Cantábamos cuando éramos niños y creo que nadie lo recuerda, incluso nosotros, lo olvidamos por muchos años.
Cantábamos cuando éramos niños y creo que nadie lo recuerda, incluso nosotros, lo olvidamos por muchos años. Tuvimos una banda que se instalaba en la cochera cuando nos quedábamos solos en casa, una batería de ollas y cacerolas con los cucharones de la cocina como baquetas, lo único verdadero era una guitarra de verdad.
En primaria, Sergio cantó en la estudiantina, sabía rascar las cuerdas de su guitarrita y usaba su capa con listones de colores. Le gustaban los boleros y cantaba “Página blanca”; a mí me hacía cantar “Te voy a enseñar a querer” y los cuatro, cantábamos “Pintando corazones”.
Los vecinos de la cuadra, Carlos y su hermano menor, del que no recuerdo su nombre, pasaban por la casa cuando regresaban de sus clases de canto y guitarra. Mi hermano Sergio y yo, jugábamos canicas en la calle cuando los vimos pasar, ellos tres platicaron de cantar y no sé cómo y a qué hora, ya teníamos la mitad de los trastes de la cocina en la cochera.
Ninguno de nosotros tenía más de ocho años y sí, muchas ganas de cantar y azotar las cacerolas. Hoy recuerdo melodiosos ritmos que seguramente habrán sido un ruido estridente que los vecinos poco estarían soportando, si alguien dijo algo, no recuerdo o haya sido esa la razón por la que no seguimos en las tocadas cuando crecimos.
Quién sabe qué pasa cuando somos niños, el tiempo pasa lento, con cuidado y cuando uno se hace grande y llegan las cosas de la adolescencia, los cambios de casa, de compañeros de salón y de cuadra, el tiempo acelera su paso y sin que nos demos cuenta, ya somos esos adultos que se ocupan de otras cosas.
De los cuatro músicos, en esta tierra quedan dos. Uno, andará quizá con su guitarra como recuerdo al hombro o tocándola en alguna bohemia. Dos, se fueron a ese lugar que ningún vivo conoce, y yo, que los he traído al reencuentro porque en la radio escuché la canción, “De colores” entonada por una estudiantina de niños. Así salen los recuerdos, disparados por la bocina del aparato radiofónico y junto al sonido, se forman una a una las caras, las vocecitas y las ollas abolladas.
Las canciones viejas que canta gente que ya no existe tienen esa osadía, entrar en la casa de alguien y gritar un tiempo, arrancar una carcajada o despertar una sonrisa dormida. Por eso me gusta escuchar radio, siempre tiene algo que se cuela por entre las rendijas de la bocina. Sí, porque mi radio es uno viejito que tiene ranuras para el sonido y sintonizador y volumen de perillas.
La programación de las radiodifusoras, sobre todo en fin de semana temprano, se compone de locutores que hablan de las cosas de antes y tocan música que desparece al recuerdo. Hablan de lugares que ya no existen y dicen palabras que ya solo están en un diccionario viejo.
En amplitud modulada, pasan “La Tremenda Corte”, “Porfirio Cadena, el ojo de vidrio” y canciones de todas las épocas que me transportan a las mañanas en que nos llevaban al colegio. Salíamos de casa justo cuando empezaba “La Tremenda Corte” y terminaba cuando ya estábamos en la puerta del colegio, quince minutos exactos, siempre. Y entre “Porfirio Cadena” y las canciones rancheras que le gustaban a mi papá, recorríamos los caminos de Michoacán, pueblo por pueblo hasta Celaya, Valle de Santiago y Jaral del Progreso, tiempo suficiente para cantar y chiflar.
A veces, los locutores se acuerdan de El Piporro y lanzan “El taconazo”, subo el volumen a todo lo que da y bailo, ‘zapatello’, canto y voy directo a aquella casa, a esa que existe, aunque ya no es. A mi papá le gustaba mucho bailar como el Piporro y jalaba conmigo para que yo cantara con él. Hace años, hice un recuento de los tiempos de mi padre y por supuesto no podía faltar, incluir Eulalio González, entonces para completar el dato, le mandé un correo a Piporro y tuvo a bien contestar el mensaje:
Eulalio González [email protected] jue 09/05/2002, 02:00 p.m.
Recibí su gentil correo y me uno al sentimiento que le embarga al dedicarle este homenaje al recuerdo de su padre; créame que me siento muy halagado con la buena imagen que mi personaje le ha dejado al escuchar mis canciones o a través de mis películas. Le deseo que resulte muy lucido el acto que le prepara para satisfacción suya y de sus familiares. Saludos afectuosos de Eulalio González, Piporro. (Un año y meses después, falleció).
Las historias son muchísimas cuando en el radio el tren del tiempo hace su parada, me subo en uno de los vagones, paseo, veo a la banda en la cochera, bailo con mi papá, canto con mi hermano y vuelvo a este presente amable, que da permiso para contarlo.
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