— Hola amiga, ¿cómo estás? — Muy mal amiga, me divorcié — ¡Felicidades! —le dije — ¿Cómo? ¿Estás loca? ¡Cómo me dices eso! — Fue…
— Hola amiga, ¿cómo estás?
— Muy mal amiga, me divorcié
— ¡Felicidades! —le dije
— ¿Cómo? ¿Estás loca? ¡Cómo me dices eso!
— Fue una decisión difícil ¿no?
— Muy difícil. Me tomó cerca de dos años empezar a pensarlo después de largos 3 años de ver que las cosas no estaban funcionando para nadie. Solo esperaba que llegara la noche para dejar de pensar y quería que mi marido se fuera de viaje otra vez para estar en calma. Imagínate que hasta esperaba que él encontrara a la famosa otra para que me dejara por su propia decisión. Esa otra no llegaba y a mí sí me llegaba la vejez poco a poco, aunque a veces parecía que me llegaba toda junta de la noche a la mañana. Cuando mi ahora ex-marido, estaba de viaje me sorprendía a mí misma sonriendo, una juventud olvidada aparecía y mi cerebro se llenaba de ideas nuevas. Se me pasaron los años hablando, platicando, discutiendo, gritando y buscando un pleito que activara el final de la relación y eso no pasaba. Me quedé pensando por meses enteros en las cosas que yo pudiera hacer si él no estuviera conmigo, los momentos que pasaría a solas conmigo misma. Imaginé por interminables noches si yo sería capaz de sobrellevar una vida sin él. Tanto tiempo sin grandes novedades y llenos de una total aburrición. Me obsesioné con la limpieza de la casa solo para ahuyentarlo porque él nunca fue un buen ayudante en esos quehaceres. Un día me desperté y sentí el bulto a mi lado, refunfuñé y le jalé las cobijas para despertarlo. No hizo caso. No le importaba siquiera que yo tratara de hacerlo enojar. El horizonte era ya un futuro oscuro, incierto y sin comunicación entonces un día le dije decidida: —Me voy divorciar
Está bien —dijo él— no es lo más maravilloso que has dicho hasta ahora, sin embargo yo no te veo feliz hace mucho tiempo y estoy de acuerdo, tampoco yo me siento bien, vamos a divorciarnos. Esa tarde empacó sus cosas y se fue y, ¿tú te atreves a felicitarme? —volvió a atragantarse en sus palabras y dijo: — ¿no te das cuenta? el infeliz ni siquiera lo discutió y se fue. Seguro tenía otra de la que yo nunca me enteré, seguramente ya lo tenía planeado, de seguro estaba esperando a que yo tomara la decisión, el muy infame, se largó así nada más —murmuró— y tú idiota, ¡me felicitas!
Te felicito —volví a repetir aguantando la risa— Ahora tienes lo que querías y acabas de regalarle la libertad a un ser humano que no vivía contento a tu lado. Qué importa a dónde va y lo que hará, ahora le será más fácil sonreír y su vida será más ligera. El regalo de la libertad no es cualquier cosa y ése mi amiga, te lo acabas de regalar a ti también. Si él se fue, es la respuesta a que tampoco quería seguir haciéndote infeliz y seguir caminando sin resolver nada. Tu ex marido entendió sin tanta discusión los faltantes irreconciliables que había en la relación y solo te tomó la palabra. ¿Por qué te felicito? Porque una decisión de ése tamaño no se toma fácilmente, es de las cosas más difíciles de la vida. Son las cosas más duras de romper, así como un leñador insiste en partir el gigantesco tronco de un árbol, se felicita cuando por fin aquello se parte en dos o en tres partes. Tu insistencia en que las cosas no funcionaban y que todo marchaba mal, todos esos años sabiendo que nada podías arreglar, era un machetazo limpio al tronco que era tu matrimonio. Finalmente se partió en dos. Cada tramo de ese tronco servirá para la leña de otras fogatas y arderán con más intensidad que la pobre luz que había en esa relación tuya. Te felicito porque lograste hacer en tu vida lo que muchísimas parejas no pueden hacer y prefieren martirizarse "hasta que la muerte los separe". Pues bien, la muerte del matrimonio no significa literalmente enterrar el cadáver del otro. Significa la muerte del amor, de la pasión, de la diversión, de la capacidad de crecer juntos, de hablar. Esa es la muerte que obliga a la separación de un matrimonio. Y eso tú ya lo superaste, así que ¡Te felicito!
— Tienes razón, no lo había visto de esa manera. Por cierto y tú, ¿cómo vas con tu marido? ¿Ya pudiste arreglar las cosas?
— ¡No amiga! Yo apenas empecé a pensar que un día me voy a divorciar.
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