Doctores y enfermeras ya no todos de blanco, tampoco usan cofias, gafetes y no todos tienen bordado su nombre en las batas.
Doctores y enfermeras ya no todos de blanco, tampoco usan cofias, gafetes y no todos tienen bordado su nombre en las batas. La gente de blanco ya no es como lo conocí, supongo que tiene que ver con la modernidad y los programas de hospitales en televisión en los que solo hay gente guapa, seria, casi enojada, acelerada y de ropas muy coloridas.
Adultos jóvenes estudiantes de medicina y enfermería de todas las escuelas que siguen exactamente el mismo estilo, tienen las mismas características y por supuesto se rigen por la misma actitud, que no siempre es la mejor; muchos de estos exigen que les llamen “doctores” estando aún están en el proceso de su carrera, por el contrario, los doctores experimentados no necesitan ser llamados por su título.
Me tocó conocer un hospital, uno público, fui paciente y una muy paciente. Dentro del torbellino que provoca el desfile de practicantes, pasantes, residentes y profesionistas entre los cuarto y camas, se puede ver fácilmente quienes, entre todos ellos son profesionales y tienen vocación. En el Hospital General hay de todo, doctoras muy jóvenes que no se prestan al trato con ningún paciente, parece que al cumplir con su trabajo les estorba la buena actitud, doctores jóvenes con una mueca que en sus tiempos de estudiantes pudo haber sido una sonrisa.
A los doctores profesionales adentrados ya en su vocación, les es muy sencillo platicar y comentar, satisfacer la curiosidad y las dudas de sus pacientes. Una que otra enfermera, de las que ya están a punto de retirarse se esfuerzan en atender a los enfermos o las que tienen obsesión por mandar a bañar a las pacientes y se atreve a decirles que huelen mal.
Están los muy jovencitos que todavía no saben desprender sus emociones del dolor de los pacientes, las enfermeras que son más sensibilidad que personas; otras que se olvidan del paciente y se reúnen en su “central de enfermeras” a comentar las publicaciones de sus facebooks.
Una doctora en ciernes que da miedo, su expresión de asco y desaprobación asusta, nada que ver con su carita de niña bonita que quiere ser ginecóloga. Hay de todo pues, y escuché, entre las vecinas de piso un sinfín de quejas acerca de la insensibilidad de las enfermeras y doctores. Se quejaban, además de sus males, de la gente que las atendía.
La diferencia en el trato con las personas es una sonrisa y uno o varios “gracias”, en un hospital uno tiene el deber de decir gracias o sonreír a las personas que nos ayudan porque no siempre es grato lo que tienen que hacer por nosotros. El hecho de pagar o no pagar como paciente, no le quita valor a la sonrisa de todas formas, la gente de blanco cobra; los doctores y enfermeras en el Hospital General me cuidaron y me trataron muy bien y ha de ser porque lo único que pude ofrecer a cambio fue una sonrisa, aunque no lo logré con la que asusta.
Aquí puedo apuntar que muchas veces, al creer que la confianza en las manos del médico permite un poco más, descaradamente les llamamos “doc” y no, ellos, la mayoría, no estudiaron una carrera abreviada, son doctores completos. Nunca vuelvo a llamar a uno “doc” pues ni que fuera yo Bugs Bunny. Asi como no hay “inge”, “arqui” o “lic”, todos quienes terminaron su carrera por y con vocación, son profesionistas completos.
La medicina social no debe ser sencilla para nadie, ni para los pacientes y mucho menos para los profesionales de la salud, la cantidad de personas que persiguen la asistencia de un médico y que llevan consigo la esperanza de que en cada consulta se resuelva su salud, es impresionante; las filas interminables de enfermos y sus familias se extienden más allá de la capacidad de los hospitales. Todos buscan por supuesto, atención individual y para los doctores no es posible dedicar más de cinco minutos en cada consulta, somos muchísimos.
Es triste saber de pronto, que la salud hace mella en la vida de tantos aun cuando nadie busca enfermarse y adentrarse al mundo de la institución pública muestra en sus pasillos, la escasez, la falta de empleos, la ignorancia, la necesidad y muchas veces la decepción, la desesperanza y hasta la resignación para esperar la muerte.
Los seres humanos sanos que no se cuidan y que no cuidan su entorno no tienen idea de lo brusco que puede ser implorar por atención médica cuando la salud destruye de repente la vida diaria, no tendrán siempre la suerte de encontrar lo mejor, lo que se supone que necesitan; no hay magia en las instituciones de salud social, le toca a cada uno buscarla y aprender, sobre todo a sonreír porque para nadie es fácil.
No ha habido forma de que el gobierno pueda con tanta necesidad a causa de la necedad de la gente; me tocó vivirlo de cerca y aunque mi estancia en el hospital, la fortuna de haber tenido excelentes médicos a mi lado y la atención acertada de cada uno, no reduce lo que vi en tanta gente, ese es en verdad, un mundo raro.
Que quienes se conviertan en pacientes sepan que deben ser pacientes, que su actitud no exaspere la de los profesionales, y bueno, no estaría de más recomendarle a los dedicados a la salud que vieran con atención la película: “El Doctor” filmada en 1991 con el actor William Hurt y que es una versión libre de la obra de Eduard Rosenbaum titulada: “Una prueba de mi propia medicina” publicada en 1988 y en la que el director del hospital se convierte en paciente de su propio personal.
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