La política de la tristeza

No es usual sentirse triste por la política, práctica humana que concita más al coraje, la indignación y la frustración o a veces —pocas— al entusiasmo. Sin embargo, a veces… No es usual sentirse triste por la...

4 de marzo, 2015

No es usual sentirse triste por la política, práctica humana que concita más al coraje, la indignación y la frustración o a veces —pocas— al entusiasmo. Sin embargo, a veces…

No es usual sentirse triste por la política, práctica humana que concita más al coraje, la indignación y la frustración o a veces —pocas— al entusiasmo. Sin embargo, a veces me da tristeza lo que pasa en el ámbito político.

Llevo una semana así. Lo digo porque en conversaciones privadas (pues es mi ámbito el privado, en que ejerzo a riesgo propio y sin representar a nadie; y sin esperar que nadie me lea o atienda lo que digo), me ha dado una sensible tristeza que el presidente de mi país haya escogido para encabezar la procuración de la justicia federal (y próximamente, la Fiscalía de esta nación) a alguien como Arely Gómez.

Varios hemos clamado por cambios en el gabinete presidencial pero cuando por fin lo hay, resulta que ¡sale al Procurador General! El hombre más capaz que he visto frente a esa responsabilidad, ése que encabezó una investigación magnífica e insólitamente bien hecha sobre el destino de 43 asesinados luego de ser secuestrados en Iguala, a manos de bandas locales de criminales.

Escribo mientras oigo noticias de mi presidente en tierras inglesas, visita clamorosamente criticada por activistas locales que sin duda también chiflaron e insultaron al cortejo que cargaba el cuerpo yerto de una grande entre los primeros ministros ingleses, Lady Margaret Thatcher.

No me entristece que el Reino Unido honre a mi país al recibirlo en visita de Estado con inusitada frecuencia —apenas 6 años después de la última visita mexicana de ese carácter— sino por lo que ocurre en tierras más cercanas. Me pregunto, ¿dónde estaba Enrique Peña Nieto cuando decidió poner a Arely Gómez como Procuradora General de la República y futura titular de la Fiscalía por ocho años?

¿Por qué arruinar a una funcionaria impecable, decente, limpia y de excelente perfil, en un puesto más adecuado para leones o tigres o hasta chacales, como es el órgano encargado de combatir delitos tan graves y violentos como el narcotráfico, el armastráfico y otras transgresiones peligrosísimas? ¿Y por qué castigar a un funcionario eficaz como Murillo? ¿Porque en un humano desliz, en cadena nacional, cometió el terrible, duradero y muy mediático gafe de ensuciar su excelente investigación sobre los de Ayotzinapa al decir “ya me cansé”? ¿Por qué echar a perder a una senadora brillante y enviarla en derechura al matadero? ¿Por qué someterla a la peor, más sucia, más doliente de las críticas, visible hoy que la aprobó el Senado? ¿Por qué someterla a la vulnerable acusación de ser hermana de un hombre también limpio, el vicepresidente de noticieros de Televisa? Como dijo Joaquín, la acusan de portación de hermano. Y diría algún clásico posmoderno, ¿pero qué necesidad?

Lo anterior me da tristeza por mi país, pero sobre todo por Arely. Tengo el orgullo de conocerla y de llevar con ella y con su familia (por cuatro generaciones) una estrecha amistad. Pero no hablo del cariño y la cercanía. Hablo de la tristeza por una carrera impecable en riesgo de ser ensuciada por los enemigos de México. No siento tristeza por su gestión, que sin duda será limpia y correcta; hablo de la presión mediática, la acusación gratuita, la embestida de la peor calaña de malhechores. Hablo de las profunda injusticia contra una vitalicia buscadora de la justicia.

Esto rebasa el homenaje a la impecable carrera de una anomalía dentro de nuestro sistema político (una mujer tan anómala que ha sabido cruzar pantanos sin mancharse). Se rebasa toda prudencia cuando el presidente la lanza —a riesgo de su vida— no a un lodazal sino a un ambiente donde se emiten tufos de lo peor que, en abundancia, producen los peores mexicanos.

No dudo que Arely sabrá salir de tales retos sin ensuciar su plumaje pero sigo expresando mi tristeza por someter a tal destino a una persona así; y por quitar y quemar a un procurador como Murillo, que tuvo el valor civil, moral y técnico de exhibir la verdad de Ayotzinapa: un crimen entre bandas criminales rivales con apoyo de un poder local. Y cuya autoría —injustamente, con amplio apoyo de algún mesías tropical que aspira al poder nacional— ha sido mentirosamente esquivada y torcida hacia el gobierno federal. Tanto así, que hasta en la Gran Bretaña hay hoy quien cree que Enrique Peña Nieto asesina ayotzinapos. (¿No acusó Hitler a los comunistas por un incendio que él ordenó?)

No, no se vale. En política también hay que manejar sustancias, no sólo formas. Ante la urgencia de hacer cambios al menos en un par de secretarías virreinales, ¿por qué este cambio? ¿Por qué allí?

¿Pero qué necesidad?

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