No, a mí no me causa nada que mi cabello se haya ido.
No, a mí no me causa nada que mi cabello se haya ido. Esperaba con emoción que se me cayera y quería ver mi cráneo al descubierto. Al ver los primeros mechones en el cepillo decidí cortarlo muy chiquito porque barría cabellos por todos lados. El corte último solo duró tres días. Domingo por la mañana, de frente al espejo, vi una imagen que no se parecía a mi interior; era la de una mujer con cabeza triste. La que se veía en ese cristal de reflejos tenía los ojos y la sonrisa brillantes con la cabeza llena de huecos. Esa no soy yo -dije- y me cubrí los cabellos ralos con una gorra.
Volví a la estética a que me rasuraran, no me vi en el espejo y cuando terminaron me puse la gorra de inmediato y me fui a casa. Me paré frente al espejo y me descubrí, quise impactarme conmigo misma antes que los demás lo hicieran; como un gato o un bebé me reconocí con los dedos, una mano en la cara y la otra pegada al espejo, recorrí cada centímetro de mi rostro. Mis manos rodeando mi cabeza, sintiendo, viendo, observando. Esta sí soy yo -dije- y me gusta.
Son pocas las letras que puedo encontrar para definirme, para explicar lo que se siente ser sin una parte que pudo ser importante por muchos años. Y solo me queda contar como ha sido.
Empecé a buscar pañoletas, a hacerme adornos, a colgarme cadenas y claro, compré una peluca que se parece mucho a eso que yo tenía. Salí a la calle como presumiendo a esa que apareció. Me cambié colores en los trapos que me amarré y aprendí rápido a hacer diferentes nudos con las pañoletas. Me regalaron tres de colores y todas le van bien a mi cabeza.
Lo que no le va muy bien son los cabellos postizos, las pelucas están diseñadas para personas con cabello, la red que la forma tiene una amplitud suficiente para acomodarlo y mi cabeza ya no tenía nada, entonces no me queda fija. Resulta que, platicando en un café, alguien me gritó desde la esquina y en un giro rápido para saludar, la peluca se resbaló y me tapó la cara completa, me la arranqué, la guardé en la bolsa y decidí que no más. Las risas de las personas alrededor esperaban, como pidiendo permiso, la mía, la tarde transcurrió con esa divertida anécdota.
Leí el artículo de Federico Cabrera con mucha emoción, con lágrimas de ‘contentez’ que se quedaron en mi cerebro con apenas unas letras para agradecer para pagar con algo importante. Y esta es mi réplica para tan delicado y dedicado texto que fue entregado a quien corresponde y ahora comparto con ustedes:
A Federico Cabrera, tampoco te conozco y tampoco sé tu caso.
Los tiempos y los momentos son siempre de todos. Unos antes, otros después. Las carreteras por las que transitamos tienen muchos recovecos, hace falta que alguien se pierda y los encuentre para poder volver a tomar el rumbo.
Los que me vieron desde un principio, pasaron por ese impacto también. También les golpeó la emoción y ese proceso, pedí que lo sintieran solos. Yo estaba ocupada en no impactarme con mi propia imagen. Desde que me dijeron "el tumor es maligno" tomé ventaja sobre los que estaban a mi alrededor, porque me puse muy contenta y poco a poco todos hicieron lo mismo.
Me siento honrada por tu artículo dedicado a mi persona. He de decirte que antes de tus letras, solo una vez salí a la calle pelona y además le pedí a una amiga que me acompañara; después de leerte y secarme las lágrimas, pensé en cómo agradecerte el regalo de viernes en este espacio, la forma que encontré fue salir con mi cabeza desnuda a recorrer las calles sola, pensando en la “Ella” de tu texto y el orgullo tan grande que sintió saberse. Yo me sé, solo me faltaba verme en la calle, sola y sin cabello. Qué gran compañía Ella y tus letras. Gracias Federico.
Y no, no me causa nada andar por la vida luciendo mi imagen, es a la gente que le causa algo que no quiero saber, hacen como que me ven y no me ven. Y sucede, por ejemplo, fui a votar, una larga fila; la gente formada voltea para todos lados, como esperando un disturbio, paranoicos pues, teléfono en mano, ojos atentos a todas partes a cada persona, es una forma de escrutinio antes del conteo. Llegué con la cabeza desnuda y como acababa de escuchar la canción Putting on the Ritz la iba "tarareando" casi bailando. Así, dos teléfonos apuntaron hacia mí, listos para tomar la foto (no sé si como burla o esperando que me diera una convulsión) dije paranoicos ¿verdad? Entonces me saludó una vecina al principio de la fila y los teléfonos cambiaron de dirección.
Y desde las letras de Federico, ni la peluca, ni las pañoletas son tan importantes, lo serán cuando necesite cubrirme porque hace frío o mucho sol y seguiré haciendo que la gente tenga impactos, algo de qué hablar. A mí no me hace nada. Que no tengo un pelo de tonta -me dijo Federico- y si acaso lo tuve, ya me lo quité.
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