s el final de octubre y llegamos a una de las fiestas mexicanas que más me gustan.
Es el final de octubre y llegamos a una de las fiestas mexicanas que más me gustan. Durante años he escuchado de mi papá (y desde hace tiempo lo repito) “debemos rescatar las tradiciones de nuestro país”. Y esta es una de las que más nos define como mexicanos y que más nos une con nuestro origen.
Mucho se ha dicho que las tradiciones de México se están perdiendo por la fusión con otras culturas, especialmente con la estadounidense, lo cierto es que, afortunadamente, existen lugares de nuestro país que las conservan y evitan que se extingan y queden en el olvido, ejemplo de ello son las fiestas en los pueblos de Mixquic, Xochimilco y Coyoacan (DF), Pátzcuaro, Jarácuaro y Arocutín (Michoacán), Huaquechula (Puebla), La Huasteca Potosina, Aguascalientes, Oaxaca y tantos lugares más en donde se pintan de costumbres locales que le dan, no sólo vida, sino variedad a nuestra fiesta.
Y no es que tenga algo de malo que queramos festejar el Halloween gringo, es divertido, para todo niño es emocionante disfrazarse y salir a pedir dulces. Aunque en mi infancia poco lo hice, más grande, como gran fanático del terror, llegué a disfrutar de caracterizarme como alguno de los hollywoodenses personajes, aunque tampoco me entusiasma mucho la fiesta, pero esto tiene más que ver con mi aversión a lo gringo.
Lo malo es no conocer nuestra cultura y poner las demás por sobre ella. El divertirnos con una e incluso la fusión de ambas es válido, en el más estricto de los sentidos el Halloween tampoco es estadounidense, viene de las culturas celtas y sajonas. De hecho lo que hoy conocemos como las fiestas de muertos en México son una fusión de las costumbres prehispánicas y la imposición de las fiestas católicas que introdujeron los españoles durante la conquista para imponer su cultura. En el México prehispánico se le rendía culto a la muerte porque se entendía como parte de la vida, fueron los españoles quienes con sus cristianas ideas trajeron los conceptos de cielo e infierno como premio o castigo, y con ello el miedo, pero el pueblo supo conservar su tradición al tiempo que incluía las nuevas enseñanzas y la fiesta ha logrado sobrevivir a lo largo de los siglos.
Lo que tenemos hoy es el resultado, como he dicho, de la fusión de dos culturas. De la prehispánica la costumbre de las ofrendas que incluían objetos que le gustaran y habían sido usadas por el difunto: recipientes, ornamentas o adornos de obsidiana. Usaban unas hileras de cráneos unidas por perforaciones en la parte superior, estos restos eran de los sacrificados en honor a los dioses (muerte considerada un honor).
Cuando llegan los españoles, el festejo se comenzó a hacer el 1 y 2 de noviembre porque las costumbres católicas realizaban misas, oraciones y responsorios por las almas de los fieles difuntos. Visitaban el cementerio con flores, veladoras y comida que se consumía en compañía de las almas de los seres queridos.
Con el tiempo lo ritual y solemne dio paso a lo festivo y burlesco, en el que se cambian elementos como los cráneos por las calaveritas de azúcar, y se agregan otros como el papel picado, pan de muerto, dulces típicos, sal, etcétera. Pero aún en el típico altar de muertos mexicano existen diferentes versiones dependiendo del lugar donde se realice.
Otra de las costumbres de estos días es “pedir calavera”, cosa que sólo escuchamos en los niños que piden dinero en las esquinas. Pero originalmente se rezaba junto a los altares y al final se repartía la fruta y la comida de la ofrenda (la calavera). Con el tiempo los niños empezaron a salir vistiendo a uno de ellos de muerto y lo llevaban de casa en casa cantando versos al estilo de cuando se pide posada y dando gracias al final por lo que les daban: pan, tamales (elementos de las ofrendas) y en algunos casos, dinero.
Falta escribir todavía de la calaverita literaria, o de la falsa idea de la Catrina como un elemento de estas fechas. Pero el punto es, pues, insistir en que no es malo seguir una tradición ajena, pero es primordial conocer las propias ¿por qué? Porque todas ellas son parte de nuestra historia, el legado de nuestros antepasados, nuestro origen y nuestra esencia. Es nuestra obligación conocerla. Como muchas otras, es vergonzoso saber que mejor viene un extranjero a conocerla y admirarse de ella que nosotros mismos.
En fin, lo bueno es que con todo, y aunque año con año escucho que son tradiciones condenadas a desaparecer, veo que afortunadamente no es así, que hay cientos de pueblos que aún las siguen, familias que las retoman y gente preocupada por rescatar los orígenes.
Ya se va la calavera bien agradecida, porque en esta casa sí fue recibida.
Voy vengo.
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