La Chica del Tren ( The Girl on the Train ), E.U., 2016. Dirección: Tate Taylor Guión: Erin Cressida Wilson, basada en la novela homónima…
La Chica del Tren (The Girl on the Train), E.U., 2016.
Dirección: Tate Taylor
Guión: Erin Cressida Wilson, basada en la novela homónima de Paula Hawkins.
Fotografía: Charlotte Bruus Christensen.
Intérpretes: Emily Blunt, Rebecca Ferguson, Haley Bennett, Justin Theroux, entre otros.
Duración: 113 minutos.
La cinta arranca con un idílico viaje en tren hasta Nueva York, pasando por unos paradisiacos suburbios que están adornados de una hermosa vista del mar. Ese es, en el fondo, la virtud y el mayor error de La chica del tren, la tercera cinta de Tate Taylor, quien con anterioridad solamente había demostrado un discreto oficio en la simpática pero vacía, Vidas cruzadas (The Help, 2011). Para La chica… adapta el Best Seller homónimo de Paula Hawkins.
En él se cuenta la historia de una mujer que es abandonada por su marido a causa de su alcoholismo. En medio de su depresión, entre otras cosas por la imposibilidad de ser madre, se dedica a viajar todos los días en tren a Nueva York para fingir que trabaja. En el camino, cerca de donde vivió con su hoy ex marido, siempre ve a una pareja que le recuerda lo que ella perdió. Resulta que la susodicha es la niñera de la hija de su ex, la cual, curiosamente, desaparece sin dejar rastro, el día que la hija de Jack Daniels descubre que engaña a su esposo. Entre que no tiene nada mejor qué hacer y que el marido de la desaparecida está muy buenón, nuestra hermosa dipsómana de ojos azules, decide investigar por su cuenta qué pasó, al mismo tiempo que busca recordar lo que pasa en su mundo cuando sufre lagunas mentales a causa de su alcoholismo. Hasta acá termina lo interesante.
Yo no he leído la novela, pero los comentarios sobre ella la pintan como una historia original e interesante, siempre comparada con Perdida, escrita por Gillian Flynn, una novela que analiza y destroza la institución matrimonial de forma salvaje. Dicho parecido, en lugar de beneficiar a la cinta, la pone en desventaja y la deja en evidencia como un simple clon sin inspiración alguna. Veamos las cosas como son: Por un lado, tenemos a una Emily Blunt correcta y sin maquillaje, con una actuación al borde de la sobreactuación, pero siempre contenida, así como un reparto lleno de los rostros más bonitos y sosos de los últimos años. La fotografía es impresionante, los paisajes hacen ver al mundo tan hermoso que hasta dan ganas de vivir ahí, y después suicidarse porque tanta belleza no la merecen nuestros ojos. La música, de Danny Elfman, cuidada y correcta como siempre, acompañan ese preciosismo visual de forma virtuosa. Pero en el fondo, estamos ante una cinta que se efectivamente se parece a Perdida (Gone Girl, 2014, David Fincher) pero sólo por encimita, como William Levy a Brad Pitt, o sea, nada más se ven iguales de la cara, pero el talento y el cerebro, nomás no se le dan al cubanito. Eso mismo pasa con esta cinta; Taylor no tiene el talento de Fincher, y mientras la del segundo destroza, analiza y vuelve a destrozar la idea del matrimonio y el amor, la del primero sólo se ve como un bonito calendario del Sanbors. ¿Falta de talento? Pues sí, desgraciadamente. Tate Taylor no tiene el colmillo de David Fincher, y desgraciadamente, lo superfluo y banal de cierto sector norteamericano que retrataba el director de Alien 3 (1992) con tino, en manos del casi novato, se vuelve tan profundo como el último capítulo de RBD.
Pero el problema va más allá todavía al percatarnos que La chica… representa también el estado del cine norteamericano (y mundial, hay que echarle un ojo a las tonterías que se hacen en México, como Macho, de Antonio Serrano). Hace unos días, le comentaba a una persona que el arte actual es mucha técnica y poco contenido. Y el cine, hoy por hoy, está conformado de eso mismo: Cintas bonitas, de consumo veloz, que recuperen la inversión lo más pronto posible, antes que el público se percate que está pagando por ver una porquería, lo cual, por lo general, no ocurre porque su retención de memoria se ha vuelto más endeble que la de la pececita Dory. Lo que pudo ser un ejercicio de estilo Hitchkockteano, se vuelve una de las cintas más olvidables de los últimos años, un desperdicio de caracteres, de tiempo y de dinero.
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