¿Por qué suscita escozor el debate sobre cómo incrementar el salario mínimo? Dos motivos parecen principales: es, junto con el tipo de cambio, el ancla para contener la inflación, así…
¿Por qué suscita escozor el debate sobre cómo incrementar el salario mínimo? Dos motivos parecen principales: es, junto con el tipo de cambio, el ancla para contener la inflación, así como el medio para dar viabilidad al modelo económico maquilador, toda vez que se compite en el mercado mundial con base en salarios muy bajos, al tiempo que se mantiene un peso sobrevaluado. El otro factor que causa ámpula es un argumento de carácter moral, que a final de cuentas es el fundamento de la economía política, a saber: el salario mínimo en México es una depravación porque condena al hambre a quienes lo ganan, que incluye a cuando menos 13% de la población económicamente activa, más otro 24% que obtiene hasta dos salarios. Así que quienes defienden el modelo económico mexicano se quedaron sin argumentos: el régimen que prometía prosperidad provocó niveles aberrantes de pobreza.
Pero en economía y en general en todas las disciplinas sociales (la moda les llama ciencias), dice con pertinencia Robert Solow: “cuando se altera un equilibrio inicial, todo lo que puede cambiar cambia”. Ello significa que la idea de incrementar el salario mínimo, al trastocar de raíz el modelo económico, puede ocasionar grandes cambios. Así, si se rompe el equilibrio del modelo económico, que basa la competitividad de la industria mexicana en salarios ínfimos, puede provocar desde inflación y especulación, hasta daños a la pequeña empresa, mayor desempleo e informalidad. En otras palabras, puede colapsarse el modelo económico maquilador. Ahora bien, el reto es evitar daños colaterales. Por lo tanto, para que esta buena idea no fracase, hay que prever las respuestas de las personas y los mercados, es decir, anticipar sus consecuencias.
El tema del salario mínimo abre la oportunidad de debatir la política que basa la productividad sólo en salarios de hambre. La productividad tiene su basamento en servicios públicos y privados de calidad, como la educación, la capacitación, la función de la banca –la privada y la de desarrollo–, la infraestructura, el trasporte, la formación de clústeres y cadenas productivas, la transferencia de tecnología, la política cambiaria, las normativas y trámites, la seguridad social… En suma, la productividad es efecto de todo el sistema, por lo que su aumento no depende de matar de hambre al trabajador. Así, el alcance de la propuesta del Jefe de Gobierno del Distrito Federal da pie para replantear el pacto social y forjar una nueva visión que cohesione a México, en sustitución del nacionalismo revolucionario. Quizá sea hora de consolidar la democracia liberal y forjar una economía de mercado con responsabilidad social.
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