En Puerto Vallarta se casaron Robert y Sofía en una glamorosa fiesta que reunió una gran cantidad de elegantes, elegantísimas personas. Durante el brindis, el…
En Puerto Vallarta se casaron Robert y Sofía en una glamorosa fiesta que reunió una gran cantidad de elegantes, elegantísimas personas. Durante el brindis, el papá del novio hizo alusión a cada una las nacionalidades de los invitados que visitaban el puerto desde Inglaterra, Dinamarca, Escocia, Italia y Australia para presenciar el enlace de su hijo y la “dulce y delicada Sofía” –dijo- saludó también a los de Guadalajara, Monterrey, Cd. de México y por supuesto los locales Vallartenses.
Entre los no invitados, estaba un regimiento de guardaespaldas por todo el hotel recinto de la ceremonia. Llegaron de alguna Iglesia lejana porque el convoy de autos hacia la fiesta cubría cuadras enteras y el estacionamiento fue insuficiente para todos, sobretodo porque las 7 camionetas con placas de la Secretaría de Marina ocuparon la mayor parte junto a la entrada principal.
Los fuegos artificiales estallaron igual que noche conmemorativa del Día de la Independencia en la playa, y la música de tintes internacionalmente adecuados hizo bailar a los asistentes hasta entrada la madrugada. Por los caminos, pasillos y elevadores del hotel se pudieron ver vestimentas de esas que solo aparecen en revistas de moda europeas; rostros de hermosuras poco comunes y sonrisas salidas de anuncio de pasta dental, perfumes y accesorios, sonrisas y conversaciones como una fastuosa Torre de Babel. La boda de Robert y Sofía a la orilla del mar, no emborrachó del todo a nadie pues a las dos de la mañana y al ritmo de la última nota musical, los invitados salieron en calma hacia los estacionamientos.
La fila de vestidos y trajes no terminaba, ellas ya con los zapatos en la mano y los hombres sin corbata, todos buscando un lugar en dónde seguir la fiesta o empezar otra. Los elevadores quedaron perfumados y los pasillos volvieron a la calma, las camionetas de la Secretaria de Marina y los guardaespaldas acalorados se retiraban en silenciosa procesión, las olas avivaron el sonido del mar y la luna llena alumbraba la solitaria explanada en donde se habían casado Sofía y Robert.
Un grupo de guapos caballeros bajaban aun con el vaso de whisky en la mano, uno de ellos me dijo — ¡Te amo! cuando pasé cerca de él. Debió ser una fiesta divertida porque salió completamente enamorado de su noche y para seguir su alegría le contesté que yo también, de inmediato dijo: ¡dame un beso! Y detenidos a medio camino un –qué digo- ¿rico? ¡Rico! beso del elegante y muy atractivo hombre que ante la mirada desconcertada de los acompañantes preguntó: — ¿Por qué no es así de sencillo besar cuando por la calle dos se encuentran? Ni siquiera hace falta preguntar nombres, así, solo porque las miradas se encontraron y se llamaron a besar, digo, mejor que andar de cama en cama en medio de las borracheras. Levantó la mano, alzó los hombros, sonrió y siguió su camino.
Por cierto, no tengo idea quienes son Sofía y Robert, ellos ya se conocían y se habrán besado muchas veces. Nosotras solo éramos huéspedes del hotel, vimos la llegada de los invitados en un atractivo desfile de modas desde la alberca, de madrugada los vimos salir y bueno, un beso de un guapo desconocido no es malo para cerrar la noche.
Habrá sido la hija o el hijo de algún pudiente político porque no creo que alguien de la Secretaria de Marina asista a cualquier boda, de todas formas fue una ceremonia tranquila y elegante en la que no fue necesario investigar quienes son Sofía y Robert. ¡Sean Felices! A veces así se casa la gente, no saben quién los está observando y solo algunos supieron que el italiano ese, besó a una desconocida en la calle y no a la pareja con la que seguramente habrá bailado esa noche.
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