Las ideas que gobiernan nuestra vida, y que por una especie de pudor se ocultan bajo el ropaje de ciencia, tienen su origen en antiguas historias míticas, en la metafísica…
Las ideas que gobiernan nuestra vida, y que por una especie de pudor se ocultan bajo el ropaje de ciencia, tienen su origen en antiguas historias míticas, en la metafísica y en la teología. Tal es el caso del concepto de Progreso. ¿Cuál es el origen de esta idea cardinal del mundo? En la antigüedad, los griegos y otras civilizaciones concebían el tiempo de manera cíclica: todo se repetía y volvía a empezar, como la vida y la muerte o las estaciones del año. El universo era casi estático: lo que nacía moría y volvía a nacer o encarnaba. Esta concepción del mudo es transformada por la narrativa cristiana que introduce una nueva forma de ver y entender las cosas. Ella engendra la idea de la salvación. A partir de entonces, el tiempo deja de ser cíclico. Ahora la humanidad va a ser recompensada al final de sus días por la venida del Reino de Dios. Hay principio y fin: hay un más allá. Hay futuro: el tiempo es lineal.
La secularización de la idea de recompensa futura origina el concepto de Progreso. Se invierte el sentido de la recompensa con el advenimiento del Reino de Dios por la recompensa aquí y ahora. El Paraíso ya no está en el Cielo sino en la Tierra. Buena parte de esta transmutación la debemos a los economistas clásicos: Bernard de Mandeville, John Locke, David Hume, Adam Smith, John Stuart Mills, que en mayor o menor medida abrevaron de las ideas hedonistas de Epicuro, el antiguo filósofo griego y, en particular, de la concepción cristiana que relativiza el mal. El apóstol Pablo dice en Corintios 10:23: “Todo me es lícito, pero no todo conviene; todo me es lícito, pero no todo edifica”. En sus reflexiones teológicas, Tomás de Aquino añade: “todo mal se funda en un bien… El mal no puede existir de por sí, puesto que no tiene esencia…” (Suma contra los gentiles, cap. 11).
Siglos después, Mandeville convierte esta idea de que no hay mal que por bien no venga en su famosa tesis de que el vicio privado se trasmuta en virtud pública, que a su vez Adam Smith denomina como “la mano invisible del mercado”: la maquinaria del Progreso está en marcha. Como se ve, la teología, los mitos y las leyendas que explican el mundo dan origen a la idea del Progreso, de crecimiento infinito, de la productividad por la productividad, y demás dogmas de nuestro tiempo. Aunque hoy esta leyenda se cuenta, para darle un barniz científico, por medio de una narrativa matemática. Por ello, dice Tomáš Sedláček en su monumental obra, Economía del Bien y del Mal: “La historia del pensamiento nos ayuda a deshacernos del lavado cerebral de la época, a ver a través de la moda intelectual y dar un par de pasos hacia atrás”.
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