II. En Lo Interno…
II. En Lo Interno
En realidad, nunca fue preocupación en el mundo antiguo el abasto del comercio, el abasto de productos para la sociedad de consumo, precario como era el orden de producción y satisfacción del orden alimentario. Las fronteras eran interpretaciones que regían lengua y tradiciones, agrupaciones de convivencia y conveniencia de adaptación a costumbres y hábitos ancestrales. Las etnias tenían división clara y la natural concepción de irrupción, no se daba en forma tácita. De ese modo, la agricultura y otras funciones básicas de subsistencia, cría y pastoreo, eran tradiciones de una familia a otra, por generaciones. Los conflictos bélicos trastocaron estas prácticas y el abasto fue sorprendido en la escasez y en la sumisión de los pueblos sometidos.
De alguna manera, el acaparamiento para situaciones inesperadas y otras prácticas estacionales, enseñaron a los antiguos, que podrían sostener un pueblo con artimañas que soslayaran el hambre y las carencias. Nace, de alguna manera el concepto del mercado interno. La no dependencia de alguna fuerza exterior, cuando las fronteras se convierten en reserva de dominio, obliga a la conservación de la producción propia. Así se dominaron los sitios que nos desvela la historia, para demostrar que los ejércitos invasores sin subsistencia adecuada estaban condenados al fracaso. La historia nos repasa episodios de conquista que no lo fueron, al descuidar el simple abasto de la subsistencia, con la prerrogativa del acecho y asentada la superioridad.
En la modernidad, la adaptación de lo interno radica en la no dependencia del exterior para satisfacer necesidades de toda una población. El concepto puede establecer más armonía poética que establecer una realidad. La filantropía que rodea un concepto de esta naturaleza, no tiene bases firmes y tampoco actuales. Las economías cerradas no existen por el simple hecho de aspirar a la fase utópica de la autonomía. Podemos hacer un repaso breve de las últimas décadas para observar que cerrar una frontera provoca aislamiento y retraso en todos los órdenes, desde estanco en la cadena productiva hasta el entorpecimiento de la transformación científica. El mundo global no se dio por accidente, se dio por necesidad, por igualar circunstancias de progreso y por circunstancias de integración humanitaria. Las fuerzas comerciales pueden constituir fines nobles o perversos, pero una circunscripción a un orden mundial siempre es un comienzo.
Los márgenes de producción no siempre obedecen a las reglas locales de participación dentro de un mercado, como tampoco la filosofía de hacer negocios es adaptable al orden universal; las prácticas de un país a otro pueden diferir dramáticamente, la concepción de mano de obra, de horarios laborales, la percepción de salarios y otros emolumentos del espectro social pueden n o concordar con países con los que pueda tenerse una correspondencia comercial. El juego del valor agregado en la producción es representativo para dirimir espacios de competencia. Lejos estamos de las transferencias reales de riqueza de otras décadas cuando los productos eran terminados sin agregados de valor con materias primas y componentes de diversa áreas del orbe.
Las interpretaciones de transacciones comerciales en lo interno, dan a los países margen para ventajas comparativas, para márgenes de especialización, cuidando sus puntos fuertes y sus disponibilidades, aquellas tal vez, propias de su tierra. Esto, naturalmente incrementa posibilidades de influencia, de penetración de mercados con alto grado de especialización, pero ya nunca hegemónicos. En 1974 vivimos un período que no superó los cinco años de preponderancia, de nueve países que conformaron un cartel de exportación única en la historia, y que provocó un embargo petrolero al mundo industrializado, consolidando ingresos por 55,000 millones de dólares en un solo año, y forzando un mercado secundario basado en eurodivisas, para posteriormente estimular la exploración y diluir su influencia.
A pesar del derrumbe del muro de Berlín en 1989 y otros derrumbes de ideas totalitarias y retrógradas en el alimento de sociedades que ambicionaban cambios antagónicos con el sendero de las democracias modernas y los destinos de sus producciones y especializaciones y fortalezas, los mercados internos de los países fueron regulando su abasto local y concentrando sus fuerzas de competencia para regular una economía en equilibrio, desechando la utopia de la no dependencia y aprovechando precios que estimulaban la exportación y otros que regulaban sus necesidades sin sacrificio mayor. El eterno juego de las ventajas comparativas. No todos los países siguieron esa ruta del equilibrio, del aprovechamiento de la experiencia de otros, y cerraron sus oportunidades como sus fronteras. Provocaron aislamiento y atraso considerable para los márgenes del orbe, creando en lo interno necesidades insatisfechas y desarrollando prácticas que operan al margen de la eficiencia y la ley misma: mercados negros.
La experiencia de estas economías, siguiendo rutas alternas y distracciones de sistemas representativos en el poder, unas totalitarias, otras represivas, abandonó toda iniciativa de participación libre en los mercados, abandonó procesos de investigación y desarrollo y abandonó prácticas de competencia. La ausencia de competencia requiere de participación del estado, de alguna manera, mediante subsidio o capitalización directa. Esta fórmula ha probado su inoperancia al no existir riesgo, común a una empresa en competencia.
México tuvo una etapa, que justifica la historia y tal vez los resultados, llamada época del crecimiento sostenido. Fundamentaba su doctrina, por así llamarla, en un modelo de sustitución de importaciones, que provocaba una economía cerrada a la participación del exterior, y limitaba la capitalización de capital foráneo hasta el 49%. El Estado se convirtió en empresario para proteger la industria clave del país y de ese modo controlar la actividad básica y el crecimiento. La acechanza devenida en la historia, con un vecino agresivo y dominante, y una frontera amenazada, justificó el modelo, y circunstancias derivadas de la segunda guerra mundial para abastecer infraestructura, dieron un incentivo a un crecimiento sostenido y una paridad fija al dólar por espacio de 22 años, con variables controladas y favorables al entorno industrial. Esos días naturalmente no pueden volver, las circunstancias de la globalidad lo impiden, amén del desecho de utopías fincadas en la imaginación más que en el pragmatismo económico, como la autosuficiencia alimentaría y la promoción de negocios indeseables como las refinerías, cuando las energías renovables adquieren mayor presencia y las perforaciones profundas las realizan expertos internacionales, con capital de riesgo propio.
El robustecimiento de los mercados internos, hoy día se contemplan no solamente para la satisfacción de la demanda interna, se contemplan con la mira de la competencia global; la eficiencia de las empresas, medidas desde sus tasas de retorno y técnicas de valor presente para sus proyectos de inversión, reúnen comparativos de eficiencia en otras latitudes, de modo que los proyectos que se adaptan en estos días ya miden su potencial de participación en otros mercados del exterior. El juego de las ventajas comparativas, los agregados de valor y el estudio de las elasticidades de la demanda de un bien o servicio, ya tiene descontada gran parte de la información y desarrollo de sus funciones y alcances. El grado de sofisticación empresarial está circunscrito al orden de los mercados, de los bloques comerciales y de los tratados bilaterales y multilaterales. La visión de futuro es parte de la filosofía empresarial moderna.
Finalmente, la consideración desde el punto de vista gubernamental, en cuanto a la concepción del mercado interno, es de fomento en las reglas de participación, aliento en los mecanismos de control, agilización de espacios y trámites, foros activos y agrupaciones formativas y de guía de operaciones para la industria pequeña y mediana.
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