¿Qué viene después de la muerte?
¿Qué viene después de la muerte?
Existen muchas respuestas, pero no todas pueden ser ciertas. O se muere el ser humano y acaba todo, o bien muere y de algún modo accede a una nueva existencia. Así, la muerte podría significar el fin, o el principio.
Primera respuesta: La ciencia
No existe ninguna evidencia empírica para suponer, y menos sostener, que después de esta vida hay algo más. De acuerdo con la ciencia, todo acaba para una persona cuando muere: no hay juicio final, no hay premio ni castigo, no hay alma inmortal que subsista.
Segunda respuesta: El cristianismo
La Europa cristiana siempre ha sido individualista, hasta en la salvación. El cristianismo ofrece vida eterna a quienes crean y sigan a Cristo: de algún modo el alma separada del cuerpo volverá a unirse con su mismo cuerpo (cuerpo glorioso), aunque éste se haya podrido o quemado –Dios obra milagros–. El justo verá a Dios cara a cara y su apetito racional –la voluntad–, y todo él, quedará infinitamente saciado, infinitamente colmado, para siempre, por toda la eternidad. Pero es él o ella quien verá a Dios cara a cara; a fin de cuentas, la salvación es algo personal, individual: es uno quien se salva y es uno quien ve a Dios cara a cara. La cultura occidental nunca deja de ser individualista; ni siquiera en la muerte.
Tercera respuesta: El Busdismo
Para las tradiciones que se derivan del antiguo brahamanismo (budismo, tantrismo, taoísmo, etcétera), las salvación, vista así, es un absurdo. Mientras occidente exalta la individualidad hasta en la salvación, para estas tradiciones orientales de lo que se trata es de desprenderse del yo, porque, según ellos, el yo (el individualismo) es la causa de todo mal y sufrimiento. En efecto, el yo desea, y en su deseo es egoísta. El yo desea su satisfacción. Si logramos de algún modo anular el yo, cesará el deseo y no habrá más sufrimiento. El culmen de esto es el Nirvana.
Alcanzar el Nirvana significa la supresión total del yo y el fin de las reencarnaciones; será el fin de todo dolor, de todo sufrimiento, de toda angustia.
Hace muchos años, estudiando religiones, encontré esta metáfora: El yo es como una gota de agua; la gota es una, es individual, tiene existencia propia, y cree que ella es distinta de todo lo demás. Pero cuando la gota cae en el océano cósmico, deja de ser ella y se fusiona eternamente con el todo, con el cosmos, y se convierte en la Nada.
Schopenhauer, muy acorde con estas ideas, afirmó: «Si nos imaginamos la existencia de un demonio creador, hay derecho a gritarle, enseñándole su creación: ‘¿Cómo te has atrevido a interrumpir el sacro reposo de la nada, para hacer surgir tal masa de desdichas y angustias?’» Esta concepción es, pues, todo lo contrario a la visión occidental: de lo que se trata es de arribar al «sacro reposo de la nada».
Cualquiera de las tres respuestas –que, en síntesis, resumen y agrupan muchas respuestas más– tiene serios defensores. Y, claro, en occidente, quien no se salva, en el mejor de los casos tendrá oportunidad de purgar su alma o, en el peor de los casos, se condenará. Por otro lado, si uno no es capaz de alcanzar el Nirvana, tendrá cuantas reencarnaciones sean necesarias para lograrlo. La respuesta de la ciencia es la más triste, porque no hay ni salvación, ni condena, ni nada: ¿qué viene después de la muerte? Nada.
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