de tensión. Tratábamos de hacerlo. Transmitímos ininterrumpidamente durante casi 48 horas a partir del primer terremoto.
Sobre la marcha nos fuimos dando cuenta del tamaño de la herida que cruzaba de punta a punta al entonces D.F. Las instalaciones de ABC se iban llenado de personas que acudían buscando ayuda. Heridas, extraviadas, desesperadas, personas ansiosas que buscaban a algún familiar con el que no podían comunicarse. El programa continuaba y las horas pasaban llenándose de un horror creciente. El desplome del hotel Regis, la tragedia de las costureras del Eje Lázaro Cárdenas, los muchachos del CONALEP atrapados en sus instalaciones de la calle de Humboldt, en el Centro, el número apabullante de primarias y secundarias—1600 espacios educativos dañados— que resultaron afectadas por el sismo—600 mil niños sin escuela de un día para otro— la desgracia inconmensurable de Tlatelolco, el Centro Médico reducido a escombros, la Colonia Roma derruida, la desaparición de la antigua SCOP, en fin. Poco después nos enteramos de que los compañeros locutores Gustavo Armando Calderón y Sergio Rod habían quedado atrapados en el quinto piso de las instalaciones de Radio Fórmula. Ambos murieron. En el caso del noticiario de Televisa, Hoy Mismo, conducido por Guillermo Ochoa y Lourdes Guerrero, murieron también Francisco Garmendi, Alejandro Sánchez y Ernesto Villanueva, el jefe de información. Falleció también el conductor Félix Sordo.
Las malas noticias volaban y nosotros las transmitíamos, las decíamos, más bien las llorábamos. Pero más que seguir temblando de miedo, había que ponerse a trabajar y tratar en la medida de lo posible de colaborar con la ciudad y empeñarse en paliar la tragedia. Se hacía necesario en esos terribles momentos implementar una serie de acciones que ayudaran a los demás. Había que dejar de pensar en uno mismo para pensar en los otros.
Así, en unas cuantas horas y en colaboración con la Secretaria de Educación Pública, comandada por Miguel González Avelar, logramos organizar cuatro centros de enlace y orientación telefónica en la UNAM, el IPN, la Universidad Pedagógica Nacional y el CAPFCE, que trabajaban enlazados con mi propio noticiario dando información a través de los servicios de telex de la propia SEP, entre personas que mediante la radio solicitaban información desde los distintos estados de la República sobre las condiciones de familiares y amigos en el Valle de México y estados damnificados. Recordemos que el servicio telefónico estaba seriamente afectado y un apoyo de estas características venía a coadyuvar a resolver un problema que aumentaba los niveles de angustia de la población. Cada uno de estos centros contaba con 10 líneas telefónicas, abiertas al público, constantemente atendidas por voluntarios. Se contabilizaron en las primeras horas de este programa miles de llamadas telefónicas que permitieron enlazar a familiares y amigos.
También la SEP organizó, la misma noche del día del temblor, ayuda psicológica telefónica a cargo de psicólogos y personal especializado, que atendió en los primeros días más de 20,000 casos de adultos y niños que presentaban entre otros problemas, angustia, ansiedad, temor a ir a la escuela, miedo a estar solos, conductas agresivas o depresivas.
Para todos los mexicanos los días 19 y 20 de septiembre de 1985 serán por siempre inolvidables. Hablar de los años 80 en nuestro país es hablar de la tragedia que conmovió a México en esa década. Hablar de los sismos del 85 es hablar de dolor, muerte, sufrimiento, pero al mismo tiempo de solidaridad, entrega, responsabilidad, imaginación, calor humano y paradójicamente, también de esperanza—palabra ahora tan manoseada— de una ciudadanía valiente, esforzada, que tercamente y a pesar de la desgracia se negó a sucumbir; que se negó en redondo a dejarse rebasar por los muy desafortunados acontecimientos que dejaron tanta pena y destrucción. Eso es cierto.
Lo que me duele en lo profesional y en lo personal es que hoy, en 2017 se olvide tan fácilmente lo hecho por otras instancias y se diga que el gobierno de aquel entonces estaba pasmado y no hizo prácticamente nada. Existen todavía cientos de testigos, aún vivos, que participaron activamente, en lo que a continuación voy a contar. No puedo hablar más que de lo que hice como parte del grupo que encabezaba mi esposo, Miguel González Avelar, como decía antes, entonces Secretario de Educación. Estas son algunas de las acciones que se llevaron a cabo:
- Líneas de enlace telefónico que ya mencioné y que sirvieron para comunicar a miles de personas a través de los centros que antes definí.
- Atención psicológica telefónica a niños y adultos con el apoyo de psicólogos y maestros de la propia Secretaría.
- A partir del 19 de septiembre y a través de Canal 11 se hicieron programas especiales y se abrió una pequeña central telefónica (las condiciones para la comunicación eran muy difíciles) para resolver dudas y problemas de la población de todo tipo.
- En unos cuantos días y para que los 600 mil niños que quedaron sin clases no perdieran el curso, se comenzó a transmitir por canal 11 la Primaría por Televisión. Esto con el objetivo de que los niños en casa pudieran seguir sus asignaturas. Las barras programáticas de este esfuerzo se dividieron por horas según los grados de enseñanza básica.
- La SEP convocó al IPN y al CONALEP para que se dieran a la tarea de fabricar ataúdes que fueron llenando tristemente el Parque del Seguro Social en avenida Cuauhtémoc. Fueron miles los féretros que se hicieron en unos pocos días.
- La SEP generó en lo inmediato manuales sobre reparaciones caseras que la población podría, con esta orientación, llevar a cabo para evitar problemas mayores. Ejemplos: Manual para reparación de ventanas y puertas, fugas de gas, fugas de agua, etc. que se repartieron profusamente en las colonias más afectadas y se enviaron también a estados como Jalisco y Michoacán, entre otros que también resultaron afectados.
- Con el mismo objetivo de que los niños no perdieran el año escolar, en unos cuantos días y semanas sucesivas, las clases se reanudaron empleando sedes alternativas. Se usaron vagones de tren, autobuses, se hicieron aulas prefabricadas, se ocuparon jardines y plazas y cuanto espacio era seguro y posible para que los 600,000 niños que se quedaron sin escuela volvieran a clases lo más pronto posible. La colaboración de los maestros fue invaluable. Y lo más importante, no se perdió el ciclo escolar.
- Un equipo de maestros (del que yo personalmente formé parte) nos dábamos a la tarea diariamente, a partir de las 7 de la mañana, de acudir a todas y cada una las escuelas dañadas para hablar y explicar a la comunidad de cada espacio, cuál era la situación de cada uno de los centros escolares afectados y estar personalmente con ellos apoyándolos y dándoles información.
- Este grupo iba encabezado por Arquitectos de la Dirección de Recursos Materiales de la SEP y peritos del entonces DDF para presupuestar daños y ver cuáles escuelas podrían ser seguras, o qué tipo de reparación requerían para ponerse otra vez de pie. Así, Otra vez de pie, llamamos a este programa que tenia como principal objetivo garantizar la seguridad de los niños y restablecer las clases.
- La Cámara Americana de Comercio, integrada por empresarios estadounidenses asentados en México, canalizó donativos a través de la SEP, que trabajó para que este apoyo se destinara a la reparación de las escuelas. Ayuda invaluable que fue aportada con solidaridad y generosidad en esos difíciles momentos.
- A través de Bellas Artes, la SEP organizó una subasta de obras de arte para recaudar fondos. Los artistas mexicanos, desprendidos, empáticos y respondiendo a esta convocatoria, aportaron obra y lo recaudado sirvió igualmente para resolver los graves problemas que enfrentaban las comunidades escolares.
- Comenzó la cultura de la prevención. La SEP se dio a la tarea de implementar un programa de simulacros (que después se generalizó por toda la capital) dentro de las escuelas para salvaguardar en lo posible a los niños y maestros.
Esta es una apretada y sencilla síntesis de lo que se pudo hacer con la ayuda de muchas personas, funcionarios, maestros, psicólogos y voluntarios a través del esfuerzo y dirección del Secretario de Educación en esos duros momentos para México. Seguramente me faltan muchas acciones más en las que no participé directamente. Este pequeño relato deja fuera a cientos de personas que desinteresadamente cumplieron con su labor llena de amor y responsabilidad. Sin embargo, este recuento aspira a dejar ver el espíritu solidario y entregado que tuvimos ciudadanos y la parte del gobierno que conocí de cerca, ante una situación que nos enlutó para siempre. La SEP cumplió sobradamente con su labor de actuar, unir, orientar y solucionar. Hoy, orgullosa de haber formado parte de ese equipo y más de 30 años después, recuerdo esos días donde logramos todos ponernos otra vez de pie. Yo no olvido y los invito a que no olvidemos, honor a quien honor merece.
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