Mientras escribo otras cosas en un café, un espacio que elijo para pensar o dejar de hacerlo por momentos. Me tocó de pronto el hombro…
Mientras escribo otras cosas en un café, un espacio que elijo para pensar o dejar de hacerlo por momentos. Me tocó de pronto el hombro una mano áspera y la voz baja de un hombre viejo me hace voltear, no esté triste señorita -dice- y le sonrío.
Me sorprende su sonrisa de un solo diente, veo su mano aun en mi hombro y noto su uña del dedo meñique dejada crecer por años. Me cuenta de cuando vendía garbanzo y caña en un burro, allá por el Mercado Independencia, dice que lo vendía todo de once a doce y media porque ya tenía sus clientes. Que los vendía a diez centavos y nunca le cortaba el "tercio" que porque luego se desbarataba el manojo.
Que luego el gobierno quitó los burros -y puso otros- y los marchantes de la tierra de encino y los de la leche tampoco pudieron vender porque no tuvieron para comprar un carro; entonces dice, tuvieron que montarse la caña o el garbanzo en el lomo ellos mismos para poder vender, aunque ya no podían llegar al mercado porque los caminos estaban muy lejos para llevar tanta carga.
Cuenta que vendía en lugares más cercanos al pueblo allá para mil cumbres, que porque dice que el gobierno no quería burros en la ciudad -y cada vez había más- cuenta que se hizo de una caja y le puso unas rueditas del cochecito de un niño para jalarlo y empezó a vender corundas y uchepos, que para que las flacas como yo comieran.
Acomodó un pie delante del otro mientras decía que, ansina como el gobierno les quitó los burros, ansina también les quitó el trabajo; que hace mucho tiempo anda cargando las hierbas que vende a paso y paso que lo bueno es que, como todavía tiene la voz gruesa y fuerte, puede gritar por las calles y la gente sale de sus casas a comprarle su mercancía.
Dice que ya no tiene los hijos en el jacal, que solo está él y su señora que pasa cocinando para los obreros que metieron a trabajar a las tierritas de don Chon. Si le cuento -dice- ese don Chon era el mero bueno pa’la cosechada, solo que alguien llegó diciendo que era patrón y lo sacó de su parcela, le hizo una casita nueva y con eso lo entretuvo en paz para que no se le rebelara, don Chon no estaba contento -dice- y pos uno qué le va’cer.
Y usted, señorita, con esas letras ¿está construyendo cuentos? Me parece -dijo- que así es que se hacen los libros, con muchas letras. Yo no sé leer las letras, y esas de usted me parecen como las flores que crecen después de la lluvia ahí en el llanito abajo de mi choza. O como las piedras con las que subimos las bardas para que las vacas no se coman la siembra, bien acomodaditas para que no se caigan. Se parecen más a las chozas, como si sus letras hicieran una casa para alguien.
¿Cuántas veces fue usted a la escuela? -me pregunta y sin dejar que conteste sigue diciendo, que mi libreta podía ser el cemento en la construcción porque había muchas letras amarraditas. Vio su manojo de perejil y dijo -mire, así como esto, bien atado para que no se desarme ni se riegue.
Levantó la vista, tosió y dijo que la visita debe ser entretenedora no tenedora, que es como la lluvia, poquita para que refresque y no mucha que ahogue. Y se fue cantando. No quería platicar conmigo, quería seguramente, que lo escuchara.
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