Yo no fui ¡fue Teté! (Fue el Estado)

Los muchos crímenes cometidos en Iguala el 26 de septiembre de 2014 tomaron por sorpresa al establishment de izquierda. Los muchos crímenes cometidos en Iguala el 26 de septiembre de 2014 tomaron por sorpresa al establishment de izquierda. Por...

5 de octubre, 2015
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Los muchos crímenes cometidos en Iguala el 26 de septiembre de 2014 tomaron por sorpresa al establishment de izquierda.

Los muchos crímenes cometidos en Iguala el 26 de septiembre de 2014 tomaron por sorpresa al establishment de izquierda. Por unos días no supieron qué hacer ni qué decir: el gobierno municipal de Iguala era de izquierda, su policía obedecía a un presidente municipal de izquierda, y el gobierno estatal también era de izquierda. En esos primeros días los “intelectuales” y comentócratas de izquierda se quedaron pasmados, confusos, paralizados.

Luego de los crímenes del 26 de septiembre, el día 30 alabó Julio Hernández en La Jornada el Día del Maíz; el 2 de octubre culpó a la autoridad municipal de Iguala pero ya el 7 criticó a Peña. El 1º de octubre Sergio Aguayo escribió sobre Tlatlaya y Tlatelolco, no sobre Ayotzinapa. El 2 de octubre Lorenzo Meyer tampoco mencionó Iguala: pidió no olvidar Tlatelolco. El 3 de octubre Juan Villoro narró una anécdota de Acapulco. Carmen Aristegui escribió sobre el Poli el 3 de octubre y puso la palabra Ayotzinapa sin decir nada, al lado de Tlatlaya. René Delgado el 4 de octubre tocó de soslayo el tema. Denise Dresser (que recientemente se solazó en la tv con evidente placer y visible deleite cuando uno de los expertos de la CIDH contradecía el informe de la PGR de Murillo) el 6 de octubre se lanzó contra el Ejército y Tlatlaya; nada de Iguala.

Clamoroso silencio inicial de los izquierdos que igual de clamorosamente reprochan la inicial inacción federal ante un caso de jurisdicción local. Sólo hasta dos semanas después empezaron a criticar a las autoridades (federales). #FueelEstado apareció en Twitter el 21 de octubre de 2014, casi al mes.

Gerardo de la Concha criticó tempraneramente ese silencio. Mencionó a Sergio Aguayo, Elena Poniatowska, Pago Ignacio Taibo, Javier Sicilia, David Huerta en “Iguala: el Tlatelolco de la izquierda” (La Razón, 5 de octubre de 2014): “Si hacemos un ejercicio de imaginación pensemos que las autoridades responsables de Guerrero e Iguala hubieran sido priistas, entonces el tema no habría sido callado por los que menciono en este texto y, además, toda la legión cultural de izquierda ‘alzaría su voz’ y la indignación, convertida en un clamor, estaría desbordada y, por supuesto, sería justo.”

Lo que les pareció justo semanas después, ya metabolizado el suceso y tras una tan copiosa como sospechosa andanada en redes sociales, fue la frase salvífica “Fue el Estado”. No han dejado de criticar y marchar desde que a alguien se le ocurrió culpar al gobierno federal; muy amigos de la verdad, claro. El mismo de la Concha escribió el 2 de noviembre: “Del silencio pasaron al ruido, con tal de no hacer ninguna autocrítica y de mantener así el status quo en el que medran.”

Algunos ilusos quisiéramos que atendieran a los hechos sin el prejuicio ideológico- geométrico de sólo acusar un crimen si lo comete el enemigo, como ordena el infinito catálogo de la corrección política. Quisiera que quien pide justicia y marcha exigiendo que aparezcan vivos los 43 (incluyendo a los dos demostradamente asesinados y quemados) pidiera investigar en serio al director de esa escuela y al intocable Andrés Manuel López Obrador. ¿Por qué puso de candidato a Abarca si conocía sus antecedentes?

Hablando del Peje, la frase “Fue el Estado” es ocurrencia de un genio, y lo digo sin ironía. Es deliberadamente equívoca, la menos eficaz posible para identificar a un criminal pero la más eficaz posible para culpar a un enemigo común muy paladeable que encarna todo lo odioso —el PRI, el sistema político, Televisa, la corrupción, el “fraude electoral”, la oligarquía, la “burguesía”— y se personifica en el político más impopular: Enrique Peña Nieto.

El Estado son los tres poderes, las instituciones, el territorio, la Nación, pero al oír “fue el Estado” nadie piensa en Abarca, el Estado de Guerrero, el estado de cosas o el estado de ebriedad sino en el gobierno federal. Es genial una frase pegajosa que echa la culpa a un muy, pero muy conveniente adversario unánime, al punto de exhibir la foto de Peña junto a la de Díaz Ordaz. Resulta lógico, si fue el Estado.

Los que claman por justicia no están viendo a cuando menos 111 presos, entre ellos Abarca y su esposa y los meros meros de los Guerreros Unidos; sólo será justiciera su justicia si encarcelan a Peña. Y no alabo su hasta hoy lamentable manejo de esta crisis. El gobierno federal se ha balaceado las extremidades inferiores y se ha puesto de pechito ante las calumnias e infundios de sus mucho más astutos adversarios. No soy amigo de Peña pero más amigo soy de la verdad.

Dos sucesos muy diferentes (Tlatelolco e Iguala) le parecen iguales al que piensa poco y grita mucho. Desde el Colegio de México (!!!) Sergio Aguayo asocia un crimen ejecutado por el gobierno de México hace 47 años, a un ataque de bandas rivales por controlar la heroína. Sólo mala leche o llana estupidez permiten un salto cuántico de tal calado, que resulta obvio: fue el Estado, léase Peña.

Mientras tanto, la izquierda y sus “intelectuales”, su prensa, su comentocracia y sus masas exigen que aparezcan con vida los 43, incluso los dos demostradamente asesinados. No hablan de Gonzalo Rivas, empleado de una gasolinería de Chilpancingo, quemado vivo por los ayotzinapos el 12 de diciembre de 2011 cuando incendiaron la gasolinería donde trabajaba. Ese homicidio, el incendio y los robos de camiones no son delito porque no hay que criminalizar la protesta social. Y como no hay ayotzinapos delincuentes, fue el Estado.

Sólo un negocio tan jugoso como el narcotráfico produce criminales capaces de despellejar vivo a un normalista tras sacarle los ojos, matar a mansalva, quemar gente y esparcir sus cenizas. Eso demuestra que fue el Estado.

Los que cayeron bajo las fuerzas federales (Policía Federal y Ejército) están vivos pero los victimados por la policía de Abarca y por sus socios están muertos. Lógico: fue el Estado.

El abogado de los ayotzinapapás Vidulfo Rosales dice que el Cochiloco, que les ordenó ir a Iguala, no era criminal infiltrado sino estudiante ejemplar, comisionado de Orden y Disciplina (!!!) y de conseguir 25 camiones (sólo se habían robado 10 ese día). Sidronio Casarrubias, capo de los Guerreros Unidos, dijo “Los hicimos polvo y los echamos al agua, nunca los van a encontrar” luego de que la esposa de Abarca ordenó “dar un escarmiento” a los normalistas. Y López Astudillo (de ese mismo cartel criminal) los secuestró, asesinó e incendió. Indudable: fue el Estado.

Los ayotzinapapás pidieron al presidente “comprometerse a estar de lado de la verdad y no de la mentira” lo cual está muy bien pero en su punto 6 le exigen “cesar los intentos de criminalización de los normalistas”. Siempre se supo de bandas criminales y tráfico de heroína y si buscan la verdad habrá que averiguar esa línea, digo yo, pero “no hay que criminalizar la protesta social”. Y con toda verdad, acusan, fue el Estado.

Y es que claro, claro, hay que encontrar la verdad verdadera y hacer justicia ora si que bien expedita y rete pronta y por eso que inmediatamente renuncie Peña y buscar la verdad a secas, claro que sí, cómo no, pero sin criminalizar a nadie ni investigar nexos con el narco porque oiga usted, no hay que ser, es que resulta de que fue el Estado y esa es la única verdad porque pos así fue ¿o qué no? y respeten a la normal de Ayotzinapa y no investiguen a su director ni a los muchachos, a los chicos, a los esforzados estudiantes que no son criminales aunque incendien gasolinerías y se roben camiones porque querían ser mentores de generaciones de guerrilleros y es de que como te venía diciendo no, hombre, no hay que ser, porque sabes que hay que ser adultos y no, yo no fui, ¡fue Teté! oséase, ¡fue el Estado!

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