No gobiernan…

Tengo un buen amigo que trabajó durante algunos meses en un gobierno estatal. Tengo un buen amigo que trabajó durante algunos meses en un gobierno estatal. Ni a él ni al lugar en donde fungió como alto...

13 de agosto, 2015
dictadura

Tengo un buen amigo que trabajó durante algunos meses en un gobierno estatal.

Tengo un buen amigo que trabajó durante algunos meses en un gobierno estatal. Ni a él ni al lugar en donde fungió como alto funcionario identificaré aquí por su propia seguridad porque, como él mismo me dijo, “estas personas son de armas tomar si los enfrentas”.

Mi amigo, llamémoslo Fortunato, es un experimentado profesional que fue recomendado para asesorar a un gobernador en temas de su especialidad. Pasaron los meses y el mandatario local, complacido con su trabajo, decidió un buen día invitarlo a que se uniera a su equipo ofreciéndole un cargo de primer nivel. Él aceptó pese a que nunca había trabajado en el sector público y sin hacernos caso a quienes le advertimos que no estaba preparado para enfrentarse a los feroces políticos profesionales que rodean y se encargan de asilar de la realidad a su nuevo jefe. Iluso, nos dijo que esta era su oportunidad para contribuir al mejoramiento de su estado y de las condiciones de vida de sus paisanos.

Pasaron unos tres meses y un buen día recibí una llamada telefónica de Fortunato. Le pregunté que cómo le estaba yendo, que si estaba a gusto en su nuevo empleo, que si había logrado adaptarse al mundo de la burocracia después de décadas de trabajar en empresas transnacionales. Me contestó que había renunciado unos días antes porque, de plano, estar dentro del sector público no era lo suyo.

Noté que no quería ahondar más en el tema por la vía telefónica y quedamos en reunirnos al día siguiente en un restaurante de la Ciudad de México.

Al ver a mi amigo me llamó la atención lo cansado que se veía, algo inusual en él, quien toda su vida ha sido un hombre disciplinado y deportista. Se lo comenté y me respondió que recién había vivido los peores meses de su existencia. Confieso que me sentí tentado a decirle “te lo dije” pero preferí quedarme callado y escucharlo mientras me narraba su aventura burocrática.

“La relación cambió con el gobernador y su equipo tan pronto dejé de ser su asesor para convertirme en su colaborador. Mis nuevos compañeros de trabajo, los que pertenecen al círculo más cercano del gober, empezaron a impedir que me reuniera con éste con la frecuencia necesaria para presentarle propuestas y lograr acuerdos. Cada vez lo veía menos y supongo que él, influenciado por lo que seguramente le decían de mí quienes están con él día y noche, ha de haber concluido que yo no trabajaba como él lo esperaba.

“Me fue imposible penetrar o escalar esa muralla que los cinco miembros del Club de Tobi que preside el gober han construido a su alrededor. Cuando veía a mi jefe era para que ayudara a los otros a resolver algún problema que quién sabe quien había generado.

“Los horarios son esquizofrénicos. Al gober parece no importarle tu vida privada o que tengas la necesidad de dedicarle tiempo a tu familia. Hay que estar a su disposición día y noche, los 365 días del año. Todo mundo tiene una hora de entrada pero la de salida no existe y durante el día vieras cómo muchos altos funcionarios, especialmente los del círculo cercano, pierden tiempo en comidas interminables en donde varios beben de más y regresan a la oficina borrachos, dizque para trabajar. No hay sistema, método, procedimiento… Todo se resuelve sobre la marcha… Los bomberazos son la norma. La verdad es que la mayoría de estas personas, hombres y mujeres, no serían contratadas por una organización seria y exitosa.

“Lo peor es que aparentemente nadie está pensando que hay que gobernar al estado y resolver los problemas de la gente. Los del primer círculo y quienes los rodean solo piensan en dos cosas: la primera, en cómo lograr ser el sucesor del jefe, obtener la candidatura del partido y luego ganar la elección popular; la segunda, en cómo hacer dinero a manos llenas mientras tengan la oportunidad de hacerlo, otorgando contratos a sus amigos y familiares, pidiéndole moche a los proveedores, inventando cuentas de gastos y utilizando cualquier artimaña para meterse un peso más al bolsillo.

“Lo que menos les importa es gobernar. No gobiernan. No hay gobierno. Tuve que ser funcionario de alto nivel sin experiencia previa para entender por qué está como está mi pobre estado”.

Esta fue la aventura profesional y existencial de mi buen amigo Fortunato. Esta es la desventura de México.

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