Hace un par de semanas se estrenó en México una de las películas más reconocidas y multinominadas (6 nominaciones al Oscar) en esta temporada anual de premios cinematográficos. Me refiero a Spotlight (en español, Primera Plana) dirigida por Tom McCarthy y con las cumplidoras actuaciones de Mark Ruffalo, Michael Keaton, Rachel McAdams y Liev Schreiber. Me costó trabajo verla, porque pese a ser, como decía antes, una cinta merecedora ya de galardones (Premio SAG a mejor elenco entre otros) curiosamente casi desapareció de un día para otro de las carteleras capitalinas. Pero bueno… ajustándome a los inhóspitos horarios de exhibición (solo muy nocturnos y solo en dos cines) tuve la oportunidad de verla. La historia narra (en el más puro estilo de la setentera Todos los Hombres del Presidente) el trabajo a contrapelo de un grupo de periodistas del Boston Globe para desenmascarar los abusos sexuales que un grupo numeroso de sacerdotes de este lugar (y de muchos otros como se prueba después) cometieron contra niños y niñas en los años 80-90. Los hábiles reporteros que en la vida real hicieron esta tarea fueron galardonados en su momento con el Premio Pulitzer por este arduo trabajo de investigación. El guión está correctamente escrito, la historia es muy perturbadora y está bien contada, con sobriedad y sin toques amarillistas. Pero yo no vengo aquí a hablar de cine (que tanto me gusta y apasiona) sino de una serie de hechos preocupantes, al menos para mí, que coinciden con la exhibición en nuestro país de Spotlight. En primer lugar y seguramente para no empañar la visita del Papa Francisco, quien sabe qué retrógrados personajes decidieron que era mejor limitar o desaparecer esta cinta de la cartelera nacional, no fuera siendo que los ánimos anticlericales se alborotaran. Pese a mi convicción atea (y convencida de la laicidad como una forma de convivencia respetuosa) debo reconocer que el actual pontífice al fin habló del problema de la pederastía en la Iglesia Católica y remitió a los curas que cometieron tales atrocidades a la justicia, sin protegerlos, encubrirlos y casi disculparlos como lo hizo su antecesor el santificado Juan Pablo II, que a muchos mexicanos les cae tan bien. Primera Plana nos va demostrando con datos duros, entrevistas y desgarradores testimonios que el abuso de niños por parte de sacerdotes no es un hecho infrecuente o aislado, sino que es una frecuente patología (hay mucho que investigar aún al respecto) dentro de la estructura del la Iglesia Católica. En segundo lugar y mas allá de los temas cinematográficos, llama poderosamente la atención como los radicales e interesados inconformes de siempre, esperen con rostros babeantes que el Papa descalifique al gobierno, a los políticos (menos a uno, claro…) y desde luego condene al ejecutivo por el caso Ayotzinapa, por la violencia y la corrupción. Esos mismos valentones justicieros se olvidan de los derechos humanos de los 49 muertos de Topo Chico, que a nadie les importan por que son la “escoria”; de todos los desaparecidos en el sexenio de Calderón, de la suerte de miles y miles de inmigrantes que son vejados, violados y humillados en su travesía y desde luego, y para mí lo más importante: se olvidan de esos niños y niñas, seres inocentes e indefensos víctimas de la maldad (no me vengan con que es una enfermedad mental) de sacerdotes que abusando del supuesto encargo que Dios les dio en la tierra han lastimado para siempre a muchos que no podrán recuperarse jamás de ello. No, el Papa no habló en la tierra de las fechorías sexuales de Maciel, de estas infamias, ni de lejos se quiso acercar a ellas. Dicen algunos de los destacados expertos en religión que tenemos en nuestro país, que Francisco no debe hablar de todos estos asuntos, porque el mensaje que en este año ocupa al Vaticano, es el de la misericordia y bueno… seguramente los niños vejados por los degenerados párrocos, de acuerdo a estos sesudos académicos, no la requieren. En fin, yo me niego, como unos pocos, a callar silenciada por la visita, los encuentros, los recorridos, y la ignorancia. Dicen que cuando se tiene un hijo se tienen todos los hijos del mundo. Ojala que la pompa, el maquillaje y el fasto, no hagan que nos olvidemos de ello.
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