Es paradójico que México sea uno de los países donde su gente es de las más felices del mundo, cuando los problemas que padecemos los mexicanos son atroces: violencia extrema…
Es paradójico que México sea uno de los países donde su gente es de las más felices del mundo, cuando los problemas que padecemos los mexicanos son atroces: violencia extrema en cada vez más zonas del país; ilegalidad, impunidad y delincuencia sin parangón; inhumanos niveles de pobreza y precariedad y ofensiva desigualdad; desconfianza descomunal entre los ciudadanos que parece augurar el fin de la cohesión social; ceguera e incompetencia de las elites dirigentes… la lista es larga, pero el mello del asunto es por qué a pesar de todo somos felices. Hace algunos días, leyendo el nuevo libro de Fernando Savater, Figuraciones mías, encontré una explicación plausible. Un ensayo breve, divertido y de gran calado de su obra, titulado El averno: la casa de todos, permite comprender esta extravagancia mexicana.
Savater explica que la Divina Comedia de Dante Alighieri, que a su juicio debería llamarse Comedia Diabólica, es más recordada por los tormentos inventivos que padecen los condenados que por los escasamente atractivos encantos del Paraíso. La dicha eterna, continúa, es un premio sin atractivo, una recompensa monótona, cuyo mérito es anular el tiempo pero no poblarlo de delicias. Y rememorando el inicio de la novela Ana Karenina, puntualiza que León Tolstoi afirma que las familias felices no tienen historias interesantes, pero en cambio es muy rica la variedad narrativa de las desventuras humanas: “Sin toque infernal, escribe el filósofo español, nadie sale de la mediocritas, por áurea y bienaventurada que sea”. Añade que el peor tormento que conoce el hombre es el aburrimiento, porque humilla, y frente a él no caben la rebelión ni el heroísmo: no hay gloria en luchar contra el hastío.
En México todavía no estamos en el infierno, es apenas una sucursal, porque todavía no añoramos, de acuerdo con Savater, que dejen de pasar cosas para idealizar con sinceridad el aburrimiento como una forma de beatitud. El infierno, dice, “tiene el olor y el fragor –incluso el dolor– de nuestras pasiones y apetencias, de modo que resulta ser nuestra casa común… Allí nos lleva el uso de nuestra libertad –mal empleada si se quiere, pero ésa es precisamente la gracia del ser libre, ¿no?– y nunca la mera necesidad, ni el automatismo obediente, ni la servidumbre a las tiranías bienintencionadas que hemos querido rechazar”… Esta disertación sobre porqué los mexicanos nos sentimos cómodos en el averno es un llamado a reivindicar la libertad y a intentar el cambio por la vía democrática y pacífica, pues son tantos los agravios que podríamos estar cerca de preferir el engañoso Paraíso. ¿Explosivo?
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