Aunque parece prematuro…
Aunque parece prematuro, sobre todo porque este año la atención en el tema político tendría que estar concentrada en las 12 elecciones para gobernador, aspirantes, grupos políticos y medios de comunicación tienden a fomentar más la competencia por la carrera presidencial.
En términos prácticos los ciudadanos privilegian sus comicios locales por encima de una perspectiva que no es inmediata, que por ahora les resulta ajena, eso independientemente de que los resultados de la jornada electoral de este año necesariamente tendrán una gran influencia en la elección presidencial.
Las estructuras electorales dependen de los gobernadores, de tal forma que en este momento no es más importante el posicionamiento de los precandidatos con miras al 2018, sino el control de la operación.
En la mayoría de los casos, con excepción de Morena que ya tiene candidato en la persona del propietario del partido, la definición de los partidos para elegir las candidaturas dependerá, en gran medida, precisamente del escenario nacional, lo que suceda en los estados.
Eso sin descontar que la importancia del desarrollo de diversos temas de la agenda nacional están todavía en proceso. Su impacto es gradual y hasta que no estén concluidos no habrá forma de medir sus efectos realmente.
Por ejemplo, el aspecto económico, que es una de las asignaturas pendientes, más allá del impacto de la crisis internacional y la baja de los precios del petróleo, si bien no es el único aspecto relevante, pocas cosas importan más que el impacto de la situación económica.
Hoy los esfuerzos individuales se limitan a una disputa cupular, muy lejana de la realidad, porque esta es relativa y se modifica constantemente, sobre todo si no es imperativa como en este momento.
Los principales aspirantes de cada fuerza política han trazado estrategias de posicionamiento publicitario que están en marcha; sin embargo, estas no podrán sostenerse en el tiempo en los mismos parámetros.
Este concurso de popularidad está fundamentado esencialmente en aspectos mercadológicos, no en plataformas ideológicas, ni en ofertas relacionadas con políticas públicas para resolver problemas; por lo mismo, la estrategia carece de forma. Se trata, pues, del culto a la personalidad.
Primero, porque no impactan en el colectivo. Existe claramente un desfase entre el rango publicitario y los efectos cotidianos. Si lo que se pretende es vender un producto, más allá de su presentación, lo que tendría que trascender son sus cualidades y cómo estas pueden beneficiar a la generalidad.
Quizá el esfuerzo sea del todo inútil. Bien reza la sabiduría popular que “santo que no es visto, no es adorado”, pero utilizando la analogía aplicable tampoco se dice cuál o cuáles serán los milagros que se pueden esperar.
Esto se refiere a la presentación de las últimas publicaciones de diversos paquetes de encuestas en las cuales lo que se observa de fondo y forma es que, independientemente del conocimiento y la simpatía que se le contabiliza a cada uno de los principales aspirantes presidenciales, el tema sucesorio en lo general todavía no es de un interés prioritario social.
La siguiente elección presidencial será la más competida por la cantidad y calidad de los competidores. En la disputa algunas fuerzas políticas llegarán a la cita casi en igualdad de circunstancias.
Imperará una pulverización del voto y las diferencias serán marginales. El pronóstico que es muy probable que el próximo presidente de México obtenga el triunfo en las urnas con menos del treinta por ciento de la votación.
En democracia ganan las mayorías, no se puede esperar unanimidad, no necesariamente absoluta. Bajo estas consideraciones el criterio más lógico, aún siendo muy discutible, es que el siguiente presidente gobernará con sólo la aceptación de una cuarta parte del electorado.
Es evidente que en este momento eso parece no importar, que lo que se impone es únicamente el uso de herramientas mercadológicas para impactar publicitariamente.
No se debate el curso del país, mucho menos las soluciones y ni hablar de pactos sustentados en intereses colectivos; lo que está en juego es el poder y sus prerrogativas.
De aquí a la fecha de las definiciones y más aún del propio proceso electoral, nadie se ocupa de atender las demandas sociales. Lo que menos importa es lo que los ciudadanos quieren.
Es un juego perverso de intereses donde lo que sobresale es lo que los aspirantes quieren imponer y no lo que la sociedad espera de ellos, con una marcada tendencia al desencuentro y la polarización, los argumentos sólo se remiten a la descalificación por descontado.
El triunfo en estas condiciones será legal, pero su legitimidad moral estará en entredicho desde el principio y así no se podrá ni gobernar, ni resolver, por el contrario, sólo abonará al enfrentamiento.
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