“La caja negra” de Amos Oz y el fanatismo religioso

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10 de marzo, 2017
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De La caja negra (Ediciones Siruela), novela epistolar del escritor israelí, rescato una cita…

 

De La caja negra (Ediciones Siruela), novela epistolar del escritor israelí, rescato una cita: “Nos aniquilamos por la ardiente necesidad de ser salvados”. En su novela se aniquilan sus personajes. Todos siguen fielmente sus necesidades que van desde el amor, la compañía y, por supuesto, la religión. Sin embargo, tal aniquilación queda lejos de la tragedia clásica, de la sangre y la violencia con la que suele acompañarse, porque las rupturas inician con ese querer que parte de la angustia, del miedo o de la incertidumbre.

Aquello que provoca el salir a conseguir lo que nos falta para aliviarnos, para salvarnos. Así lo hace Alec, el personaje central de la novela de Amos Oz, quien por todos sus medios consigue tocar las vidas aparentemente estables de su exmujer Ilana y su marido, el fanático religioso Michel.

Todos terminan por desmoronarse (menos Boaz, el hijo rebelde de Alec e Ilana, ese fruto de la discordia que no tiene oficio ni beneficio: el único que no busca salvarse, y por ende nada necesita. Un ser que deambula por la novela, sirviendo de pretexto para juntar a los amorosos, a esos amantes, a la expareja que no encuentra otro pretexto más que el de su hijo para seguir en contacto), porque de pronto dan cuenta de que esas necesidades que habían estado dormidas, son la clave para conseguir un destino más amable y justo.

Y es cuando van detrás de ellas sin importar nada, sin darse cuenta de que en el intento, en esa salvación, terminarán luchando entre ellos, un estira y afloja que lastima al punto de destruirlo todo.

La caja negra conserva el registro de ese intento por salvarse. Las voces, las maneras, las descripciones, las negociaciones, las mañas, los pensamientos, las ideas, de todos los personajes involucrados en la novela quedan resguardados en este inmenso libro.

Es un testimonio de la peligrosidad de la creencia, cualquiera que esta sea –la religiosa es la principal en la novela-, pues ésta se continúa y alimenta de dos partes fundamentales, y de la cual deja registro el Dr. Alexander A. Gideon (Alec): el sentimiento de culpa y la necesidad de absolución.

Cuando se tienen este par de elementos, la vida de cualquiera de las religiones en el mundo que hoy existen, queda asegurada.

El círculo vicioso se crea a partir de esa necesidad por expiar las culpas a través de un ideal que nos proporcionará un guía, que será aquel que nos enseñe el camino de nuestra redención; sin embargo, esta persecución de un ideal nos formará una dedicación y una disciplina (casi siempre represiva y manipuladora) que desembocará en otros errores -fallaremos muchas veces, porque no somos seres celestiales,  sino seres humanos- los cuales, eventualmente, deberemos enmendar en el futuro, evidentemente con más fe, con una “vinculación redoblada del ideal”.

Después, la mortificación, los rezos vergonzantes, la represión, la “traición” constante hacía ese ideal rígido, la obediencia, la negación, la sujeción…

Y entonces el fanatismo: volcarse en cuerpo y alma, sin importar nada, al camino que nos conducirá a esa salvación que nos inventamos, y que otros, al igual que nosotros (al seguirse validan y justifican su dogma. Y deben seguirse porque la soledad les resulta insoportable: necesitan justificarse en el otro, verse en el rostro de los demás para sentir que lo que están haciendo y pensando no es absurdo o ridículo), seguirán indudablemente.

Así, La caja negra registra el inmenso agujero existencial del ser humano: su gran cáncer que jamás podrá erradicar, la necesidad de salvación.

Amos Oz logra desnudarnos, y de paso da una explicación al pensamiento radical del fanatismo religioso que ha conseguido revitalizarse y enquistarse en muchos lugares del mundo.

La sangre se derrama por la represión que el propio individuo genera a partir de querer alcanzar una serie de preceptos inhumanos que alguien tuvo a “bien” inventar.

No, la salvación no es un lugar ni un camino. No es una palabra ni una imagen ni una creencia. La verdadera salvación humana radica en la inconciencia, en la no existencia de sí mismo ni de su entorno.

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