La bibliografía de una vida

Incluyendo Twilight y Fifty Shades of Grey porque… pues, ¿por qué no? Incluyendo Twilight y Fifty Shades of Grey porque… pues, ¿por qué no? Como cualquier persona en su sano juicio he tenido momentos de pánico pensando...

12 de octubre, 2015

Incluyendo Twilight y Fifty Shades of Grey porque… pues, ¿por qué no?

Incluyendo Twilight y Fifty Shades of Grey porque… pues, ¿por qué no?

Como cualquier persona en su sano juicio he tenido momentos de pánico pensando las horas que he desperdiciado leyendo algunos libros completamente irrelevantes; tiempo valioso que bien pude haber usado haciendo algo totalmente impredecible, como mi tarea, por ejemplo.

No sé si sea algo que sólo me sucede a mí pero no puedo evitar sentir algo de rechazo cada vez que el tema de los libros sale a relucir. Es casi inevitable que la conversación dé un giro pretencioso y existencialista, antes de que se den cuenta alguien ya está citando a Kundera o Kerouac mientras circula su copa de vino en su mejor caracterización Beatnik. Supongo que depende de con quién se haga.

Les pido de la manera más atenta que tengan en cuenta que entre los libros que he leído seguramente (definitivamente) hay muchas cosas indefendibles. Si creen que voy a dar cátedra sobre la “intríngulis de la Biblia” de una vez les digo que no estoy aquí para eso. “¿Qué otra cosa vergonzosa he leído?” le preguntaba a mi hermana antes de empezar a escribir y eso fue suficiente para que empezáramos a argumentar porqué los libros de Crepúsculo son mejores que los de Cincuenta Sombras de Grey; normalmente así son mis pláticas de libros.

En la casa de mis tías, donde mi hermana y yo pasábamos tardes interminables después de la escuela, hay un librero macizo lleno de enciclopedias, novelas históricas, ficción, biografías, y los indefendibles que nunca pueden faltar (¿en serio? ¿La Gloria por el Infierno?). Pero cuando tenía seis años había un libro en especial que llamaba mi atención y del que todavía me acuerdo. En la portada estaba el dibujo una monita como de los años cuarenta pintándose la boca y un monito llorando con un corazón roto; era “Pero… ¿hubo alguna vez 11,000 vírgenes?” de Enrique Jardiel Poncela.  Sobra decir que tenía prohibidísimo leerlo. Siempre que lo agarraba me lo quitaban diciendo “mejor lee ese de la pasta anaranjada… ándale, ese que dice Larousse”.

Hace tiempo leí en el prólogo de algún libro de Hermann Hesse que dejar que un simple libro sea el responsable de definir, cambiar o moldear nuestra perspectiva sobre la vida es de tontos, estoy parafraseando claro, pero eso me ha perseguido por años. Declárome tonta entonces. Seamos realistas, ¿quién no ha visto su vida transformada por un buen libro? Cuando digo “buen libro” me refiero a un buen libro para cada quien, no necesariamente un ganador del Pulitzer.

Eso no me sucedió hasta casi cerca de que decidiera tomar ese semestre sabático en 2011. En ese tiempo todo lo que pudo haber salido mal salió mal o al menos así se sentía y apenas iba empezando la mala racha. Cuando empecé a leer “Invisible” de Paul Auster no fue por gusto o decisión propia, fue para tener un famoso “derecho a examen” y terminó siendo justo lo que necesitaba sin saberlo. No supe cómo pasó o qué fue lo que encontré en el libro que no sólo me ayudó a superar varios rencores sino que dejé de aferrarme a mi viejo estandarte de la rencorosa. Estoy intentando no sonar a comercial de “Pare de sufrir”, sólo quiero decir que, honestamente, no fui la misma persona después de leerlo. Lo más chistoso es que ahorita ni siquiera podría explicar con coherencia de qué se trata pero sigo teniendo muy presente el recuerdo de mi experiencia catártica con él.

Más adelante, cuando sentía que me hundía cada vez más profundo en porquería, descubrí a Haruki Murakami.  No sé si yo interpretaba sus libros así pero parecía que siempre estaba presente ese trasfondo de incertidumbre y/o nostalgia; ahora que lo pienso, probablemente no escogí la mejor época para leerlos.

De cualquier manera me enamoré de ellos pero de los cinco o seis que compré de un jalón no soy capaz de releer ninguno hasta la fecha. Cuando los abro muchas hojas están onduladas de todas las veces que los leía llorando, es como si estuvieran llenos de esos malos tiempos.

No me acuerdo cómo di con Fifty…, fue a finales de mi sabático y lo único que sabía era que ya estaba lista para leer algo ligero. En ese tiempo todavía no llegaba la trilogía a  México o sea que tuve la oportunidad de practicar uno de mis hobbies: descargar cosas de manera ilegal. Juzguen todo lo que quieran, lo único que me importaba era no tener que ir a comprarlo.

Hay muchos libros eróticos mejores que ese, pero de cualquier manera hizo por mí lo que los demás libros no pudieron. Me hizo reír reír. Tal vez no era ese el propósito de E.L. James, pero aceptémoslo, la posibilidad de alguien consiguiendo trabajo inmediatamente después de terminar la universidad es el escenario más risible del mundo, ni hablar de lo demás. En cuanto al erotismo, olvídense de las nalgadas y los látigos, a mí sólo díganme que puedo empezar a pagar en febrero a meses sin intereses.  

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