Vientos huracanados corren por el mundo en estos primeros meses del 2016. Un fuerte olor a discriminación, xenofobia, desprecio por el otro e imperio de la barbarie se va apoderando de amplios sectores de la población del planeta. Y este ambiente enrarecido se extiende prácticamente por todos los ámbitos. Basta como infausta muestra, lo sucedido en la pasada entrega del Oscar. Por mi pasión por los trapos y las joyas, por el glamour hollywoodense y porque hace algunos años era un espectáculo deslumbrante, me encanta todavía ver la entrega de los premios de la Academia. La cosa comenzó a ponerse mal cuando Will Smith y su esposa se atrevieron a decir que los premios de este año estaban demasiado blancos y no aparecían negros en prácticamente ninguna de las categorías. Las repercusiones de estas declaraciones fueron con todo y todo limitadas, pero aún así las opiniones se dividieron. Por un lado, los que pensaban que era necesaria la inclusión de afroamericanos en la selección de lo mejor del cine en el año y por otro, los que pensaban que los premios de la Academia no podían estar sujetos a las políticas de cuotas ni de acciones afirmativas. A mí, en lo personal, me parece que reconocer la excelencia de cualquier persona en cualquier quehacer no debería de pasar por si hay un suficiente número de negros, blancos, asiáticos o hispanos entre los posibles recompensados, parafraseando al laureado González Iñárritu. Pero… reconozco que amplios segmentos de la población son aún e inexplicablemente etnocentristas y prejuiciados y les resulta difícil reconocer los talentos y abrir los espacios a los que no se parecen a ellos. El director Spike Lee y actores como George Clooney y Mark Ruffalo se atrevieron a apoyar esta protesta y hasta la presidenta de la Academia de Hollywood, la afrodescendiente Cheryl Boone, resaltó la falta de actores y actrices negros entre los candidatos a la famosa estatuilla dorada. Por si no lo saben el 93% de los miembros de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas es blanco, y el 76% son hombres, por lo que los negros y las mujeres también y en este selecto círculo (y para variar) son minoría. Todo esto dio como resultado el lamentable espectáculo que vimos el pasado domingo 28 de febrero durante la premiación. Nunca he sido fan de Chris Rock y debo confesar que evito ver sus películas como las de muchos otros actores que independientemente de su color me resultan inaguantables, como Ben Stiller o Jack Black, pero la lambisconería y abyección de este “cómico” conductor de la entrega 88 del Oscar, rebasaron todas mis expectativas. Rock trato de restarle importancia al hecho de la ausencia de candidatos negros, se burló de Will Smith y su mujer hasta el cansancio, banalizó un tema capital para la comunidad afroamericana que tanto ha luchado por combatir la discriminación, machacó hasta el cansancio el tema y frivolizó las declaraciones (mucho más comprometidas con el respeto al otro) de Patricia Arquette o Emma Watson. Lamentable. En estos tiempos donde el KKK reaparece para apoyar a un fascista como Donald Trump, me parece realmente muy grave que nos riamos del desprecio y la discriminación, aunque esta se de entre vestidos Armani y joyas de Harry Winston. Chris Rock se comportó como el esclavo sonriente de la casa, que hizo todo por complacer a sus amos a costa de su propia gente. Desde mi punto de vista es un traidor. Desde luego la comunidad negra de Hollywood hoy permanece callada como en los tiempos de tenebroso Macartismo, no vaya siendo que se terminen sus carreras cinematográficas y no vuelvan a trabajar como sucedió con los segregados por sus ideas en los años 50 del siglo pasado. No seamos cómplices de estas peligrosas trampas que nos tiende un supuesto humor que apesta a odio. No vaya siendo que nos merezcamos el triunfo de Trump como presidente del país más poderoso del mundo.
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